Usted está aquí: martes 24 de enero de 2006 Mundo Control y caridad

Pedro Miguel

Control y caridad

Mañana Benedicto XVI dará a conocer su primera encíclica, Deus caritas est, Dios es amor. El documento dirá que el amor erótico entre una mujer y un hombre sólo es legítimo si se expresa en el marco del matrimonio: qué pena por Adán y Eva, por Romeo y Julieta, por Eloísa y Abelardo, por Iztaccíhuatl y Popocatépetl, por Tristán e Isolda, por Orfeo y Eurídice, por Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre y por otros incontables millones de parejas (o de historias amorosas y desamorosas) que no quisieron o no pudieron darse en los cauces de una boda, católica cabe pensar, porque ésa es, según un tal Joseph Ratzinger, la única religión que garantiza el acceso al Cielo. Ha quedado desautorizada de golpe, oh, la mayor parte de los referentes amorosos en la cultura universal. De ahora en adelante habrá que afanarse en encontrar las virtudes afrodisíacas de las hostias y en aprender que un sacramento bien impartido puede ponerlo a uno a sudar feromonas.

Desde luego, es de suponer que el texto pontifical no diga nada, o en todo caso nada bueno sobre el amor erótico entre dos hombres o entre dos mujeres. Ordenanzas vaticanas anteriores han dejado muy claro que la atracción sentimental o física entre personas del mismo sexo es una aberración digna de lástima. Aquiles y Patroclo no podrán sentarse nunca en la mesa del Señor. La isla de Lesbos y la ciudad de Sodoma no merecen ni siquiera la visita pastoral de un diácono, ya no se diga de una movilización del Papamóvil.

Deus caritas est afirmará, por otra parte, que el amor a los demás y el amor a Dios son una y la misma cosa. Teológicamente suena bien, pero el aserto deja a los ateos y a los agnósticos sin ninguna posibilidad de ejercer la solidaridad o la compasión hacia el prójimo. O sea que si no estás imbuido de fe no puedes amar a tus semejantes; lo tuyo será interés, soberbia o sentimiento de culpa, pero no amor. Y como la piedad verdadera es una sustancia que sólo se produce en el seno de la Santa Madre, sólo desde allí es posible albergar sentimientos filantrópicos. El arzobispo Paul Cordes, presidente del consejo pontificio Cor Unum, agencia caritativa del Vaticano, no dejó lugar a dudas sobre el propósito de la formulación: algunos grupos han sido tentados "a apartarse de la Iglesia y de los obispos" y se han identificado simplemente como organizaciones no gubernamentales (despacho de Catholic News Service del 23 de enero de 2006).

Tal vez no sería necesario invocar el amor a Dios para satisfacer esa obsesión morbosa de registrar en los archivos parroquiales a las parejas que se aman o para apuntalar el control de las estructuras eclesiásticas sobre las actividades caritativas. Tal vez sería suficiente, en homenaje a la sinceridad, confesar con llaneza: "es que amamos el poder".

Otra cosa: en el sitio internético del Vaticano la encíclica está embargada hasta mañana, pero el propio Benedicto XVI adelantó el domingo, en su intervención ante el congreso de Cor Unum, su definición de lo que llamó "el compromiso caritativo", el cual "va mucho más allá de la simple filantropía. Dios mismo nos empuja a aliviar la miseria".

Quién sabe en qué ande Dios, pero una de las que se proclaman como Su iglesia (hay un montón) se la ha pasado desde el medioevo hasta la fecha predicando el alivio de la miseria. Con o sin el Altísimo, e incluso en contra de las concepciones de un Ser Supremo que quiere la existencia de ricos y de pobres como parte de su "orden natural", el mundo contemporáneo necesita, entre sus mandamientos éticos, la eliminación de la miseria; no su atenuación con limosnas y ropita usada, sino la obligación social y legal, clara, inequívoca y contundente de erradicar la marginación, la indigencia y el hambre. Y si a la postre resulta que el establecimiento de ese objetivo era contrario a los designios de Dios, ya podrá pedírsele perdón, que El, en su infinita bondad, sabrá concederlo. O no, y entonces nos iremos al Infierno, y asunto arreglado.

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