La Jornada Semanal,   domingo 5 de febrero  de 2006        núm. 570

MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido


COCODRILOS

"Siempre que vean un cocodrilo en la calle —decía de pronto el abuelo, más alto de lo que hacía falta, porque era medio sordo—, lo que tienen que hacer es calmar la temblorina y salir disparados. Pero jamás en línea recta, porque se alzan en las patas y son veloces como la fregada. Y no se rían, porque a mí ya me pasó dos veces; una en Reforma, poquito después del temblor aquel cuando se cayó el Ángel, y la otra saliendo de los toros, enfrente del Parque Hundido. Si llueve hay que tener cuidado: los cocodrilos se esconden en los charcos. Allí se quedan quietos, agazapados en el agua oscura, con los ojos de fuera, esperando que alguien pase. Y si no me lo creen, pregúntenle a su tía Aurora." El abuelo se llamaba Augusto. Era calvo. Usaba trajes de lino, sombrero de paja y camisas floreadas, como si viviera en la costa. Daba clases de piano y le gustaba caminar. Cuando iba con él me apretaba la mano y me decía: "Alerta, alerta, charco a la vista."