Usted está aquí: domingo 29 de enero de 2006 Opinión Saraband

Carlos Bonfil

Saraband

En su ciclo Función de cinco estrellas, el Canal 22 exhibe hoy la cinta que el director sueco Ingmar Bergman ha declarado será su última realización, Saraband (2003), originalmente concebida para ser proyectada sólo en formato televisivo. Luego de un exitoso recorrido por festivales de cine, este largometraje, secuela libre de Escenas de un matrimonio, filmada 30 años antes con Liv Ullman y Erland Josephson en los papeles estelares, se convierte en uno de los mejores estrenos de nuestra televisión, muy en contraste con el ánimo mercantil que domina en la cartelera cinematográfica.

Primer acierto de la programación: se conserva el título original sueco, sin imponer torpes señuelos comerciales, tipo Nuevas escenas conyugales o Dramas de pareja, con lo que se preserva el poder sugerente de la antigua danza francesa, cercana al minué, que con su ritmo melancólico inspira la suite para chelo de Bach, motivo recurrente en esta cinta. Treinta años después, la pareja protagonista de Escenas de un matrimonio vuelve a encontrarse, por iniciativa de Marianne (Ullman), quien revisando una serie de fotografías, compendio de su vida afectiva, decide visitar a Johan (Josephson), a quien no ha visto desde su divorcio. Este anciano de 86 años vive ahora solo, en una casa perdida en el bosque, asistido por una sirvienta a la que no veremos nunca, no lejos de la casa de Henrik (Börje Ahlstedt), hijo de un primer matrimonio, con quien mantiene una relación neurótica. Marianne visita a estos dos ancianos, y a Karin (Julia Dufvenius), hija de Henrik, una joven deseosa de estudiar música en el extranjero, convertirse en intérprete solista, y liberarse del yugo sentimental de los dos hombres que odiándose incansablemente le envenenan la vida.

Organizada en 10 escenas, con un prólogo y un epílogo portentoso, Saraband es una reflexión sobre la persistencia de la intensidad afectiva, desde el cultivo del odio (expresión vital que, según Johan, egoísta incorregible, redime al fin de la mediocridad), hasta el reconocimiento de la vulnerabilidad propia y ajena, principio de la reconciliación amorosa. Una reflexión también acerca de la muerte -sin alusión ya a los silencios celestiales tan recurrentes en la obra anterior del cineasta- como una realidad angustiosa, material, cuyo presentimiento puede acercar a dos antiguos amantes, derribando sus últimas prevenciones, diluyendo también todos sus rencores.

Un movimiento ternario, el de la propia zarabanda, opone continuamente a las tres parejas en sus confrontaciones dramáticas: Johan y Marianne en su dolorosa evocación de la felicidad desperdiciada; Henrik y Karin en su incestuoso duelo compartido por Anna, la madre y esposa víctima de una enfermedad terminal dos años antes, y Henrik y Johan, padre e hijo, enemigos viscerales que contemplan en la destrucción moral del otro la justificación final de su propia existencia miserable.

La vieja Marianne, una Liv Ullman magnífica, asiste casi silenciosa a estos juegos de masacre, a la manera de una confidente cómplice, a la vez cronista y terapeuta. Es ella quien contempla la liberación de Karin, el despertar inquieto del anciano Johan, y quien confronta a Henrik con el espejo de sus fobias inconfesables, su envidia del padre exitoso, su frustración amarga, su amor neurótico y su miedo a la soledad. Al término de este trayecto de iniciación crepuscular, Marianne sufre también una fuerte transformación, volviéndose capaz de tocar amorosamente el rostro de su hija autista, recluida en un hospital siquiátrico.

No hay trama que revelar en esta sucesión de escenas conocidas por todo admirador de Bergman. Saraband es, de hecho, un resumen de los temas predilectos del autor, en particular de sus fríos análisis de la pareja, de Luz de invierno a Sonata de otoño a La pasión de Anna. Planos soberbios como el de la confesión sentimental de Henrik a su hija en la misma cama estrecha remiten al clásico escrutinio de rostros en Persona y en Gritos y susurros. Karin, de 19 años, es el contraste luminoso en esta historia de afectos vencidos y zozobras existenciales; en ella, en su generosidad moral y en su amor irreductible por el arte, pareciera cifrar el autor su palabra testamentaria.

Bergman define así su cinta: "Un concerto grosso para gran orquesta, interpretado por cuatro solistas". Esta noche una oportunidad, tal vez única, de apreciar esta obra.

Saraband se exhibe este domingo por el Canal 22 a las 10 de la noche.

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