La Jornada Semanal,   domingo 22 de enero  de 2006        núm. 568


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

VALLEJO Y LA VANGUARDIA PERUANA (I DE II)

En el curso preparatorio de la Feria Internacional del Libro que el año pasado se dedicó a Perú, hablé con especial cuidado y enorme afecto sobre César Vallejo y su voz poética que es una de las fundamentales (y fundacionales) de nuestro idioma.

Sus mocedades en Trujillo, sus lecturas desordenadas y profundas, la influencia de Julio Herrera y Reissig, el gran escritor uruguayo, y sus vivencias personales y familiares se plasmaron en la más entrañable de sus obras, Los Heraldos negros. Rele-yendo este prodigoso libro encontré afinidades con la obra temprana de Ramón López Velarde, nuestro padre soltero. Son patentes en la originalidad de los adjetivos, en los coloquialismos, en su temática (reconozco que el poema en el cual Vallejo se dirige a su hermano, hizo que, en plena sala de conferen-cias, se me quebrara la voz y se me salieran las lágri-mas), en su novedosa manera de expresar las sensaciones y en la tensión espiritual que ambos trajeron a la poesía española ya renovada por la poderosa palabra de Rubén Darío.

En Los Heraldos negros se mezclan los giros populares de lenguaje con palabras arcaicas y con la atmósfera moral de Santiago del Chuco, de la ca-sa familiar y de los primeros poemas leídos bajo la sombra de un árbol antiguo y memorizados con veneración y deleite. Este libro llamó la atención a los críticos peruanos y de otras partes de Iberoaméri-ca (la comunicación y el intercambio literario entre los países del idioma castellano era, en esas épocas, más fluida. Esto suena extraño en plenos adelantos cibernéticos, pero se explica por el intenso ruido creado por la mercadotecnia de los grandes monopolios peninsulares). Se habló bien (aunque con cauteloso entusiasmo) de sus correctas rimas, sus bien dispuestas sílabas, sus sonoridades conocidas por los seguidores del modernismo, su claridad y la presencia de Darío, Herrera y Reissig y Baudelaire. Lo que los criticos no registraron fue la profunda ternura de las sensaciones, el humanismo integral de las temáticas y la elaboradísima naturalidad de unos poemas que calificaron como "demasiado espontáneos" (¡vaya tontería de los pedantuelos catalogadores!). En Los Heraldos negros, estaban, pe-ro de manera radicalmente distinta (como en Zozo-bra de López Velarde) los grandes temas de la poesía: los golpes del destino ("tan fuertes... yo no sé"), la pérdida de los seres amados, la soledad, el abandono, la sencillez de la vida campesina. Tal vez por esta razón los primeros críticos no lograron darse cuenta de la fuerza de una voz totalmente diferente que trataba los temas eternos de la poesía.

Vallejo se hermana con López Velarde (y con Bau-delaire, como afirma Octavio Paz) en la mezcla de lo litúrgico con lo erótico. López Velarde lo hace desde la angustia provocada por sus "dualidades funestas" y sus dicotomías. Vallejo no sufrió esas penalidades provenientes de la moral católica que tanto abrumó a los sectores medios de la sociedad iberoamericana. Por eso su mezcla de lo religioso y de lo erótico está muy lejos de los terrores de lo culpígeno. Sin embargo sabía muy bien que, como dice Calderón de la Barca, "el delito mayor del hombre es haber nacido". La vida y la poesía de Vallejo sufren golpes "como del odio de Dios" y en su poema "Espergesia" nos dice que nació "un día en el que Dios estuvo enfermo, grave". Trilce rompe todos los esquemas e inicia la búsqueda, al principio un poco tambaleante y confusa, de un poder expresivo inigualable. En el libro se violenta la gramática, brillan los neologismos, brincotean las onomatopeyas y se dan la mano para danzar infatigablemente los nuevos ritmos y las inusitadas estructuras verbales. Las emociones eran tan nuevas que exigieron formas desordenadas y aparentemente caóticas para expresarse. En algunos momentos regresa a los heraldos y en otros anuncia ya la preciosa síntesis de formas y de estilos que logró en los Poemas humanos. La sencillez originalísima de los heraldos y la experimentación llevada hasta sus últimas consecuencias (pienso en el Altazor de Huidobro) integran esa síntesis que brilla con luz propia y nueva en los Poemas humanos.

(Continuará.)