Usted está aquí: miércoles 8 de febrero de 2006 Opinión El Rocher de Cancale

Vilma Fuentes

El Rocher de Cancale

La mañana misma del día en que la Saint-Estève profetizaba el triunfo a Victorin, Carabine había dicho a Du Tillet hacia las siete de la mañana: ''Si fueras amable, me invitarías a cenar al Rocher de Cancale..."

Cuando mirábamos con codicia los abundantes puestos del mercado de la calle Montorgueil en el barrio de Halles, en París, donde desafiábamos el frío del invierno, la lectura de estas frases de Balzac habrían podido hacernos dudar del espacio y del tiempo, de lo real y de lo imaginario, pues un verdadero restaurante, Au Rocher de Cancale, estaba en efecto ahí, frente a nosotros. Una vez informados, comprobamos que se trataba del establecimiento que Balzac evoca y describe a menudo en La Comedia Humana.

''A las siete y media, en el más bello salón del establecimiento donde Europa entera ha cenado, brillaba sobre la mesa una magnífica vajilla en plata maciza hecha expreso para las cenas en que la vanidad saldaba la cuenta con billetes de banco. Torrentes de luz producían cascadas en el borde de las cinceladuras. Los mozos, que un provinciano hubiese tomado por diplomáticos, si no fuera por la edad, se mantenían serios como gente que se sabe ultrapagada.''

Para el viajero que ha leído un poco, llega siempre un momento inquietante: ¿qué puede encontrar de sus lecturas en el paisaje real que sus ojos descubren pero al cual ya conocía mediante los libros leídos?

El restaurante Au Rocher de Cancale aparece, múltiples veces, en La Comedia humana de Balzac, sobre todo en las ''Escenas de la vida parisiense". Los dos párrafos citados provienen de La cousine Bette, una de las obras maestras de este autor.

Si no tengo la menor debilidad por los peregrinajes a lugares donde vivieron escritores u otras figuras admiradas, menos aún a sus tumbas, cuando el azar me pone frente a un sitio conocido mediante los libros, no puedo dejar de emocionarme. Y de asombrarme. Tanto de las diferencias entre lo imaginado y la presencia real de ese inmueble, ese jardín, ese palacio, como de los cambios, e inclusive la desaparición, de esos lugares. Todavía recuerdo mi sorpresa al atravesar en taxi el Louvre real y ver todos esos automóviles y camiones pasando bajo sus arcos, cuando yo seguía aún imaginándolo con mosqueteros sobre caballos caracoleando. Pero más que los monumentos palaciegos, las catedrales, los parques (el jardín de Luxemburgo de la Cosette de Hugo), me atraen los sitios que albergaron escenas, si no más secretas, más íntimas.

Así, durante un paseo de cuatro kilómetros y pico en un París helado pero siempre sorprendente, salté de gusto al descubrir el Rocher de Cancale en la calle de Montorgueil. Desde luego las paredes exteriores no están en el mejor estado, pero queda la arquitectura del siglo XIX en la planta baja y los dos primeros pisos.

Dispuesta a entrar para mirar el escenario de los personajes balzacianos, pude leer en una placa los datos históricos del lugar. Ligera desilusión: el Rocher de Cancale en cuestión, situado en el número 59 es la copia del original que estaba enfrente todavía en 1846. Sin embargo, posee la atmófera de las novelas de Balzac: su precisión en la descripción de la realidad, y esa mezcla de lugares reales y personajes inventados.

Si el nuevo Rocher de Cancale no conocerá la celebridad del anterior, en su primer piso quedan ocho paneles del decorado que se atribuye al pintor y dibujante Gavarni y pueden admirarse temas de carnaval, personajes humorísticos, guirnaldas y naturalezas muertas.

Enfrente, en el número 78, no queda nada del edificio que albergó el primer restaurante. Un inmueble cualquiera sin adornos ni frisos, en su planta baja una tienda con luz neón. Seguimos nuestro paseo por la calle Montorgueil, que conduce a lo que fue los Halles, el mercado de distribución de alimentos, ''el vientre de París" (así llamado por Zolá) desde el siglo XII, y del cual no queda ni una huella, trasladado a Rungis en 1975.

Pero el Rocher de Cancale se conserva vivo no sólo en Montorgueil, también en las novelas de Balzac. Duración distinta, que obedece a otro tiempo: el de la escritura.

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