La Jornada Semanal,   domingo 5 de febrero  de 2006        núm. 570

Dos poemas

Francisco Torres Córdova

XII

Un patio que mece su blancura en la sombra de un árbol, un abanico de aves que hace viento al viento, y un rumor de hojas tiernas en el largo empedrado del silencio. Al pie de la distancia. Parado de puntas tiendo los brazos para poner en su cima una maceta con geranios.

Y la voz que en la palma de la mano hace eco de la infancia.

XIII

Miro la palma de mi mano. En la arcilla y agua de sus trazos, poderoso y frágil como el pan, camina un niño descalzo. Él en mí —o yo en él— por donde pase, a su lado paso, si lo dejo atrás adelante lo reencuentro. A todas partes donde llego es mi regreso. Su mirada cifra el sentido y el vacío en que se mece el ramaje de mis actos, y en las letras de los nombres de ciudades que agitan mis pies y resuenan en mis pasos, sobresalen siempre, evidentes o difusas, las vocales primitivas de su voz. Su voz que no he escuchado nunca surgir articulada de sus labios, pero que el viento labra en mis oídos inquietando en mi conciencia los relieves de un recinto, de una geografía anterior a la conciencia, cuando la memoria era apenas un suspiro, el rumor de la materia en que se engarza el impulso de una vida. Y en esa geografía, que presiento en el envés de la trama de los días, aunque en sus ámbitos y climas me haya dilatado en corazón y sueño, cercado por los muros del silencio el eco de mis viajes cristaliza; apoya en el aire el tumulto de sus aves, la sonora alquimia de sus lenguas en mi lengua, el temblor de su rosa de los vientos.

De la serie Peso y contorno de animal, en Así la voz.

Este trabajo es parte del proyecto para el SNCA, 2001-2004.