Número 115 | Jueves 2 de febrero de 2006
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

El secuestro de seis jóvenes homosexuales y el atroz y cruel asesinato de al menos cuatro de ellos a manos del asesino serial confeso Raúl Osiel Marroquín Reyes alerta a la sociedad de la gravedad de un problema que no ha sido debidamente sopesado. La saña con la que perpetraron los homicidios él sus cómplices nos indican que estamos frente a crímenes motivados por el odio y el desprecio hacia los homosexuales.

Los crímenes de odio por homofobia han sido una constante en la historia de nuestro país. Sin embargo, la falta de reconocimiento de la existencia de este tipo de crímenes por parte de las autoridades judiciales y de la sociedad en su conjunto ha impedido que se actúe con eficacia y se tomen las medidas necesarias para prevenirlo. La ejecución de estos jóvenes gays de 20, 23 y 28 años se suma a la de cientos más que han sufrido la misma suerte. Es el caso del activista Octavio Acuña, asesinado con la misma saña y alevosía el pasado 21 de junio en la ciudad de Querétaro. Su ejecución hasta la fecha continúa impune.

Es necesario incorporar en el marco de nuestras leyes penales la figura jurídica de los crímenes de odio para entender cabalmente la naturaleza de este tipo de delitos. Tal reconocimiento legal permitiría abrir la discusión y la reflexión públicas sobre lo que bien podría denominarse una catástrofe moral y penal, cuyas dimensiones adquieren su mayor dramatismo en el caso de las cientos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. El reconocimiento de los crímenes de odio apela a una toma de conciencia sobre los efectos perniciosos del estigma que pesa sobre ciertas conductas juzgadas "indeseables", o hacia modos de vida percibidos como una amenaza para la sociedad. La intolerancia que se desprende de esos estigmas y prejuicios conoce su acción extrema en los asesinatos y ejecuciones motivados por el odio y el desprecio.