Usted está aquí: lunes 23 de enero de 2006 Deportes César Rincón volvió a ejercer la magia de la verónica y cortó merecida oreja

La corrida número 13, fatal para la caballería: un rejoneador y un piquero, heridos

César Rincón volvió a ejercer la magia de la verónica y cortó merecida oreja

El juez Ramitos premió con un apéndice un pinchazo de Eulalio López El Zotoluco

LUMBRERA CHICO

Si la ignominia tiene grados, ayer el juez de la Monumental Plaza Muerta (antes México), Jorge Ramos Ramitos, alcanzó el más bajo de todos al decretar arrastre lento para un toro que no fue picado, estaba enfermo de los remos y se caía al menor esfuerzo, pero también al premiar insólita, descarada, desvergonzada, lacayunamente con una oreja un pinchazo de Eulalio López El Zotoluco que hizo doblar al mismo desfalleciente animal, pero también al escamotearle idéntico trofeo al soberbio estoconazo con que César Rincón dio cima a la lidia de su tercer enemigo.

Cosas de la cábala, la decimotercera corrida de la temporada "un poco menos chica 2005-2006" resultó funesta para la caballería -el rejoneador Rodrigo Santos se rebanó la mano derecha con el acero de una rosa, y el segundo picador de El Esquiroluco viajó de su montura a la arena y de allí inconsciente por el golpazo a la enfermería-, mientras el ganado de Bernaldo de Quirós lució muy medido de casta y de fuerza, pese a la bella lámina de algunos ejemplares de su desigual encierro.

La de ayer fue, de algún modo, la corrida del otra vez, porque otra vez el coso de Insurgentes registró poco más de media entrada, otra vez el mejor de la tarde fue también el primero de Rincón, otra vez el primero de López fue abucheado ferozmente por el público, y otra vez el diestro de Azcapotzalco toreó aquerenciado en toriles, dando coba al ganadero y al público, en una más de sus ya acostumbradas actuaciones ratoneras que domingo a domingo reducen la fiesta brava al género de la caricatura más grotesca.

Armado a última hora, tras la supuesta lesión del ex niño madrileño Julián López El Juli -quien pretextó una lastimadura en una mano para salirse del cartel de ayer, en protesta en realidad porque el sedicente empresario Rafael Herrerías decidió quitarlo caprichosamente del elenco del 5 de febrero-, el mano a mano entre El Esquiroluco y Rincón tuvo como prólogo un número ecuestre a cargo de Santos, quien volvió a exhibir sus múltiples deficiencias ante un alegre pero pequeño cárdeno de La Venta del Refugio que más bien parecía de La Venta del Garage.

Cuando intentaba clavarle la rosa, el potosino se cortó la mano derecha y se produjo una intensa hemorragia que fue al instante contenida por los paramédicos del callejón. Entonces trató de abreviar con el rejón de muerte pero éste le reventó al rumiante el pulmón derecho, con un bajonazo trasero y contrario, y los tendidos se deshicieron en insultos y protestas contra el anticarismático herededero del legendario cacique de San Luis Potosí.

Con un principesco vestido de seda en pistache y oro, Rincón plasmó cuatro hermosas verónicas ante Jimador, negro zaino de 512 kilos, con el que se adornó por chicuelinas despegadas en los medios después de quitárselo al varilarguero que le dio menos castigo del que necesitaba el burel; esa falta se hizo visible en el tercer tercio cuando el bicho se fue para arriba y el fino artista nacido en Paipa, Colombia -y no en Bogotá, como se escribió aquí la semana pasada-, no sólo no pudo cuajarle la faena sino que la terminó escuchando gritos de "¡toro!"

Ante Jaranero, cárdeno de 490 kilos, pegajoso y descompuesto, no pudo sino realizar una labor de aliño, antes de crecerce ante Mestizo, cárdeno ensabanado de 515 kilos, al que volvió a embeber en la magia de sus verónicas y en algunos muletazos de soberbia factura para matarlo de un estoconazo letal en todo lo alto y cortar una merecida oreja, aunque si Ramitos hubiera medido su labor con el mismo rasero tendría que haberle concedido las dos.

Así lo hizo para galardonar al Esquiroluco; éste había pasado inédito frente a su primero, Mayoral, de dizque 500 kilos, pitado por chico e inválido, al que despachó pronto para entrevistarse con Algodonero, cárdeno de 546 kilos, que era un tío, pero no se dejó ver porque desmontó al picador al arrollarlo en la querencia y no volvió a ser castigado; débil de remos, era noble y zonzo y repetía como un perro. López lo llevó con la franela a media altura, siempre sobre piernas, buscando el efectismo y el aplauso fácil, para provocar la dizque apoteosis al pincharlo en todo lo alto, hacerlo doblar, recibir las dos orejas y devolver una, después que los despojos de la pésima res hubieran sido arrastrados lenta y ridículamente al matadero. Con Comino, berrendo en cárdeno de 536 kilos, manso y suelto, sólo pegó trapazos a granel en una de las faenas más corrientes, tramposas e indignas de su vida, que dejó entre los que saben una amarga sensación de asco.

 
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