Número 115 | Jueves 2 de febrero de 2006
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Católicas por Derecho a Decidir
Dios es amor… y el amor verdadero

La feligresía católica mundial recibió el año nuevo con la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus caritas est (Dios es amor), publicada el 25 de enero, que trata, entre otros, un tema inesperado. A diferencia de sus antecesores, quienes en su primera encíclica trazaban su programa pastoral, Benedicto XVI dedica la suya al amor cristiano y a discutir dos dimensiones del amor, eros, lo puramente corporal y erótico y ágape, la entrega incondicional, el amor fundado en la fe. Estas dos dimensiones operan como opuestos contradictorios que en algunos momentos pueden llegar al predominio de eros, “lo que priva al amor de su dignidad divina, lo deshumaniza y degrada al hombre” (sic): “El eros degradado a puro sexo se convierte en mercancía, en simple 'objeto' que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía”(§ 4). Por lo que el eros indisciplinado y ebrio, se puede y se debe purificar y disciplinar, para permitir no sólo el placer de un instante, “sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende nuestro ser” (§4).

El amor verdadero es definido por Benedicto XVI como el que se ocupa del otro y se preocupa por el otro: “Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el camino del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, es más, lo busca… conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad -sólo esta persona-, y en el sentido del 'para siempre'”(§ 5,6). Se refiere también a la dualidad cuerpo y espíritu afirmando que “ni la carne, ni el espíritu aman; es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Solo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre (sic) es plenamente él mismo. Únicamente de este modo, el amor, el eros puede madurar hasta su verdadera grandeza” (§ 5).

Aunque la encíclica dedica también buena parte de sus reflexiones a las relaciones entre el Estado y la Iglesia, reconociendo que no debe hacerse proselitismo en su nombre ni imponer la fe, o sustituir al Estado, hoy nos queremos referir solamente al tema del amor.

En Católicas por el Derecho a Decidir, celebramos que se le haya dado tanta importancia a un valor básico de la doctrina católica, que no ha sido precisamente respetado por los ministros de fe y que nosotras consideramos central para nuestro trabajo de defensa de los derechos humanos de las mujeres y la justicia social. En este sentido nos parece loable que el Papa haya dedicado su tan esperada primera encíclica a estos temas: el amor, la caridad, la justicia social, el respeto a las esferas de influencia de la fe y la política.

Sin embargo, desde nuestro punto de vista, esta encíclica reafirma las enseñanzas tradicionales del Magisterio Eclesial, en el sentido de negar la posibilidad del placer sexual, demonizar los aspectos corporales de la sexualidad y restringir la posibilidad del amor verdadero al matrimonio heterosexual. Aunque no se dice explícitamente, las referencias a la pareja siempre se hacen al hombre y a la mujer. Consideramos que si quienes gobiernan la Iglesia Católica, verdaderamente creyeran que el amor desinteresado es el valor principal, no habrían causado tanto sufrimiento a millones de feligreses con enseñanzas que no respetan su libertad de conciencia, ni sus necesidades y deseos. Y si la concepción del amor que Benedicto XVI nos transmite en su encíclica fuera compartida por quienes profesan el ministerio, nunca se hubieran encubierto los crímenes de abuso sexual cometidos por sacerdotes, denunciados mundialmente para vergüenza de nuestra Iglesia. Ojalá que esta encíclica sirva para una reflexión profunda de parte de sacerdotes e integrantes de la jerarquía y se traduzca en el fin del flagelo de los abusos sexuales y su encubrimiento.

¿ Quién no quiere relaciones en las que el amor sea el sentimiento que prive sobre la coerción, la violencia y las ansias de poder? ¿Quién no desea vivir el placer sexual como una dimensión positiva de realización íntima, incluso de comunicación con la divinidad? Nosotras nos preguntamos si la concepción del amor que exalta esta encíclica, el amor incondicional que se preocupa por el bienestar de la pareja, no podría incluir el respeto a las diferencias, la responsabilidad hacia sí mismos y hacia las otras y los otros y el bien común, motor de la defensa de los derechos humanos y de la justicia social, aspectos éstos imprescindibles en la construcción de un mundo más justo y humano.