Usted está aquí: lunes 6 de febrero de 2006 Deportes José Luis Angelino, triunfador absoluto en la fiesta por los 60 años de la México

Teófilo Gómez y Bernaldo de Quirós mandaron 8 inválidos a la histórica celebración

José Luis Angelino, triunfador absoluto en la fiesta por los 60 años de la México

Cortó dos orejas

El Zotoluco, otras dos

Ponce y El Juli se fueron en blanco

LUMBRERA CHICO

José Luis Angelino salió ayer de la Monumental Plaza México a hombros de sus admiradores, seguido por decenas de personas que coreaban el grito de "¡torero!" y convertido en el máximo triunfador de la corrida que conmemoró el 60 aniversario del coso de Insurgentes. Con un vestido de seda violeta bordado en oro, el joven diestro poblano le cortó una oreja a cada uno de sus dos toros y perdió la segunda del segundo al fallar con el estoque.

Aunque Eulalio López El Zotoluco también se llevó un apéndice tras la muerte de cada uno de sus enemigos, anoche en los comederos y bebederos alrededor de la sexagenaria plaza la gente sólo hablaba de los hondos y lentos naturales que Angelino le dibujó al octavo de la tarde, el más protestado del encierro y paradójicamente el de mejor estilo y embestida más alegre.

Pero la bulliciosa multitud que llenó de bote en bote las más de 40 mil localidades del embudo de Mixcoac, no ocultaba su decepción por el desempeño del valenciano Enrique Ponce, que lució parco, desganado, impreciso con la muleta y muy torpe con el acero tanto en los dos ejemplares de su lote regular como ante el vergonzoso novillo que regaló a petición del público.

No menos deprimido lucía el ex niño madrileño Julián López El Juli, a quien luego de pasar en blanco por la debilidad y mansedumbre de sus primeros dos toros, le salió, en el segundo de obsequio, el único que era bravo de verdad y con el cual se comportó a la altura de las adversas circunstancias, peleándole con valor y elegancia.

La quinceava corrida de la temporada "un poco menos chica 2005-2006" pareció una larga sesión terapéutica de una clínica de rehabilitación, donde los picadores en vez de pegar puyas aplicaban inyecciones, y los cuatro matadores transformados en enfermeros se desvivían por ayudar a los inválidos y descastados bichos a caminar sin caerse.

Estos eran 4 de la ganadería queretana de Teófilo Gómez (TF) y 4 de la hidalguense de Bernaldo de Quirós (BQ), pero se veían tan poquita cosa en los corrales que el empresario Rafael Herrerías ordenó encajonar 5 de reserva: 2 de Fernando de la Mora y 3 de Xajay. Al Esquiroluco, vestido de esmeralda y oro, le tocaron Esto, cárdeno paliabierto de TG, y Compañero, cárdeno veleto de BQ, uno de 480 y otro de 513, a los que en síntesis les hizo la misma faena.

Los recogió con la muleta como si fueran migajitas de pan sobre un mantel y los enseñó a perseguir la franela, que llevaba siempre arriba, en torno de su cintura, con una mano y luego con la otra, dándoles tiempo a que recobraran el gas, pero sin comprometerse en serio como cuando el primero le planteó dificultades por la izquierda y en lugar de fajarse se desentendió de él olímpicamente.

Después vinieron Ponce y El Juli. De blanco y plata, el valenciano hizo lo de siempre -bordar chicuelinas remotas, ligar trapazos con mucho temple, caminando y resolviendo con el arte del bailarín de ballet que pudo ser y no fue-, pero las reses eran pésimas y se desmoronaban como esculturas de sal. Para colmo, luego de fracasar ante Cocherito, cárdeno de BQ, y Ya te vi, negro zaino de TG, regaló a Rey Negro, de Fernando de la Mora, que era un novillo infumable.

A Julián López le salieron Murmullo, cárdeno de TG y Chocolatero, negro de BQ, ambos pésimos, y el de regalo, Festejado, negro de Xajay, corrido en décimo lugar, que fue bravo ante el caballo y llegó a la muleta ejemplificando el peligro que representa un toro de verdad, consciente de lo que significan sus cuernos. Sin lucirse, el ex niño cumplió muy bien.

A Angelino, el más joven y promisorio del elenco, le tocaron Aldeano, negro de BQ, y Bien Merecido de TG, a los que trató con la misma solvencia, sin decir nada con el capote, banderilleándolos con alegría y muleteándolos con clase, poder y sitio, en derechazos despatarrados y naturales de antología, sobre todo a su segundo, al que si hubiera despachado al primer viaje con el volapié que cobró un instante después, lo habría mandado al rastro sin las dos orejas. Por eso el público lo sacó a hombros como el verdadero triunfador.

Mención aparte merece el juez Jorge Ramos quien, contrario a su costumbre de conceder trofeos a granel, otorgó con acierto los cuatro pabellones auriculares recibidos por los mexicanos, pero se tardó cinco minutos en tocarle un aviso a Ponce, que mató a su segundo de pinchazo y 7 descabellos, lapso en que, si hubiera impartido genuina justicia, habría bastado para que le mandara el astado vivo al corral. Pero cómo cree usted...

 
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