La Jornada Semanal,   domingo 12 de febrero  de 2006        núm. 571


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

YORGOS SEFERIS, POETA Y DIPLOMÁTICO (I DE II)

Para Eleni Gini
Para Marco Antonio Campos

DIPLOMACIA Y LITERATURA

En la larga lista de escritores que han ejercido la carrera diplomática, Yorgos Seferis ocupa uno de los lugares principales. Lo acompañan en la aventura de conciliar el anhelo de vivir y crecer en la propia tierra con el exilio voluntario y la identificación con otros pueblos, otras lenguas y culturas, los franceses Paul Claudel y Alexis Leger, el británico Lawrence Durrel, los españoles Ángel Ganivet y Ramón Pérez de Ayala, y una impresionante nómina de latinoamericanos, de la cual citaré solamente algunos nombres: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique González Martínez, Alfonso Reyes, José Juan Tablada, Octavio Paz y Alejo Carpentier.

EL OFICIO DE ESCRIBIR

No son muchos los escritores que han logrado vivir de la literatura y hacer de ella, simultáneamente, una vocación y un oficio. Cervantes fue un descuidado cobrador de impuestos, Dante se vio obligado a dominar las escurridizas artes de la política, Cavafis y Pessoa desempeñaron pequeños y asfixiantes trabajos de oficina, Chéjov, con su carga de enfermedades a cuestas, sirvió a la medicina y a la ecología, Wallace Stevens fue un competente y exitoso vendedor de seguros, Faulkner y Fitzgerald escribieron, con suerte variable, guiones para el cine comercial, y Poe, Dylan Thomas y Lowry realizaron trabajos más para beber que para vivir. Otros, como Eliot, Hemingway, Machado, Borges y García Márquez, cumplieron oficios cercanos a la literatura: la cátedra, el periodismo, las labores editoriales y la dirección de bibliotecas, y algunos, con el paso del tiempo, el aumento de la fama o los generosos premios, ganaron con justicia el derecho a vivir de sus escritos y a conciliar, de manera definitiva, la vocación con el oficio. Sobre este tema, que ha sido objeto de múltiples controversias, conviene afirmar que los grandes escritores han alcanzado sus metas pasando por encima de las condiciones adversas, y de las angustiosas trivialidades de los trabajos para sobrevivir.

LAS DOS VOCACIONES DE SEFERIS

En la vida de Yorgos Seferis el servicio diplomático se convirtió en la manera más profunda de ligarse a una lengua, una cultura, una historia de siglos, una visión del mundo que había recibido un golpe mortal con el fracaso de la "megali idea" en 1922 y la derrota definitiva del helenismo en el Asia Menor. En su historia personal convivían la memoria del trágico muelle de Esmirna, la desesperada huida de miles de griegos y la arrogante entrada a la ciudad de las tropas de Kemal Pachá, con una Atenas recostada en las faldas de la Acrópolis y con la Avenida Singrou que lleva de la mano a la ciudad de piedra, polvo y pinos amenazados para ponerla en el regazo del Egeo remansado en las playas del Paleo Fáliro y, a veces, enfurecido hasta inmovilizar a la ilustre marinería de El Pireo.

La infancia recorrió las playas de Esmirna, la adolescencia estudió en la antigua Clazómenas y la juventud dejó el mundo helenístico envuelto en llamas y se refugió, junto con millón y medio de helenos de Asia Menor, en una Atenas que amplió calles y plazas y construyó a gran velocidad barrios enteros para recibir a los hermanos del zozobrado mundo de Asia Menor.

Estas pérdidas, estas huidas, estas adaptaciones o realidades nuevas, hicieron que Yorgos Stilianós Seferiadis tuviera, como decía Pessoa, una patria esencial: la lengua demótica. A su defensa y expansión dedicó su vida y su trabajo; por eso, en su caso, el poeta no se explica sin el diplomático defensor de una identidad nacional en la cual estaba involucrada su propia vida, y el diplomático no se entiende sin el poeta y sus construcciones de palabras en una lengua que es, en última instancia, una cosmovisión. Hay en estas dos vocaciones una afirmación de su pueblo y de su persona, y en el fondo de ella latía "el dolor de ser griego". Dolor, sí, pero también deslumbramiento y la conciencia de llevar sobre los hombros todos los siglos de Occidente, todos sus cantos y lágrimas, sus millones de muertos y su pensamiento vivo y ágil como una estatua de efebo oculta entre la maleza o la columna trunca de un templo derruido por el tiempo, la naturaleza o la estupidez de los fundamentalistas. De esta manera, el poeta y el diplomático afirmaron, a través del helenismo, su esencia universal. El "esmirniota", el nacido en la antigua Jonia, encontró en su lengua y en la defensa de la soberanía de la patria griega todo un sistema de interpretación y de valoración del hombre y del mundo.

(Continuará.)