Usted está aquí: miércoles 11 de enero de 2006 Opinión Los árboles

Arnoldo Kraus

Los árboles

Me digo: "¡qué título tan extraño escogí para escribir un artículo de opinión en La Jornada!" Y entiendo: de no ser por mi obsesión debería borrarlo y empezar de nuevo. O al menos darme una tregua y seguir con el encabezado, pero buscando otra sección más apropiada u otro medio publicitario, donde las metáforas, los cuentos o las fábulas tuviesen cabida. A pesar de escucharme, sigo. Es demasiada la obsesión.

Leo en un papel borrador: "Los árboles. Los árboles como metáfora. Los árboles y sus ramas suelen mirar dentro de las casas. Los árboles son casa y son tiempo. Los árboles son observadores silenciosos de las calles, de los transeúntes, del tráfico, de los hombres recargados que en ocasiones pasan tiempos largos pensando el mundo, de los amantes nuevos y de los amantes viejos que nunca dejan de serlo". Intento convencerme: estas líneas, independientemente de si son buenas o malas, no son adecuadas para un artículo de opinión. Pero continúo. La obsesión no perdona. Encuentro otras razones para proseguir. Abro un cuaderno con notas y entresaco dos. Ambas me seducen.

La primera es una idea de Juan Goytisolo: "Las personas no son como árboles: a diferencia de éstos se mueven". Es decir, siempre están en el mismo lugar -hasta que los seres humanos los derriban o hasta que mueren por viejos. Son distintos de los individuos: no se mueven no sólo porque no tienen cómo hacerlo, sino porque no lo requieren. En cambio, las personas siempre se mueven. Ya sea porque les gusta o porque tienen que hacerlo para sobrevivir. Los inmigrantes representan la segunda opción: si no se desplazan no tienen cómo alimentar a sus familias. Esos seres arrancados, junto con los árboles que saben de las migraciones, fueron factores fundamentales en la historia del siglo XX y lo serán aún más en la del siglo que vivimos. Los árboles ofrecen testimonios.

La segunda idea la extraigo de un texto indispensable: La especie humana, de Robert Antelme (Biblioteca Era, Ediciones Trilce, 2002). Antelme entró en la Resistencia francesa en 1943. Tenía 25 años. Pronto fue detenido por la Gestapo y deportado al infierno. La especie humana, publicado por primera vez en 1947, es el resultado de sus experiencias en Buchenwald, Gandersheim y Dachau. Su libro es un retrato duro y sórdido del horror. En su periplo, aunque no lo diga directamente, hace alusión a los árboles.

En sus memorias explica que los nazis no le permitían a los prisioneros llevar las manos en los bolsillos, pues quienes hacían ese tipo de actos eran considerados demasiado independientes. Meter la mano en los bolsillos implicaba, para los asesinos, un acto que violaba el orden de los campos. "Quien mete la mano en su bolsillo sabe que tiene mano y que es suya, y que su mano no es la herramienta de otro", nos dice Antelme. Había que aplastar a toda costa cualquier esbozo de libertad.

Con la naturaleza el mal fracasaba. Su esencia era neutra e indomable. Los nazis fueron incapaces de influir sobre ella. A diferencia del impedimento que prohibía meter las manos en los bolsillos y del tesón diabólico con el cual los nazis torcían la voluntad de los prisioneros, los árboles siempre fueron independientes. Para los reclusos, ¿tenía alguna importancia saber que la hegemonía de los nazis en los campos de exterminio no se extendía a la naturaleza o a la autonomía de los árboles?

Es muy probable que los árboles, ya sea como consuelo o como metáfora, hayan jugado algún papel benéfico en la esperanza de los cautivos. Cuando hablo de metáfora hablo de libertad, de otras realidades, de otras vidas, de la posibilidad de ser. Incluso, quizás, la naturaleza -los árboles- restauraban un poco lo que de condición humana quedaba de los reclusos.

No ceja mi obsesión. Logro convencerme: los árboles son testigos, quizás mudos, pero testigos. ¿Quién no ha regresado a los árboles de su infancia? Los árboles de Goytisolo y de Antelme son infinitos. Observan el movimiento humano del sur al norte y permiten restañar un poco las heridas y mirar hacia afuera. Sus troncos narran vidas. Sus hojas desperdigadas cuentan historias. Ahora estoy seguro: los árboles son referencia geográfica, moral e histórica para pensar al ser humano.

 
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