Usted está aquí: lunes 23 de enero de 2006 Opinión APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Dos casos, dos actitudes

UNA AMIGA DESEA compartir la experiencia vivida con su madre y hermanos: "Luego de 58 años de una vida con más satisfacciones que errores, aunque 40 de fumar, a mi mamá se le detectó cáncer de pulmón, por lo que concluyeron que uno de éstos fuese extirpado. Enseguida los médicos determinaron que se sometiera a un tratamiento de quimioterapia, medida que no sólo no mejoró su estado de salud, sino que lo deterioró aún más.

"PARA COLMO, SU cuadro se acabó de complicar cuando le fue descubierta una metástasis o dispersión a distancia del tumor canceroso, ahora en el cerebro. Fue cuando los especialistas que la habían estado tratando, a muy buen dinero, por cierto, no tuvieron más argumentos que palabras esperanzadoras y buenos deseos, así como continuar con diversos medicamentos, tan caros como inútiles, pero cuidándose todos de nunca mencionar la palabra desahuciada.

"DESESPERADOS, GASTADOS y desgastados ella, mis dos hermanos y yo, recurrimos a un viejo médico familiar que nos conocía de toda la vida y al que en este caso habíamos preferido no involucrar 'por no agobiarlo y por su falta de actualización'. Mi madre y él hablaron toda una tarde y finalmente ambos acordaron que le aplicaría una inyección con una mezcla dosificada de fármacos letales.

"EN UNA COMIDA reunió a sus hijos y nietos. Al terminar el postre se despidió con serenidad y entereza contagiante de todos y cada uno y se retiró a su cuarto, donde nuestro amigo el viejo médico la inyectó para que se fuera de este mundo, honrando mi madre por última vez la libertad de que siempre supo hacer uso."

A DIFERENCIA DE la dinámica comunicacional de la familia antes citada, conocí el caso de un enfermo que por su pánico a morir fue sometido a un doble encarnizamiento: el de su familia, instalada en la negación, la rigidez y el miedo y, a consecuencia de esto, el terapéutico, a cargo del personal médico y la industria hospitalaria.

EL HOMBRE, DE 62 años, dejó pasar un valioso tiempo sin hacerse exámenes serios que arrojaran luz acerca de los fuertes dolores que padecía en un costado, ya que los especialistas que consultó no vieron nada anormal "dentro de su especialidad".

PARA CUANDO SE atrevió a que le realizaran análisis exhaustivos y una tomografía seriada, ésta reveló el desarrollo de un tumor maligno a todas luces incontrolable... excepto para los cirujanos de una reputada empresa hospitalaria, con sólida perspicacia para medir por igual la índole de una enfermedad, los miedos del paciente, las exageradas expectativas de sus familiares y los recursos económicos dispuestos a destinar para que "recuperase" la salud.

EN LUGAR DE que el enfermo y su familia se hubiesen preocupado de informarse y aligerarse para tener y darle la mejor calidad de vida posible el tiempo que le quedara, así como ayudarlo en su partida, todos, paciente, familia y médicos, pretendieron evitar lo inevitable, depositando sus respectivas energías -e intereses- en la ciencia médica, no en la apuntalada aceptación de una muerte inminente.

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