Usted está aquí: viernes 27 de enero de 2006 Capital Asesiné por las ''malas compañías'': la Mataviejitas

Asesiné por las ''malas compañías'': la Mataviejitas

''Lo supimos luego, luego; se parecía mucho a los retratos'', narran los policías captores

MIRNA SERVIN VEGA

Ampliar la imagen José Ismael Alvarado y Marco Antonio Cacique Rosales, policías de barrio de la colonia Moctezuma y captores de Juana Barraza Zamperio, la llamada Mataviejitas, recibirán un ascenso, un departamento y una recompensa de 100 mil pesos cada uno Foto: Francisco Olvera

Desde hace cuatro años trabajan juntos, pero apenas hace unos meses empezaron a fantasear con la posibilidad de atrapar a esa celebridad del crimen en que se había convertido el Mataviejitas, al igual que otros compañeros, que pegaron un retrato hablado del criminal en sus patrullas.

Esta idea se fortaleció cuando en las calles de la primera sección de la colonia Moctezuma oían que los vecinos, presos de la paranoia desatada por el asesino serial, hablaban de que el homicida rondaba ya la calzada Ignacio Zaragoza.

La mañana del miércoles, José Ismael Alvarado y Marco Antonio Cacique Rosales, policías de barrio, intensificaron su patrullaje en la zona porque recibieron reportes de que en la calle José Jasso había ocurrido un robo de autopartes.

"A velocidad de patrullaje", como se dice en el argot policiaco, hacían su rondín cuando escucharon gritos de "¡policía, policía!", y sin saberlo ya estaban tras la asesina de ancianos.

"Ella corrió en cuanto nos vio mientras un hombre joven la señalaba. Mi compañero se bajó antes de que se detuviera la patrulla y yo avancé unos metros más en el auto para interceptarla", recuerda José Ismael, aún con los ojos enrojecidos por las muchas horas sin dormir para rendir declaración ante el Ministerio Público.

Y prosigue: "fue Marco Antonio quien corrió hasta la banqueta para iniciar la persecución".

Interviene su compañero para completar el relato: "Me recibió a bolsazos, traía cosas duras, como botellas de champú, pero me libré de una llave de lucha libre -sonríe-, aunque sí me dijo muchas peladeces, de puro coraje", relata Marco Antonio con satisfacción al contar a detalle el momento en que le dio alcance, tras perseguirla unos 10 o 15 metros.

Casi 24 horas después de la detención, sentados junto a su jefe, ambos policías esbozan una sonrisa al recordar, con orgullo mal contenido, que fueron justo ellos quienes detuvieron a la asesina serial.

No fue casualidad, subraya su jefe regional, Jesús Alfredo Briones, quien escuchó casi de inmediato el primer informe que rendían los uniformados por teléfono: "Atrapamos al Mataviejitas", le decían entusiasmados. "¿Cómo? ¿De ver- dad?", les contestó atropelladamente Briones, y nomás decir esto brincó de su asiento para trasladarse al lugar adonde ya habían llegado más patrullas, las que José Ismael y Marco Antonio llamaron en su apoyo durante la persecución; también estaba una ambulancia.

"Lo supimos luego, luego. Los retratos se parecían muchísimo, y en cuanto llegaban más compañeros nos decían lo mismo", refiere José Ismael, quien con su metro 65 de estatura -10 centímetros menos que la sospechosa a quien perseguía-, dejó la patrulla en marcha y corrió a auxiliar a su compañero para detener a la corpulenta mujer, que con ferocidad se resistía a ser arrestada.

El mismo José Ismael se quedó a custodiar la patrulla donde subieron a Juana Barraza Zamperio, mientras que Marco Antonio fue a revisar el domicilio que le señalaban los vecinos: ahí halló el cuerpo de una anciana con el rostro sangrante y un cordón que le rodeaba el cuello.

Al llegar al lugar, el jefe Briones se subió de inmediato a la patrulla. La mujer se mostraba francamente hostil, pero él, en lugar de interrogarla bruscamente, decidió hablarle con amabilidad extrema.

-¿De dónde eres? -le preguntó.

-De Pachuca -contestó, y el jefe policiaco aprovechó para decirle que era un gusto, porque entonces eran paisanos. Esto lo dijo a pesar de no ser verdad, pero lo hizo, dice, "para ganar su confianza".

Fue así que la Mataviejitas le dijo al oficial que tenía dos hijos chicos, y le pidió que por favor se comunicara con su hija mayor para que recogiera a sus hermanos, uno de los cuales estaba a punto de salir de clases.

Juana le dio los datos de su domicilio, sus teléfonos y el número del celular de su hija, a quien debía que llamar.

-¿Por qué lo hiciste? -le preguntó Briones tras apuntar los datos que le había proporcionado la mujer, y ella, dice el jefe, respondió:

-Por los malos consejos y las malas compañías -, respondió, aunque en todo momento se aferró a la versión de que se trataba de su primer homicidio.

Estaba nerviosa, pero no arrepentida, aunque después empezó a llorar, pero sólo un momento, relató el jefe Briones, a quien también le expresó su temor de que la mataran al ingresar en la cárcel.

Ya en confianza, Juana Barraza inclusive le contó al jefe policiaco que uno de sus hijos era de otra pareja y que tenía planes de casarse pronto con "otro señor".

José Ismael y Marco Antonio vigilaban la patrulla y fue entonces que empezaron a asimilar que la detención que habían realizado minutos antes, iba a cambiar sus vidas.

Mientras cavilaban sobre esto, recibieron llamadas de sus familiares, quienes turnándose el teléfono los felicitaban.

Hasta el miércoles pasado, ambos eran policías rasos: José Ismael, de 36 años, tiene ocho años en la policía, y Marco Antonio, de 37, cuenta con un año más de experiencia en la corporación.

Viven en Ciudad Nezahualcóyotl y Texcoco, respectivamente, y recibieron un departamento en la ciudad que les proporcionó el Gobierno del Distrito Federal, y la SSP les dará cien mil pesos a cada uno en reconocimiento por su trabajo.

Además, ambos policías recibirán un ascenso de tres grados, con lo cual se convertirán en policías primeros, y serán reconocidos como los policías del mes.

Sus superiores rechazan que la detención haya sido producto del azar, y refieren que José Ismael y Marco Antonio son muy buenos elementos y que ya han sido merecedores de reconocimientos. Su fantasía, como en un cuento, se volvió realidad.

 
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