La Jornada Semanal,   domingo 8 de enero  de 2006        núm. 566
 

René Avilés Fabila

La estatura heroica de
Elena Garro

El nombre de Elena Garro parecía sepultado bajo la incomprensión de los intelectuales mexicanos, la crítica literaria y los medios de comunicación insensibles o ajenos a los mejores valores del país. Sin embargo, poco a poco ha ido apareciendo; de entre las sombras a las que fue condenada, Elena ha sabido regresar sin mayor esfuerzo que el de su talento y sensibilidad literaria. Me atrevo a repetir algo que he dicho y escrito muchas veces: si hemos de dividir a la literatura en masculina y femenina, Elena es sin duda la mejor narradora y dramaturga que el país ha podido dar; pero si asumimos una actitud más coherente, de entre hombres y mujeres de mucha calidad, ella sobresale, es una de las mejores novelistas y cuentistas del castellano.


Fotos: archivo La Jornada

¿Qué sucedió? Habrá que remontarse a 1968, año fatal y grandioso. Para Elena fue un desastre; con ingenuidad política, no supo realmente qué hacer y quedó inerme entre los "héroes" del movimiento y los villanos. Ambas formaciones fueron implacables con ella. Tomaron partido en su contra y en favor de un Octavio Paz que como por arte de magia se hizo uno de los favoritos de la "izquierda" intelectual. Su aparente renuncia a un importante cargo diplomático, que en rigor fue solicitar ponerse a disposición, lo puso al nivel de Revueltas y como autor de cabecera de trotsquistas como Adolfo Gilly, hoy consejero áulico del ingeniero Cárdenas.

La guerra fue impiadosa. Entre el gobierno de Díaz Ordaz y los "héroes" del ’68 —muchos con el tiempo enriquecidos y otros salinistas o zedillistas—, Elena salió al exilio. Un largo recorrido por España y Francia antes de regresar a Ítaca- DF, traída por algunos de sus mejores y tal vez únicos amigos, entre otros José María Fernández Unsaín, Emilio Carballido y yo. Las dos Elenas padecieron penurias, solicitaron apoyo y hasta caridad. Lograron sobrevivir. Mientras tanto, Elena Garro no dejaba de escribir fascinantes historias que gradualmente han ido apareciendo y, en consecuencia, despertando la atención del público lector que con frecuencia permanece idiotizado creyendo que las letras nacionales se componen de tres o cuatro nombres que diario aparecen en los medios, de forma obsesiva, maniática.

Tengo la impresión de que, para la felicidad y la tranquilidad de las dos Elenas, nunca debimos presionarlas para dejar el exilio francés. Lo mejor hubiera sido conseguir recursos para ayudarlas allá, donde vivían pacíficamente dedicadas a la literatura y rodeadas del afecto incondicional de sus gatos. Pero muchos imaginamos que sería mejor traerlas y aquí apoyarlas. Fue un error evidente. Despertaron el morbo de la prensa, revitalizaron el odio de Octavio paz y de su séquito y el descontrol de la clase intelectual. Muchos se aprovecharon de su ingenuida para sacarles material o para hacer libros o simplemente para poner sus nombres oscuros junto al luminoso de Elena Garro. Hoy pululan libros y artículos de algo así como yo también fui amigo de Elena Garro y Elena Paz, una industria de apariencia rentable, sólo que la historia es implacable con el oportunismo y la deshonestidad.

Elena Garro, independientemente de sus ideas políticas y religiosas, de sus notables diferencias con su esposo y con los intelectuales y artistas mexicanos, supo escribir libros memorables como Los recuerdos del porvenir o piezas dramáticas legendarias como Felipe Ángeles. Es muy posible que, en un país de cuentistas como Rulfo y Arreola, Elena compita más que decorosamente. No en balde aparece en las severas antologías de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

Elena Garro todavía se mueve inquieta, no acaban de darle el lugar que dentro de las letras merece. Pero no creo que eso sea problema. Con el tiempo las cosas se pondrán en su sitio. Hoy ya no parece tener los enemigos mortales que tenía en vida de Octavio Paz, a muchos de ellos no les preocupa ya aceptar el talento de Garro, no temen más las furias del poeta y ensayista que pregonó las distancias entre el príncipe y el poeta y terminó sus días en manos del poder de hombres siniestros como Salinas y Zedillo.

Habrá que poner los papeles de Elena en orden, saber con exactitud cuál es su historia en las letras nacionales y en la misma vida política de una época convulsa; su relación, por ejemplo, con el aguerrido político tabasqueño Carlos Madrazo, a quien ella entrevistó poco antes de que saliera del PRI para formar un nuevo partido y con esta organización contribuir a la democratización del país.

No sólo ello, hay que valorar los trabajos de Elena, precisar qué cuentos y obras de teatro no tuvieron posibilidad de ser revisadas por la autora, aquellas que por el hambre y las necesidades paraban en manos de editores poco escrupulosos, de todo aquello que recibió el cuidado y la atención de una escritora magistral. Entonces surgirá la mejor Elena Garro, se podrá dejar de lado la leyenda negra que sus enemigos y detractores le endilgaron y quedará libre de adefesios, sola, con su obra literaria perfecta, de una belleza sublime, de una prosa elegante y distinguida.

Sin embargo, ese día todavía parece lejano. En particular en una época de total incomprensión artística, en la que sobresalen los aspectos politizados por partidos y organizaciones del más bajo perfil. La burocracia cultural, hoy como ayer, sigue incapacitada para recoger y estudiar el portentoso trabajo de Elena Garro, su vida llena de sobresaltos y rodeada de odios baratos.

Yo he escrito mucho sobre Elena Garro, siempre lo he hecho con total respeto y amor. Me indignan sus sufrimientos, las persecuciones que padeció y ahora los "amores" y la falsa admiración que provoca toda ella en periodistas y escritores de pésimo nivel.

Elena seguirá esperando, con paciencia y generosidad, el reconocimiento de una patria empecinada en negarle el amplio reconocimiento que merece.