La Jornada Semanal,   domingo 12 de febrero  de 2006        núm. 571

POEMAS

Yves Bonnefoy

La lluvia de verano

I

Pero el más grato aunque no
el menos cruel
de nuestros recuerdos, la lluvia de verano
breve, súbita.

Caminábamos, y era
en otro mundo,
se embriagaban nuestras bocas
con el olor de la hierba.

Tierra,
la tela de la lluvia se adhería a ti.
Se parecía al seno
que soñara un pintor.

II

Poco después el cielo
nos brindaba
ese oro que la alquimia
buscó tanto.

Brillante, lo tocábamos
en las ramas bajas,
nos gustaba el sabor
de su agua en nuestros labios.

Y cuando recogíamos
ramas y hojas caídas,
aquel humo en la noche luego, brusco, aquel fuego
seguía siendo el oro.

Una lápida

Nos habíamos obsequiado la inocencia,
ardió durante tiempo con sólo nuestros cuerpos
y por la hierba sin memoria iban desnudos nuestros pasos,
éramos la ilusión que se llama recuerdo.

Si el fuego de sí nace, a qué querer
reunir sus cenizas desunidas.
Dicho día entregamos lo que fuimos
a la llama más vasta del cielo de la noche.

Las manzanas

¿ Y qué habrá que pensar de esas manzanas
Amarillas? Ayer
Sorprendían, desnudas, por su espera
Tras la caída de las hojas,

Hoy hechizan por cómo
Un ribete de nieve
En sus hombros subraya
Su modestia.

El jardín

Nieva.
Entre copos la puerta
Da por fin al jardín
De más que el mundo.

Avanzo. Pero al hierro
Roñoso se me engancha
La bufanda, y se rasga
En mí el paño del sueño.

La nieve

Vino de más allá que los caminos
Y tocó el prado, el ocre de las flores
Con esa mano que con vaho escribe;
Al tiempo lo venció con el silencio.

Hay más luz esta tarde
A causa de la nieve.
Parece que las hojas arden ante la puerta
Y que hay agua en la leña que metemos.

El espejo

Ayer aún las nubes
Pasaban por el fondo
Oscuro de este cuarto.
Pero el espejo ahora está vacío.

Nevar,
Desanudarse el cielo.

Los caminos

I

Caminos, hermosos niños
que hacia nosotros venían,
uno riendo, descalzo,
los pies por las hojas secas.

Nos gustaba su forma
de llegar con retraso
pero como es lícito
cuando el tiempo escampa,

felices de oír a lo lejos
a su siringa sencilla
vencer, Marsias niño, al dios
nada más que por el número.

II

Y nos llevaba pronto
donde cae la noche,
él dos pasos delante
de nosotros, volviéndose,

riendo siempre, agarrando
ramas, haciendo luz
con las frutas aquellas
de menuda presencia.

Iba a donde no hay nada
ya que se sepa, pero,
prendada de su canto, bailando, iluminada,
le acompaña la abeja.

Versiones de Jesús Munárriz