La Jornada Semanal,   domingo 5 de febrero  de 2006        núm. 570

MANUEL STEPHENS
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VIGÍA

La obra de Óscar Ruvalcaba presenta constantes a lo largo de su trayectoria. Entre éstas destaca la construcción de situaciones dramáticas que atienden a la sensualidad y al impulso creador del individuo quien, sin embargo, es colocado en un medio opresor y anónimo. La pieza corta Ariel delinea esta faceta del coreógrafo, quien se sumerge en la intimidad de sus criaturas para hacerlas debatirse en la perenne disyuntiva entre su yo y los otros. El título de la obra remite al espíritu aéreo de La tempestad, de William Shakespeare, el opuesto del infausto Calibán. En Ariel, Ruvalcaba presenta una construcción de la colectividad que irá desgajando poco a poco hasta dejar al personaje central inmerso en la soledad y la renuncia. Esta obra desarrolla una intensidad poética particular y desafortunadamente no ha sido recupera-da para la escena. Lo cual no ha sucedido con Mona Lisa, Madre Tierra que fue repuesta el año pasado. Este espectáculo, interpretado por el coreógrafo, se basa en el mito de Perséfona, hija de Démeter, quien es raptada por Plutón y obligada vivir la mitad del año en el inframundo.

De obras posteriores destacan dos en las cuales Ruvalcaba recurre nuevamente a una fatal alienación de sus personajes: La Divina, María Callas In Memoriam y Carlota, la del jardín de Bélgica. En estas obras de largo aliento, como en las piezas mencionadas, el discurso se aleja del realismo para dar lugar a una construcción más cercana a lo simbólico y a la lírica. En Carlota..., por ejemplo, Ruvalcaba utiliza el cabaret dadaísta de principios del siglo XX para recrear el desesperado absurdo en que se ve sumida una mujer educada en las cortes europeas, al encontrarse en la vorágine de la vida política del México de la época. Es así que Ruvalcaba propicia una reflexión que se extiende al México de hoy y, en general, a la consternación de un mundo globalizado en el cual el lugar del sujeto se vuelve cada vez más inestable.

Intentando catalogar a los personajes de Ruvalcaba podríamos decir que estos son "elegidos". Son seres a los que su inequívoca individualidad condena, pero que, no obstante su circunstancia, acceden a una especie de éxtasis, a una locura que los acerca por momentos a lo divino.

En 2005, Óscar Ruvalcaba participa con Benito González, Evoé Sotelo y Alicia Sánchez, en lo que denominaron una "intervención escénica". Luz de neón para Prometeo fue un espectáculo que capturó el sótano del teatro Raúl Flores Canelo como espacio escénico. La obra es una especie controlada de performance dentro de una instalación lumínica en la que el público se desplaza eligiendo entre acciones coreográficas simultáneas. No resulta casual siguiendo a Ruvalcaba que, aun en esta obra colectiva, se evoque a Prometeo. Pero más allá de la actualización del mito está la forma de estructuración. Ya en Carlota… Ruvalcaba claramente se arriesga a una supuesta descontextualización de la anécdota para dejar que la acción del cuerpo hable por sí misma y conduzca a la elaboración del significado. De esta manera, el espectador puede recuperar los antecedentes pero es impulsado a reelaborarlos. La más reciente obra de Ruvalcaba abunda en este sentido.

Vigía (nuevos rituales nocturnos) es una pieza corta en que el elemento central es indiscutiblemente el movimiento. Construida a través de módulos dinámicos posiblemente intercambiables, el coreógrafo despoja la obra de toda intención de dramatizar para dar lugar a una danza que recaptura los orígenes del movimiento como forma de transgredir estados cotidianos de conciencia. Como en el rito, los bailarines tienen que sobreponerse constantemente al fluir incesante del movimiento y sus dinámicas para ir generado un espacio energético delimitado sólo por la propia voracidad de los cuerpos. Cinco personajes andróginos, híbridos, repiten incesantemente un trayecto circular sobre un cuadro de linóleo blanco, rompiéndolo por momentos en los cuales la partitura coreográfica da lugar a acciones superpuestas. Bajo una estética cyberpunk, Ruvalcaba logra una poderosa obra que sugiere que el uso del cuerpo sigue siendo la prístina trinchera para trascender la realidad. La danza se convierte en manos de Óscar Ruvalcaba en un medio y un fin en sí misma. Vigía retoma la necesidad de individuación —presente en toda su producción— por medio de lo único que nos es en verdad inherente: nuestro cuerpo; es una obra difícil que violenta cánones y que confirma a Ruvalcaba como un coreógrafo imprescindible para la danza actual.