Usted está aquí: miércoles 8 de febrero de 2006 Opinión México y Mahoma

Javier Aranda Luna

México y Mahoma

Tiene razón Carlos Monsiváis cuando afirma que la derecha ha perdido todas las batallas culturales. Y las ha perdido por una razón muy simple: la barbarie es lo contrario de la cultura, el sentido opuesto de la civilización.

En el fondo oscuro del pensamiento autoritario (no hay derecha sin fuete ni cadalso) se encuentra el rechazo al otro, al diferente, al distinto. Esa veta autoritaria tiene una larga tradición en nuestro país. No es extraño que así sea. Nuestra herencia española, además de incluir a Quevedo y Cervantes, cuenta con la inolvidable figura de Isabel la Católica, la reina que expulsó judíos luego de expropiarles sus bienes. ¿Y no es esa misma clase gobernante de la España de entonces la articuladora de la Santa Inquisición? Por esa herencia oscura no me extraña que existan grupos de mexicanos que aún insistan en canonizar a esa reina que fue y sigue siendo símbolo de la intolerancia. Si el Vaticano ha canonizado a otros personajes y se ha saltado a doña Isabel por algo será.

Nuestra historia negra incluye, por supuesto, a los cristeros que mutilaban los senos a las maestras rurales y a los maestros les cortaban las orejas. Y, ¿recuerda el caso de Canoa, cuando un sacerdote enceguecido azuzó a un pueblo para asesinar a un grupo de universitarios sólo por el hecho de serlo? Y, ¿qué decir de los niños expulsados de las escuelas públicas en Chiapas, Oaxaca, Nayarit, Jalisco por no profesar la religion católica?

La educación pública y el Estado laico fueron el centro del discurso de Carlos Monsiváis al recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de lingüística y literatura. Más allá de la lectura política y local de su discurso, llamar la atención sobre esos temas es un asunto vital en todas partes del mundo.

Cada vez resulta más evidente en este mundo globalizado que la religión será uno de los signos distintivos de nuestro siglo. La polémica desatada por las caricaturas del profeta Mahoma en Europa nos muestran esa cara de la intolerancia que debemos evitar y combatir sin afectar, claro, la libertad de creencias de las personas. Pero así como debemos respetar las creencias religiosas de cualquiera, no podemos hacerlo afectando libertades que forman parte de la vida democrática. Probablemente prohibir el uso de velos en las escuelas francesas haya sido un exceso. Y lo que sin duda es un exceso es pensar limitar la libertad de expresión arguyendo motivos religiosos.

No hace mucho en Monterrey grupos empresariales y políticos impidieron la construcción de un templo protestante. Acto de intolerancia que no debería existir en el país, pero como se dio, la respuesta vino de fuera: cuando un grupo de distinguidos empresarios católicos pretendió construir un seminario católico en Estados Unidos les contestaron con la misma moneda. Después de esta lección seguramente las cosas cambiarán en Nuevo León, porque no se puede pedir al otro lo que uno no acepta cumplir. Nuestros cruzados ahora saben que si lo hacen de nuevo les pagarán medida con medida.

Así como no podemos aceptar la Guerra Santa por respeto a las creencias ajenas, tampoco podemos permitirnos soslayar la plataforma de convivencia mínima que nos ofrece la democracia y su pensamiento laico. Atentar contra ella es atentar contra cada uno de nosotros. Es sano que existan distintas religiones. Toda diversidad nos enriquece, pero no permitamos que en nombre de un credo se nieguen las libertades esenciales de los otros. En la vida democrática lo único que no cabe es el pensamiento autoritario, la intolerancia que pondría en riesgo la civilización misma. Ahora que en otras partes del mundo se rasuran las barbas nos convendría poner a remojar las nuestras. Recuperar nuestra herencia liberal es recuperar también el antídoto contra toda tentación autoritaria.

 
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