Usted está aquí: domingo 8 de enero de 2006 Política La otra campaña

Néstor de Buen

La otra campaña

He sido siempre, al menos desde el 1º de enero de 1994, un admirador del subcomandante Marcos. Me ha llamado la atención su frescura entendida como negación de la solemnidad, su valor, lo que seguramente no niega el miedo sino que subraya la capacidad de superarlo, su grato estilo literario y su gran sentido del humor. Creo que esta última cualidad es la más importante, aunque probablemente la menos trascendente desde la perspectiva política.

Hace muchos años, cuando el tema de Chiapas estaba de moda, fui invitado, como asesor del movimiento zapatista, a participar en San Cristóbal de las Casas en un discusión con funcionarios de la secretaría de Gobernación. Allí me encontré, y me dio mucho gusto, con Arturo Alcalde, que andaba en los mismos compromisos. La reunión fue muy particular porque no se presentó nadie por Gobernación y la temática, que sí valía la pena: "justicia, convivencia y orden jurídico", resultó muy unilateralmente desarrollada.

No estaba allí el sub, pero sí muchos de sus seguidores más cercanos. Me llamó la atención su inteligencia y una práctica muy curiosa que implica un concepto especial de la preparación: cuando se tenía que hacer una declaración pública, la responsabilidad se ponía en manos de algún o alguna camarada que evidentemente no estaban particularmente dotados de facilidad de palabra. Tengo en mi despacho una foto de ese acontecimiento en la que Arturo y yo, muy sonrientes, estamos de pie detrás de cuatro enmascarados y una enmascarada (usaba faldas) aparentemente menos sonrientes que nosotros.

Ahora el sub ha decidido hacer una campaña política paralela y visitar todo el país a la vista de las elecciones presidenciales. Y todo parece indicar que va a trabajar como una especie de conciencia nacional, criticando a cuanto candidato aparezca formalmente. Y para llamar más la atención, viaja en una moto que por las fotografías parece de la más alta calidad. Sus seguidores lo hacen a bordo, no siempre de manera cómoda, de algún camión o autobús.

El lunes pasado, como casi todos los lunes, veía el programa Plaza Pública también conocido como Los hombres de negro que no pudo seguir con el nombre alterno por la intervención de mujeres de alto nivel, especialmente mi querida y admirada amiga Carmen Aristegui. Se trataba el tema de esa otra campaña y se discutía sobre los propósitos y alcances de ese extenso viaje que comprenderá toda la etapa preliminar a las elecciones del 2 de julio.

Había versiones encontradas, pero me llamó la atención lo que dijo José Antonio Crespo, un poco para desvirtuar la opinión dominante de que, en lugar de perjudicar a Andrés Manuel López Obrador, las intervenciones de Marcos, que son evidentemente críticas en su contra, en el fondo lo favorecen. Porque este país no es precisamente de un izquierdismo notable y de esa manera la población votante podrá entender que López Obrador no es tan radical: hay otro mucho más radical, el sub, lo que podrá atraer en favor del ex jefe de Gobierno capitalino el voto del término medio, miedoso del radicalismo pero que no aguanta ya ni las promesas priístas ni la repetición, por más que con una representación valiosa, del partido en el poder.

Hace años en Europa dominó la social democracia: España, Francia, Gran Bretaña, Alemania, entre otros, fueron gobernados por partidos políticos de esa corriente moderada, inventada en Alemania por Ferdinand de Lasalle (afrancesamiento de su apellido original Lasal), criticada por Marx por excesivamente moderada, que se convirtió con el anarquismo en la otra alternativa de la izquierda. Y como contraveneno la doctrina social cristiana.

De hecho la corriente socialdemócrata es la única que subsiste, pero lo que es evidente es que su acercamiento al centro político, en ocasiones -Tony Blair como ejemplo notable- los está convirtiendo en unos conservadores con cierto, muy relativo, espíritu social.

Hace unos meses fui invitado a Israel por unos amigos muy queridos, los Swerdlin, porque el español Felipe González, mi amigo desde hace muchos años, recibiría de la Universidad de Tel Aviv un doctorado honoris causa y pronunciaría al día siguiente una conferencia.

No me sorprendió, porque lo conozco, que Felipe, en su espléndida conferencia, haya hecho la confesión de ser bastante conservador. No se me olvida que siendo secretario general del PSOE, en un acto espectacular renunció al puesto y exigió, para volver, que se eliminaran de sus estatutos las referencias al marxismo. Por supuesto que volvió y con ello a la presidencia del gobierno desde 1982. Nadie podrá decir que ni entonces ni después, ni ahora con Rodríguez Zapatero, el gobierno socialista ha hecho patente algún radicalismo. El desarrollo de España, multiplicado gracias a su incorporación a la Unión Europea, no ha contemplado preferentemente a ninguna clase social.

Aun cuando Andrés Manuel López Obrador no se ha manifestado públicamente como izquierdista consumado, no parece que lo sea. Entonces, en la versión de José Antonio Crespo, que hago mía, la gira del sub podría convencer a nuestros muy abundantes conservadores de que López Obrador no es radical. Que hay otro que lo es mucho más.

O también puede ocurrir que el subcomandante se sienta muy alejado de las candilejas y quiera llamar de nuevo la atención. Eso, por supuesto.

 
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