Usted está aquí: domingo 22 de enero de 2006 Opinión El poder y la democracia en México

Rolando Cordera Campos

El poder y la democracia en México

Con su sistema político realmente existente un tanto escorado, cargado de lastre retórico y reglamentario, así como de simulación poco embozada por parte de sus actores principales, la República se prepara para renovar los mandos en el Estado y en sus órganos colegiados representativos. En este juego no hay mirones, aunque sí puede haber ladrones.

Sin embargo, lo que predomina hoy son jugadores de varias categorías, que rebasan el régimen de partidos y en su avidez ponen de manifiesto la necesidad de que dicho régimen sea reformado. Para muchos de estos actores, incluidos dirigentes y abanderados de algunos partidos, la abstención ha adquirido un valor estratégico, y es por eso que muchos de los se sienten designados para mandar sin encarar las pruebas del debate, la busca del voto y del riesgo en la proposición y la alianza genuina, depositan sus esperanzas en el alejamiento ciudadano de las urnas y del sistema político en su conjunto, es decir, juegan abierta o embozadamente a la antipolítica.

La insistencia en el peso del "voto duro" traiciona a sus pregoneros, así se vistan de analistas de fuste, y los intentos del gobierno por revivir las peores prácticas del viejo régimen revelan cuánto de ilusión y autoengaño acompañó al gobierno del cambio, a sus votos útiles y a sus oficiantes de la tradición y la jerarquía. Hacía mucho que no teníamos tanto desorden en la desbandada de los hombres y mujeres del aparato dirigente que se aprestan a cabalgar la renovación de los poderes, y tal vez nunca habíamos asistido al bochorno que provocó la operación de relevo en sus mandos, protagonizada por los habitantes de Los Pinos. Las "fallas" del gobierno que tanto preocuparon a los neoliberales de antaño, se vuelven ahora lacras que nos lega el más desenfadado y desaliñado de los gobiernos que el Estado de la posrevolución soñó tener.

Como quiera que haya sido la ruta subterránea de la tregua, los aspirantes arrancan prácticamente como los había dejado la precampaña. López Obrador encabezando preferencias y calificaciones políticas, Calderón todavía en ligero ascenso, y Madrazo un tanto estancado pero no desbarrancado. Los tres en condiciones de quedarse con los no comprometidos de antemano, como lo manda la democracia y la buena demoscopía. Ahí no está el problema y el sistema marcha en tiempo y forma.

De que se cuenta con instituciones para sortear bien la primera real prueba de la democracia pluralista mexicana, podemos estar seguros. De que los hombres y mujeres encargados de su administración vayan a estar a la altura y las potencialidades de esas instituciones, no se puede estar tan cierto. La institución "hace" al hombre, dicen los creyentes, pero son los hombres y sus intenciones y sentimientos, cálculos e idas a misa, los que dan sentido y contenido a las convenciones y las vuelven costumbre. Y costumbre democrática no tenemos.

Para llenar esta brecha y arribar al 3 de julio más o menos a salvo, habrá que hacer mucho más que lo que han podido hacer los responsables directos del teatro de la lucha por el poder. Para empezar, tomar en serio que es de eso de lo que se trata, de una lucha abierta por el poder y la distribución de la riqueza que lo acompaña, más que de una rutina alojada cómodamente en leyes, códigos e instituciones jurídicas que no se han vuelto reflejo político profundo sino, en todo caso, linimento, cuando no placebo, para una sociedad con el cuerpo demasiado rasgado y agredido.

No hay correspondencia entre la fisiología de nuestra sociedad y el discurso de sus políticos. Abajo hay desigualdad y pobreza, impaciencia acumulada a la vez que capacidades reales para generar expectativas de mejora. Arriba, donde se comunican las elites del poder con sus oficiantes en los partidos y los gobiernos, hay renuencia a asumir la desigualdad como el cáncer mayor de la vida colectiva y de la propia estabilidad del Estado. Peor aún, en las cúpulas hay ignorancia y necedad, que muchos buscan convertir en agenda política, miedo a lo que puede venir con el cambio de gobierno, y febril búsqueda de eslogans y simplezas con qué encarar la incertidumbre.

Fracasada la cruzada contra el populismo y sus demonios, se importan esquemas ramplones y se pretende nacionalizarlos mediante su circulación por la Internet. Con curioso sentido de pertenencia, se compra sin mayor reflexión todo aquello que alimente el temor y se exploran lamentables fórmulas y analogías.

Se ha hablado del huevo de la serpiente con mala memoria cinematográfica, se busca introducir el delicado tema del antisemitismo y ahora, con entusiasmo digno de mejor causa, se distribuye la más reciente ocurrencia sobre Chávez, publicada en Foreign Policy.

En Hugo Boss, esta prestigiada revista ofrece un manual sobre el "autoritarismo competitivo" de Hugo Chávez y al final nos regala con las "reglas para el aspirante a dictador" moderno, que según su autor encarnaría Hugo Chávez, pero no sólo él. Sin mayor consideración por el contexto y la historia venezolana, ni por lo que aquí o en Bolivia realmente ocurre, el ensayo de marras se ha convertido en México en el más reciente breviario para las jaculatorias contra AMLO.

López Obrador tiene frente a sí un amplio abanico de adversarios, observadores escépticos y desconfiados, enemigos poderosos y sin escrúpulos. Dependerá sobre todo de su perspicacia y visión políticas que éstos no se conviertan en un bloque monolítico. De ocurrir esto, el país tendrá que enfrentar no sólo sus conocidas debilidades como comunidad política democrática, sino el uso y abuso del miedo y la mentira como armas políticas principales. Entonces sí que habría que volver a hablar de desestabilización.

 
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