Usted está aquí: martes 14 de febrero de 2006 Cultura Daniel Lezama en la OMR

Teresa del Conde

Daniel Lezama en la OMR

El pasado 17 de enero, Merry Macmasters informó de la apertura de la nueva exposición del pintor Daniel Lezama, en la galería OMR, que seguirá vigente durante 10 días más a partir de hoy. La museografía, quizá demasiado aireada, redujo el número de cuadros a unos cuantos, eso sí todos importantes y no sólo en el contexto de su trayectoria, sino también como ejemplos del figurativismo simbólico-mexicano que él practica, valiéndose de todos los recursos que su cultura visual le proporciona: como las escenificaciones tipo Jacobo Luis David, la iluminación rasante que algo le debe a Caravaggio, la soltura romántica de ciertos cuadros abocetados de Delacroix, las iluminaciones nocturnas de Tintoretto, todo encauzado a la proposición de tipos nacionales, más que nada de origen chilango.

Lezama es virtuoso, ni duda cabe, y en esta ocasión sus formatos grandes están tan resueltos como las pequeñas composiciones ovales que se exhiben acompañadas de una serie de dibujos, que son estudios previos a ciertos detalles de las composiciones, sin que hayan sido transpuestos a éstas tal cual.

En contra de lo que hacían los impresionistas o los prerrafaelitas, Lezama parece cubrir sus telas con una capa de betún o siena tostado que le permite modelar desde el principio sus figuras y emplazamientos, orquestando desde el comienzo el claroscuro, elemento básico en lo que hace. Los personajes están siempre dispuestos en escenarios, tal que si el espectador de sus cuadros asistiera a una sesión tipo tableau vivant, como las que se realizaban en el siglo XVII.

Las temáticas en esta ocasión no son tan particularizadas como en años anteriores, por ejemplo, como en su representación de La muerte del Tigre de Santa Julia, que pertenece a las colecciones del Museo de Arte Moderno, donde casi nunca se exhibe, o como la visión aparicionista de Juan Diego que por haberse seleccionado para la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (Arco) tampoco se presenta ahora.

De modo que todo gira en torno de una Gran noche mexicana, óleo de 240 x 300, que junto con El palo encebado y El regreso de los rufianes es probablemente la obra más importante que se presenta. Las piezas mencionadas -a diferencia de aquellos cuadros en los que plantea sólo tres figuras- están pobladas de personajes desnudos, semidesnudos o vestidos que se entregan al aspecto orgiástico de la fiesta, en la que los niños juegan, como en otras ocasiones, un papel principal practicando o asumiendo gestos sexuales que pueden tomarse como ritos iniciáticos, según las predilecciones metafóricas de las que ha hecho gala este pintor.

Se trata antes que nada de pinturas, no tanto de la proposición de escenas de aviesos contenidos que pueden ser inclusive moralizantes, si se considera que la consumición de alcohol es motivo perenne, prácticamente en todo. Si el consumo etílico es alegórico o no, si está festejado o, por el contrario, alude a sus excesos consuetudinarios, es algo que queda a criterio del espectador.

Hay siempre, o casi siempre, un punto del que dimana luz, en La pequeña noche mexicana el niño que accede a la gnosis sostiene una veladora y en La fiesta de los cerros la parte central del cuadrante inferior está ocupada por una serie de velas erectas que permiten que la figura del preadolescente, de proporciones clásicas, se perfile en contraluz constituyéndose en el personaje principal. Se encuentra en el acto de hacer una ofrenda a otro personaje semirrecostado que simula encontrarse emblanquecido por alguna sustancia que lo hace aparecer casi como un cadáver.

El personaje principal en La gran noche mexicana es un divo cuya fama rebasa nuestras fronteras. Se trata de Juan Gabriel, con la apariencia un poco más que robusta que guarda ahora, ocupando la parte central. Como estrategia visual, destinada a atrapar miradas, luce una casaca jubón blanca con visos plateados.

Según Lezama el cantante obsequia a su numeroso auditorio (que incluye hasta Nuestra Señora de Guadalupe, visible al extremo derecho) la canción Desde que te conocí. El escenario arquitectónico en dos plantas, la primera con danza de arcos de medio punto, simula ser el palacio municipal de alguna ciudad provinciana. De hecho está inspirado en los arcos del mercado de Amecameca.

Lezama glosa, pero nunca tal cual. Hay en el cuadro que menciono la figura de un hombre que fuma pipa ante la naturaleza muerta posada en la mesa que recuerda uno de los autorretratos de Diego Rivera joven, mientras que la ambientación de El regreso de los rufianes pudiera hacer referencia al famoso cuadro de Courbet, El estudio del pintor, pero la obesa mujer allí recostada alude a una figura de Lucien Freud. Eso habla de las amplias referencias que maneja este pintor.

 
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