Usted está aquí: lunes 6 de febrero de 2006 Política De ofensas y rupturas

Javier Wimer

De ofensas y rupturas

El retiro de nuestro embajador en Caracas ha traído a la memoria pública la interrupción de relaciones entre México y Venezuela durante el decenio 1923-1933. Como algunos artículos o notas pasan por alto o describen mal el incidente que originó esta ruptura, tal vez convenga reconstruirlo con el auxilio indispensable de nuestro archivo diplomático.

Esta ruptura es interesante desde varias perspectivas y de modo principal porque descubre o confirma la dualidad de nuestra política exterior, dividida entre su simpatía por las luchas contra las tiranías latinoamericanas y su persistente rechazo al reconocimiento de gobiernos que era entonces instrumento predilecto del intervencionismo de las grandes potencias, postura que, a partir de 1930, comenzaría a conocerse como doctrina Estrada. Además el episodio tiene para mí un valor agregado pues mi padre, Miguel Wimer, fue personaje central del conflicto, del cual tuve un conocimiento temprano y un grueso expediente que se perdió entre viajes y cambios de domicilio.

En 1923, Miguel Wimer, distinguido actor, director y empresario teatral, presentó una obra que disgustó a la censura obregonista y al propio general Obregón, quien lo mandó llamar y le sugirió que se ausentara del país. El invitado a retirarse de la escena se apresuró a encontrar un socio y a organizar una compañía de teatro de revista que se proponía recorrer todo el continente, desde Centroamérica hasta Buenos Aires. No llegó tan lejos, pues el general Juan Vicente Gómez, dictador de Venezuela desde 1908, impidió la entrada de la compañía mexicana a territorio venezolano.

Procedente de Puerto Limón, Costa Rica, y a bordo de un vapor holandés llamado Van Resselsaer, llegó la compañía al puerto de La Guaira. Ahí se prohibió su desembarco e inútiles fueron las gestiones realizadas por el empresario y por nuestro cónsul para revertir la orden arbitraria. El primero logró entrevistarse con el secretario particular de Gómez, quien le explicó que la medida se debía a que el país estaba de luto por la muerte del hermano del presidente, y el mismo secretario contestó al requerimiento de nuestro cónsul con un telegrama donde afirmaba que la prohibición obedecía a razones especiales extraordinarias.

Ninguna solicitud pudo torcer la decisión del tirano y al capitán del barco le urgía deshacerse de sus pasajeros para seguir su derrotero. Después de varias gestiones, el cónsul holandés intervino y consiguió que los pasajeros fueran transferidos a un barco italiano cargado de carbón que los depositó todos tiznados en Barranquilla, donde aún tuvieron el entusiasmo necesario para presentar seis funciones y para intentar, sin éxito, debutar en Bogotá.

Mientras el grupo de compatriotas resistía los embates del destino, los acontecimientos se aceleraban en el frente diplomático. El 3 de octubre de 1923 nuestra cancillería anunció la suspensión de sus relaciones con Caracas en un escueto telegrama que decía:

"Con motivo Gobierno Venezuela impidió entrada país mexicanos forman compañía espectáculos sin dar explicación satisfactoria Gobierno Mexicano recordó retirar su representación consular así como exequatur Cónsul Venezuela en México."

El mismo 3 de octubre el ministro de Venezuela en Washington aprovechó una reunión de la Unión Panamericana para sostener que México no es un país civilizado, que México está lleno de bandidos, que el gobierno de Obregón está fomentando la revolución en su país. Así se inició un decenio sin relaciones oficiales, en que estuvieron interrumpidas las relaciones entre los dos países.

La verdad es que el gobierno venezolano nunca dio una explicación medianamente satisfactoria sobre los motivos del maltrato a la compañía mexicana y no lo hizo por la muy simple razón de que no quería hacerlo, porque no se trataba de aclarar o disimular un malentendido, sino de un desafío, de un ajuste de cuentas que hubiera perdido su razón de ser, su eficacia dramática, si le hubiera dado un fundamento convencional.

Hondas diferencias ideológicas separaban a los dos gobiernos y eran ásperos sus escasos intercambios. A Juan Vicente Gómez no le faltaban motivos de agravio contra México. Sostenía que el gobierno obregonista alentaba las manifestaciones en su contra y que protegía las expediciones que intentaban su derrocamiento. Pero la ofensa mayor venía de un célebre discurso pronunciado el 20 de octubre de 1920 por José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional de México, que era entonces una dependencia oficial, donde llamaba a Gómez "cerdo humano que deshonra nuestra raza y deshonra a la humanidad". El gobierno mexicano se deslindó enérgicamente de esas opiniones, pero mantuvo a Vasconcelos en su puesto. De modo que la gira de una compañía mexicana le ofrecía al tirano la oportunidad excepcional para cobrarse ofensas pasadas.

La ruptura se volvió parte de una política de Estado pues, tal como se acostumbra en estos casos, ambos gobiernos reclamaban disculpas de su contraparte. Varios países latinoamericanos se ofrecieron como mediadores entre las partes en conflicto y finalmente Brasil obtuvo un acuerdo entre las partes en discordia que permitió la reanudación de relaciones diplomáticas entre México y Venezuela el 24 de julio de 1933. En aquel entonces seguía siendo presidente de Venezuela el longevo Juan Vicente Gómez y presidente de México Abelardo Rodríguez, el cuarto de los mandatarios que se sucedieron después del asesinato de Obregón.

Ahora como entonces sólo hay injurias de por medio y ninguna causa estructural que impida una buena relación entre las dos naciones. Es probable que este año no sea el mejor para disculpas y reconciliaciones, pero el próximo, en cambio, parece propicio para la desmemoria y el olvido. Propicio para reducir a su verdadera dimensión un pleito en que no hubo muertos ni heridos y ni siquiera daños en propiedad ajena.

 
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