La Jornada Semanal,   domingo 15 de enero  de 2006        núm. 567

NMORALES MUÑOZ.

ENTREVISTA CON THEODOROS TERZOPOULOS (I de II)


Apenas algo de Epigoni, la tragedia perdida de Esquilo, ha sobrevivido a su autor. Estas líneas, fragmentos perdidos, son el punto de partida de la representación homónima que la compañía griega Attis Theatre presentó en el reciente Festival Internacional Cervantino. La exploración de la voz y del cuerpo como herramientas expresivas esenciales, aunadas a una concienzuda actualización del sentido de la tragedia clásica, son los presupuestos del director escénico Theodoros Terzopoulos, quien ha sido director del Teatro Estatal del Norte de Grecia, responsable de festivales helénicos internacionales y presidente del Comité Internacional del Teatro Olímpico. Desde 1986, con el grupo Attis, ha conformado un repertorio que se ha equilibrado entre esta revisitación de los clásicos y aproximaciones a Bertolt Brecht y Heiner Müller.

Terzopoulos apura una copa de vino y se muestra afable, de voz tersa y modales delicados, opuesto totalmente al recio director de ojos flameantes que se posesiona de la escena (también encarna al Corifeo), que ordena a la prensa no tomar fotografías (pese a que en ningún momento se intentó lo contrario) so riesgo de cancelar la función y detonar su ira, y que impide que su elenco salga de sus habitaciones después de las nueve de la noche. Esta versión calma de Terzopoulos es la que se dispone a responder las preguntas del dramaturgo Enrique Olmos y las del de la voz, con la traducción de la maestra Natalia Moroleón.

—¿Qué representa para un director que tiene una formación de teatro contemporáneo, y que se considera discípulo de Heiner Müller, el hacer teatro a partir de una tradición tan importante como la helénica?

Este espectáculo (Epigoni) es una producción que hice para el Festival de Europa, y la hice teniendo en mente a Heiner Müller.
El pensamiento de Müller era fragmentario; a mí me ayudó muchísimo este texto en concreto para establecer esta cualidad inconclusa, es decir, elegí como campo de acción un lugar destruido después de una guerra o una cárcel, y puse a los héroes en un campo de concentración. Esta idea es de Müller, que siempre hablaba de la invocación hacia los dioses y el estupor ante ellos, lo cual yo conservé en esta puesta en escena.

—Me preguntaba esto porque parece que podríamos establecer un paralelismo con México respecto a lo abrumador de estas tradiciones, para bien pero sobre todo para mal. ¿Cómo mediar pues entre estos polos, en apariencia disímbolos?

—Llegué a Berlin en 1982, y la primera persona que conocí fue a Heiner Müller, que estaba bebiendo cerveza en una cantina. Me preguntó de dónde venía y, al saberme griego, dijo: "Ah, entonces encontré al hombre que buscaba." En esa época él estaba haciendo un trabajo sobre mitos clásicos y se había ocupado muchísimo de la tragedia, y me interesaban mucho sus puntos de vista sobre mi tradición.

Müller hablaba siempre de la voz y del cuerpo, sobre la energía simple del ser humano, y en general sobre la apología de la interpretación del teatro. Veía la tragedia como parte de este material. Cuando venía a Grecia veía mis ensayos y hablábamos siempre sobre la labor contradescriptiva de la palabra, como lo era en la tragedia clásica. Como ve, hay un punto de contacto entre lo clásico y lo contemporáneo que me interesaba explorar.

—Enrique Olmos (EO): Decía usted en su conferencia magistral que Dios era imprescindible en la tragedia. Me pregunto, ¿así como Aquiles llora la muerte de Patroclo, en nuestro mito contemporáneo debemos llorar la muerte de Dios, como lo insinuó Nietzsche?

—En la Grecia antigua se prohibían las lágrimas pese a que predominaba el luto; la mente estaba codificada de manera distinta, se lloraba incluso codificadamente. En mi espectáculo, por ejemplo, los actores lloran con una sonrisa libre, no con lágrimas, incluso en la escena del funeral. En la Grecia clásica se pasaba al Hades con una sonrisa.

¿Acaso tenemos que llorar por los dioses? Seguramente tenemos que llorar, pero también tendríamos que reír. El llanto es salud y la risa también lo es, llorar por nosotros mismos y reír de nosotros mismos, y reír de los otros. Llorar por el nacimiento de las cosas y por la muerte, el llorar y reír es una definición en la tragedia. La risa está dentro del llanto, y viceversa: es el principio de la vida. Si vamos a llorar por los dioses hagámoslo, pero también riamos.

(Continuará…)

[email protected]