La Jornada Semanal,   domingo 5 de febrero  de 2006        núm. 570


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

RECORDANDO A UGO BETTI

EEn la nómina de los autores dramáticos olvidados ocupa un lugar importantísimo Ugo Betti, dramaturgo fundamental del teatro contemporáneo.

Hace muchos años, los Cómicos de la Legua de la Universidad Autónoma de Querétaro llevamos a escena I nostri sogni (Nuestros sueños), la obra de Betti que habla de los fenómenos del amor en el mundo de los sectores medios de una sociedad dirigida con atroz autoritarismo por las grandes corporaciones sin bandera y sin más identificación que su afán de poder y de control de los mercados y de los consumidores cautivos. Detrás de la sencilla y casi melodrámatica anécdota de la obra de Betti, se agitan las preocupaciones sobre los jóvenes y sus acercamientos al amor. Realista y simbólica a la vez, como todas las obras de Betti, I nostri sogni conserva toda la frescura y la validez de sus reflexiones. Recuerdo otras puestas en escena, una de La Reina y los insurrectos y otra de Delito en la Isla de las Cabras. En la primera, Betti se acerca a los mecanismos de poder y analiza (a la manera de Camus en Los justos) la mentalidad revolucionaria y las complejas motivaciones de los que quieren un verdadero cambio de las estructuras sociopolíticas (El hombre nuevo de la utopía marxista y de los ideales guevaristas). Delito en la Isla de las Cabras incursiona en los meandros de la mente criminal y en los esperpénticos y pomposos discursos de los administradores de justicia (pienso en el ministro Azuela y en su retórica repleta de lugares comunes y de altisonantes platitudes). Betti era magistrado del Tribunal de Casación de Roma y mucho sabía de las cuestiones procesales y de los abismales vericuetos de la ley y de la justicia. En Corrupción en el Palacio de Justicia y en Derrumbe en la Estación Norte, vuelve a tratar esos temas y, en algunos momentos, nos hace recordar las corrupciones y corruptelas de la realidad mexicana. Volcó en estas obras toda la angustia creada por sus obligaciones jurídicas. Lo hizo con una sinceridad sobrecogedora que nos permite asomarnos a esos abismos del comportamiento humano y a todos los matices de la interpretación del espíritu de las leyes.

Recuerdo una fotografía de Gino Cervi y de Salvo Randone en la puesta en escena romana de otra gran obra de Betti, Lucha hasta el alba. En ella, dos amigos repasan los episodios de su vida y de su relación amistosa con una sinceridad brutal.

Mucho se habló de Betti y de sus cargos judiciales durante el régimen fascista. Los cumplió con honradez y muchas veces se opuso a las consignas del sistema autoritario. Hace unos años, en Roma, su hija me contó cómo se agitaban en el alma de Betti las dicotomías del cumplimiento de sus obligaciones legales con las presiones del poder político. Siempre fue fiel a su tarea jurídica y esto le trajo grandes problemas con el monstruo fascista. Tal vez estos recuerdos despierten el interés de los teatreros actuales y vuelvan a leer a Ugo Betti, dramaturgo original y pensador justo y sincero.