La Jornada Semanal,   domingo 12 de febrero  de 2006        núm. 571
A LÁPIZ
Enrique López Aguilar
a [email protected]

LEER POESÍA (II Y ÚLTIMA)

Para quienes no se ostentan como lectores "profesionales" de poesía en México, su lectura enfrenta varios contratiempos. El primero es el bajo porcentaje de lectores en el país: del total de libros de cualquier tema y nivel leídos al año, a cada habitante le corresponde cerca de 1.5 libro en el prorrateo, según cifras oficiales. El censo vigente registra a 97 millones 483 mil 412 mexicanos, y el noventa y dos por ciento de esa cantidad corresponde a alfabetizados mayores de quince años: 89’684,739 personas saben leer y escribir en México; eso significa 146’225,118 libros repartidos entre alfabetas y analfabetas.

Pocos mexicanos tienen hábitos de lectura: si un optimista cinco por ciento de la población fuera lectora, 4’874,170.5 lectores leerían anualmente treinta libros: 2.5 libros mensuales o 0.0821 libros diarios. ¿Profesionistas y estudiantes leen libros? No: pocos estudiantes (incluidos los de nivel universitario y de carreras de Letras) y profesionistas (incluidos los profesores de español de enseñanza básica y media) tienen hábitos de lectura. De hacerse un censo en la República de los Lectores (cuya demografía es un poco superior a la de Guanajuato y, en realidad, tal vez equivaldría a la de Tlaxcala), ¿cuántos de sus treinta libros anuales per capita serían de material poético? Difícil calcularlo al no haber estadísticas minuciosas de la lectura, pero deben estar entre +1, —1.

El segundo contratiempo es la costumbre declamatoria y la proliferación de cosas como el Manual del declamador sin maestro. Junto con el prejuicio de que los textos poéticos son cursis ("hablan de paisajes raros o amores contrariados y muestran al poeta como un rogón de la mujer desdeñosa"), la declamación hace de la lectura y la audición de poesía un acontecimiento estrambótico, engolado y ridículo: la "formación" poética escolar, extraviada entre la poesía coral, las recitaciones y la enseñanza de listas con nombres y fechas, no enseña a apreciar la lectura del poema, sino a odiarla.

El tercer contratiempo subyace en el imaginario mexicano (la poesía vive en una época y unos cuantos autores: la de los modernistas). A pesar de las dificultades formales y conceptuales buscadas por quienes escribieron entre 1880 y 1920, algo ha propiciado que nombres como los de Gutiérrez Nájera, Nervo, Díaz Mirón y López Velarde cristalicen lo poético para lectores que, como algunos auditores musicales, han desdeñado cuanto se realizó después de 1920, salvo que los textos bolerísticos representen alternativas posteriores a los veinte y treinta. No debe olvidarse el nombre de Juan de Dios Peza entre los autores más cotizados; ni la afición popular por el "Nocturno", de Manuel Acuña, que ha convertido en mito el supuesto amor del poeta suicida por Rosario de la Peña; ni el gusto por una redondilla de sor Juana: "Hombres necios que acusáis…".

El cuarto contratiempo es la velocidad de lectura, pues los lectores comunes (en el sentido woolfiano del término) tienen el hábito de leer prosa, tanto ficcional como periodística o informativa, con una velocidad difícil de medir aunque se acepte la vaga hipótesis de que es una lectura relativamente "rápida": permite retener una trama novelística sencilla cuando se viaja en algún transporte público, o algunas ideas relevantes en periódicos y ensayos… Esos ritmos de lectura fracasan al trasladarse al poema, pues éste exige un tempo lento y, salvo los narrativos, no hay trama ni información por descifrar porque el poema no cuenta ni informa: canta. Las ideas y desarrollos poéticos no se atienen a una lectura lineal y unívoca por la complejidad de los lenguajes simbólico y analógico empleados, y casi todo poema exige una simultánea lectura horizontal (verso por verso) y vertical (del verso a la estrofa y de la estrofa al poema completo).

El quinto contratiempo es la complejidad inherente del lenguaje poético, atribuible a metros, ritmos y rimas, al uso de figuras retóricas, de lenguaje y pensamiento, así como a recursos fonéticos provenientes del lenguaje común pero difíciles de entender cuando se acuestan en las líneas del poema, sin los cuales éste dejaría de serlo, pues ni los más sencillos textos poéticos eluden alguno de esos recursos.

Los verdaderos lectores de poesía escasean aunque declaren su gusto por ella (¿serán el 0.5 % de la población lectora calculada: 24,370.85 personas, o menos?). A algunos de ellos les da por escribir poemas; a todos los aguardan una lenta degustación y momentos epifánicos para viajar como ángeles sobre la piel del ser amado.