La Jornada Semanal,   domingo 12 de febrero  de 2006        núm. 571
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía

PLEITOS CON UN FANTASMA

Una de las experiencias más dinámicas del lector asiduo es pelearse con los escritores que ama, aunque ya estén muertos. Suena raro, lo sé: ¿cómo puede establecerse una relación cambiante con un muerto? Lo publicado, escrito está, en una forma al mismo tiempo inmutable y frágil: el libro. Pero nosotros cambiamos, y el mundo nos obliga a prestar atención a cosas que antes nos pasaron inadvertidas.

En semanas recientes he tenido problemas con la obra de C.S. Lewis, un autor que leí cuando tenía veinte años y que he seguido frecuentando a lo largo de la vida.

No es lo mismo leer Las crónicas de Narnia a los doce, a los veinte y a los cuarenta. Si después de los cuarenta uno arroja el libro contra la pared, ni modo. Ya he escrito aquí cuánto me desconcierta el abierto antiislamismo de este autor, que rebaja Las crónicas de Narnia, y sobre todo el libro titulado El caballo y su niño. Ahora, en la relectura de estos textos debo confesar que tengo los pelos de punta.

Vi la película y me extrañé de lo antipáticos que son los hermanos mayores, Peter y Susan, aunque Tilda Swinton, la Bruja Blanca, me pareció deliciosa. En la escena de la batalla, cuando irrumpe llena de helada furia, parece una auriga de nieve. Fantástica. Me recordó una estatua de la reina bárbara Boudicca que vi en Inglaterra (en sus Anales, Tácito registra la historia de esta mujer que defendió las costas británicas de los romanos). Por eso me costó trabajo irle a los buenos y porque Peter, armado y con yelmo, es idéntico al príncipe William, el fotogénico heredero inglés. Luego me enteré por un artículo de Alison Lurie, aparecido en el New York Review of Books que Philip Ansuchtz, un millonario de Denver, abierto seguidor del presidente Bush y correligionario suyo, financió la película.

Eso me dio tristeza. No creo que hubiera sucedido si el autor estuviese vivo. Me cuesta trabajo imaginarme a C.S. Lewis dándole permiso a los estudios Disney para que con el dinero de alguien como Ansuchtz se hiciera una película que buscara respaldar el delirante discurso religioso del presidente de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque C.S. Lewis era un hombre culto, un católico congruente y Bush es un fanático corrupto, responsable de una guerra.

En el artículo citado, Lurie incluye las acerbas críticas del autor Phillip Pullman, quien llama a las Crónicas... "envenenadas y feas". Los defectos que Pullman enumera son, me temo, verdaderos. En los libros de Lewis "La muerte es mejor que la vida [los niños y el ratón Rechipeep no temen morir porque Aslan está en el Paraíso]; los niños son mejores que las niñas; la gente blanca es mejor que la gente morena y etcétera."

Al leer esto, recordé la trilogía de ciencia ficción para adultos de Lewis, titulada El planeta silencioso. El malo, como siempre, es musulmán. Alcasán, se llama. ¡Pero es una pura cabeza! En efecto, dándole un novedoso significado a la expresión tête de turc, Lewis nos presenta a un científico loco guillotinado, cuya cabeza, viva gracias a un complejo sistema de alimentación, dirige una horda de malvados infames que han vendido sus almas al diablo. Esto de por sí es grotesco, pero que la salvación del mundo esté en peligro porque una de las protagonistas, Jane Studdock, insiste en divorciarse, por favor, divorciarse, es, de plano, una ridiculez.

El tercer libro, Esa fuerza temible comienza así: "El matrimonio ha sido instituido en tercer lugar, para que los casados, en mutua sociedad se apoyen, se ayuden y consuelen…" El héroe, el señor Ransom que ha ido a Venus y a Marte y que, para mi gusto, no asuntó nada aunque fue tan lejos, regaña a la pobre Jane en un tono absurdo de tan doctoral, tan macho que parece broma. Cuando ella le dice que ya no quiere seguir casada con el joven Mark, Ransom le contesta: "no has fallado en la obediencia por falta de amor; has perdido el amor porque no intentaste siquiera obedecer". Digno de un talibán. Con razón muchos lectores adultos prefieren no recomendar a los niños las Crónicas... Al final de la serie Susan, ya adulta, es expulsada del Paraíso porque le gusta pintarse la boca, ponerse medias y salir por las noches. ¡Pero fue Edmund, el hermano menor, quien traicionó a Aslan!

Sí, a las mujeres nos gusta el bilé. Como les gustaba a Voltaire, a Robespierre y a Luis XIV. La medias y salir de noche… ¿qué, no hay cosas peores?

Caray, ¿Lewis nunca escuchó a un político?