Usted está aquí: domingo 5 de febrero de 2006 Opinión San Cosme y San Damián

Angeles González Gamio

San Cosme y San Damián

En el año 303 los gemelos médicos Cosme y Damián fueron martirizados; primero, atados a una cruz, donde les lanzaron flechas y piedras, y después puestos en una hoguera, de donde salieron ilesos, hasta que finalmente los decapitaron.

Caritativos y generosos, ejercían la medicina sin solicitar pago alguno, y cuenta la leyenda que realizaron el primer trasplante, al colocar una pierna a un hombre que la había perdido en un accidente. La operación fue un éxito; el único detalle que podríamos decir que les falló, es que el receptor era blanco y la pierna que se le trasplantó era de un negro. Esta imagen se ha reproducido a lo largo de los siglos en esculturas, grabados y pinturas, y los convirtió en patrones y protectores de enfermos, médicos, boticarios, ortopedistas y barberos, y actualmente se les considera intercesores en la donación y trasplante de órganos y tejidos.

El célebre San Martín Caballero, patrono de los comerciantes, elogió en sus escritos la vida de estos santos mártires, al igual que varios pontífices, lo que propició que su culto se extendiera por todo el mundo y que sus reliquias fueran trasladadas a una de las basílicas más bellas de Roma, por el papa Gregorio Magno, en el año 590.

En la ciudad de México tienen su parroquia en la colonia San Rafael, otrora aristocrático barrio que espera pacientemente su redescubrimiento, que le devuelva la dignidad y belleza a las magníficas casonas decimonónicas y de principios del siglo XX que han sobrevivido la barbarie comercial. En el tiempo de su construcción, la actual parroquia se encontraba en las afueras de la ciudad de México; era una iglesia "extramuros", a la orilla de la calzada de Tacuba, uno de los caminos de acceso a la ciudad más importantes desde la época prehispánica.

Fue fray Juan de Zumárraga quien en el año de 1581 fundó un hospital con una ermita, para atender a los indios forasteros, dedicándolo a los santos Cosme y Damián. En 1669 los franciscanos le añadieron el nombre de Santa María de la Consolación, por el milagro que realizó una linda imagen tallada en madera, que aún se venera en el templo.

Esa construcción fue sustituida en 1672 por la que todavía existe, con su pequeño atrio arbolado y en la fachada las figuras en piedra de la Sagrada Familia, Santa Ana, San Joaquín y en lo más alto la Virgen de la Consolación.

Tras la aplicación de las leyes de exclaustración de los bienes religiosos, una parte del convento se dedicó a hospital militar y años más tarde la parroquia dejó de ser atendida por los franciscanos, quedando a cargo del clero diocesano, que depende directamente del arzobispado de México.

Al paso de los años perdió sus retablos originales, pero se le colocó en el altar mayor uno en estilo churrigueresco muy bello, que perteneció a la iglesia de San Joaquín. En una capilla lateral se encuentran los restos del gran historiador don Joaquín García Icazbalceta, cronista de la ciudad de México y miembro fundador, en 1870, de la Academia Mexicana de la Lengua.

Del antiguo hospital poco se conserva y lo que queda está urgido de una buena restauración. Afortunadamente hace un año llegó a hacerse cargo de la parroquia el padre José de Jesús Aguilar Valdés, hombre sensible y de gran cultura, pianista, pintor y maestro de historia del arte, quien con más pasión que recursos ha comenzado a limpiar, pintar y, lo más importante, le ha dado vida a la parroquia, entre otras cosas, con la celebración de misas gregorianas, los domingos a las 13:30 horas; misas con mariachis; atención especial a personas con capacidades diferentes; preparan para el bautismo, confirmación y primera comunión a personas con síndrome de Down, y a los que esperan o han recibido un trasplante, fomentando entre los fieles la cultura de la donación.

Sea o no creyente, es interesante conocer el templo, el sepulcro del antiguo cronista, y darse una vuelta por la añeja colonia, para admirar sus casonas y privadas, varias en plena recuperación.

Como tiene que ser en todo barrio de prosapia, hay buenos lugares para comer; uno de los más característicos es Boca del Río, que lleva décadas en su amplio local, situado en San Cosme 42, con su piso y sillas verdes, adornos de enormes girasoles de plástico y un enorme retrato de la familia Castillo, dueña del lugar.

Las viandas marinas son frescas y riquísimas; las quesadillas de cazón son un buen inicio para compartir, después puede seguir con un Vuelve a la vida que le hace honor a su nombre, y para los de buen diente un filete de pescado empapelado relleno de mariscos, o más discreto, camarones a la diabla. El acompañamiento ideal: cerveza bien fría o un vinillo blanco, de preferencia seco.

[email protected]

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.