La Jornada Semanal,   domingo 12 de febrero  de 2006        núm. 571
 

Carmen Hinojosa

De Altisidora a Lolita

Aunque Vladimir Nabokov fue un crítico agudo de Cervantes y decía no gustarle mucho su obra, por varios años le dedicó al Quijote un curso especial en importantes universidades de Estados Unidos y, como base del curso, escribió un libro de cuatrocientas y tantas páginas donde analiza la obra a últimas consecuencias. Ahí, comparaba a Shakespeare con Cervantes y opinaba que, "aunque redujéramos a Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas", pero también aceptaba que ambos escritores eran "iguales en influencia, en difusión espiritual".

Un toque de esa influencia cervantina, si no es que más, se aprecia en Lolita, la nínfula de Nabokov que a muchos les recuerda a la Altisidora de Cervantes. Dice Ricardo Bada en su ensayo "La Lolita de Don Quijote" que "la inquina de Nabokov contra Cervantes proviene (...) de que don Miguel se le adelantó en vislumbrar el gran tema de las relaciones de un hombre maduro con una nínfula". Cierto. Ignoro si Nabokov alguna vez aceptó la influencia que tuvo Altisidora en su Lolita, pero a juzgar por la siguiente cita, tomada de su Curso sobre El Quijote, sí la hubo:

Y la voz de la doncellita Altisidora (que lleva la R de realidad), tan cerca, en el jardín, por un instante se le hace física y mentalmente más vívida que la visión de Dulcinea del Toboso, con todas esas eles lacias y lánguidas de flaca ilusión.

Aunque para Nabokov el enamoramiento de Altisidora es un engaño —no así para Bada, por ejemplo--, lo que sí subraya es que en la escena del jardín y el canto de la jovencita, Don Quijote experimenta una "insinuación interior, la sospecha velada" de que Dulcinea tal vez no existe, en contraste con esa voz real, que pertenece a una persona verdadera, y que a partir de ese momento le hará dudar de su fuerza interior para mantener "el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba". Cierto es que Don Quijote triunfa en su decisión de mantenerse fiel a su amada, pero existen varias escenas en las que el coqueteo —abierto por parte de Altisidora, oculto y hasta inconsciente por parte de él- se convierte en un intercambio de actitudes y diálogos que no dejan duda de la atracción que entre ambos se establece, al grado de que, también como dice Bada, catorce capítulos después del primer encuentro entre los dos personajes, Don Quijote todavía habla de esa doncella de carne y hueso que, por momentos, le ha hecho perder la compostura:

Advierte, Sancho —dijo don Quijote--, que el amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos (...) y cuando toma entera posesión de un alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza; y así, sin ella declaró Altisidora sus deseos, que engendraron en mi pecho antes confusión que lástima.

Humbert Humbert, el protagonista de Lolita, también pierde la compostura, y muchas cosas más, en la historia de Nabokov, donde la niña sí que resulta real. Desde la declaración del enamorado, de que la nínfula fue quien lo sedujo y no al contrario, hasta el desenlace de su historia, el lector acompaña a Humbert Humbert en ese largo viaje de confusión del que Don Quijote sólo vio el principio.

Más allá de Altisidora y Lolita, hay otras similitudes entre las dos novelas. En el prólogo a Lolita, "John Ray, Jr." se presenta como el editor de un manuscrito de memorias llamado Lolita o La confesión de un hombre blanco viudo, escrito originalmente por "Humbert Humbert" y puesto en las manos del primero después de la muerte del autor. Este juego de espejos entre Nabokov, John Ray, Jr. y Humbert Humbert recuerda al de Cervantes, Cide Hamete Benengeli y Don Quijote o Alonso Quijano. Asimismo, ambas obras parodian las situaciones de un antihéroe, aunque se trate de personajes tan opuestos como Don Quijote de la Mancha, el más digno representante de la caballería andante y el amor cortés, y un hombre "horrible, abyecto (...) anormal", que "no es un caballero", como describe John Ray, Jr. a Humbert Humbert. Por otra parte, y valgan las comparaciones, Lolita es, como El Quijote, un triunfo del lenguaje y estilo literario de su autor. Nabokov ha sido considerado un artífice del idioma inglés, que curiosamente no fue su primera lengua, y Lolita es un ejemplo de su maestría.

En el capítulo dos de esta última novela, Humbert Humbert, ante un jurado que seguramente lo condenará, inicia el relato de su aventura con Lolita hablando sobre su propia niñez y adolescencia. Cuenta la historia de Annabel, la nínfula que amó cuando era también casi un niño. Para él, la relación truncada con esa muchachita fue el detonador para que "al fin, veinticuatro años después, haya roto el encanto al encontrarla en otra": Lolita. Sin embargo, Nabokov ya ha dejado entrever, páginas antes, que su personaje conocía, desde muy pequeño, a otra nínfula, igualmente memorable:

Él, mon cher petit papa, me llevaba a pasear en bote y a montar en bicicleta, me enseñó a nadar y a zambullirme y a esquiar, me leyó El Quijote y Los miserables...