La Jornada Semanal,   domingo 29 de enero  de 2006        núm. 569
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía

CHAMAQUEAR

En ninguno de los diccionarios que frecuento aparece el verbo "cha-maquear". Esto me parece una omisión muy grave, pues me temo que esta palabra (que significa más o menos engañar de forma incruenta), está presente en muchas de las relaciones que los mexicanos establecemos unos con otros.

En este país unos chamaquean sin piedad a sus congéneres, mientras otros, muchos, sospechan que son chamaqueados. Quiero pensar que los niños están a salvo de estas consideraciones, aunque quién sabe.

Si alguien preguntara cuál es la característica más generalizada de nuestro mexicanísimo carácter yo diría que somos desconfiados, aunque el folklore asegura que somos más bien risueños, hospitalarios, alegres, holgazanes y a veces ladrones. No sé por qué, pero dudo de este retrato. Sospecho de todo, y según yo, esto es lo que me hace tan mexicana.

Un amigo gringo que conoce bien México y a varios mexicanos, declaró en una ocasión que nunca había estado con gente más suspicaz que nosotros. Este hombre solía interrogar con las mismas preguntas a todos los mexicanos con quienes trataba, ricos o pobres, jóvenes o viejos, hombres y mujeres. Las preguntas, en su mayoría, versaban sobre cuestiones políticas. Las respuestas fueron siempre de un escepticismo total. No creemos en nada y pensamos mal de todo.

Este gringo observador afirmaba que a sus compatriotas les caería bien una buena dosis de nuestro recelo, porque, ¿quién en México hubiera creído en una elección en la que la balanza se inclinó a favor de Bush justo en el estado donde gobierna, uy, qué casualidad, su hermano Jeb? ¿En las que se les "cayó el sistema", como diría Manuel Bartlett? Los reporteros mexicanos que cubrieron las elecciones para la televisión nacional no pudieron ocultar su estupor. ¿Votar por internet? ¡No había tinta indeleble para el pulgar de los votantes! Pero, ¿qué no se dan cuenta de cuántas trampas se pueden hacer así? Como de kermesse, vaya.

Luego, a estos mismo ingenuos que creyeron en el conteo final, les dicen que hay armas de destrucción masiva en Irak. Y ahí van, chamaqueadísimos, a matar gente indefensa mientras su presidente y toda la lechigada que los gobierna se enriquece.

Claro que en México los políticos se hacen de fortunas inauditas a costillas de los gobernados, pero todos sospechamos —sabemos, mejor— que esas fortunas son el resultado de cochinadas sin cuento. Por ejemplo, nadie podrá convencernos jamás de la veracidad de las declaraciones patrimoniales de los funcionarios. Jamás, repito.

Ahora bien, mi amigo el gringo me advertía que tanta desconfianza lleva a la apatía. Espero que no sea cierto, pero me temo que sí ataranta.

Siempre estamos al alba. Hay quien nos sablea con cuentos estrafalarios; los que tocan el timbre ataviados con dizque uniformes del GDF y solicitan cooperación por haber "desazolvatado"; la indígena que se acerca a mendigar para surtir una receta de Levitra (es como Viagra) en la mano; el taxista que nos confía una tragedia de Esquilo para pedir cien pesos. Argucias que más que revelar la desfachatez de los actores, nos dibujan el cuadro desolador de la situación del país. Y las otras, las chamaqueadas de los políticos, las graves y criminales, las que han convertido en dilemas algunas reacciones que debían ser espontáneas.

Si por ejemplo, hace años nos cooperamos para ayudar a los damnificados de los huracanes, y semanas después vimos por tele las bodegas llenas de agua potable, medicinas y ropa con las que los gobiernos andaban haciendo negocio, ¿qué pasó ahora? Pues que dudamos. Y claro, uno concluye que más vale ser un chamaqueado que un apático, y cuando toca de nuevo enterarse de que la ayuda no llega, que todos los funcionarios se hacen tontos, que los damnificados siguen sin casa ni ropa ni nada, ya no es sorpresa. Pero da coraje, igual. Y a los damnificados, peor.

Estos días ando con la sensación de que me quieren chamaquear, y es más clara que de costumbre. Entre el tráfico de influencias de los hijos de la primera dama, la declaración patrimonial del candidato del PRI, las amenazas contra Lydia Cacho, los litros incompletos de gasolina, el dinero fantasma destinado a implementar el voto de los mexicanos en el extranjero y el suicidio del mataviejitas, siento que ya ni el aire es de verdad. Y como vivo aquí en el DF he de tener razón.

Que conste.