Usted está aquí: jueves 16 de febrero de 2006 Opinión ¿Choque de civilizaciones?

Margo Glantz

¿Choque de civilizaciones?

Es por lo menos curioso verificar la rapidez con que, a la menor provocación, se producen reacciones antisemitas. Me pregunto si algo semejante pudiera producirse de manera tan automática y generalizada en relación con otras culturas: declararse antiárabe o antimusulmán con sólo leer en los periódicos noticias como las que nos han venido indignando recientemente. Es decir, pronunciar los nombres de Jean Succar Kuri, Kamel Nacif, Hanna Nakad Bayeh y, ¿por qué no?, hasta el de Emilio Chuayffet Chemor, y concluir automáticamente que todos los árabes del mundo son corruptos o pederastas o asesinos, o que todos los musulmanes son terroristas y aceptar con beneplácito la fatwa impuesta a Salman Rushdie o, algo aún más inconcebible, justificar o negar uno de los acontecimientos históricos más vergonzosos y paradigmáticos del siglo XX: el Holocausto.

No se trata aquí de defender actos indefendibles que ciertos gobiernos de uno u otro país han cometido: la guerra contra Irak; los centros de detención de la CIA en Abu Graib, Guantánamo y naciones del Europa oriental, que deberían clausurarse de inmediato; las dictaduras de los países del Cono Sur, que afortunadamente empiezan a ser juzgadas y denunciadas; las brutales acciones que oficiales británicos o estadunidendes cometen contra ciudadanos iraquíes y en sus propios países contra minorías raciales; las acciones contra los inmigrantes mexicanos en la frontera con los Estados Unidos; la masacre de Sabra y Chatila, de la que fue indirectamente responsable Ariel Sharon; los campos de refugiados palestinos; la corrupción del régimen de Arafat; los fraudes cometidos por el hijo de Sharon, ahora encarcelado; el asesinato del primer ministro libanés Rafiq Hariri, muy probablemente por esbirros del gobierno sirio -país de mayoría musulmana-; la creación de muros: el de Berlín, la frontera mexicana o Israel con Palestina...

¿Y qué decir de la persecución sistemática y legalizada contra las africanas de creencia musulmana, lapidadas por adúlteras; el altísimo índice de analfabetismo de los países donde se profesa esa religión, cuyo coeficiente más alto lo tienen las mujeres: el 75 por ciento en Irak o el 56.4 por ciento en Egipto; el uso obligatorio de ciertas vestimentas y otras prohibiciones que obligan a más de 900 millones de seres humanos a permanecer sujetos a la esclavitud de los varones y a carecer del más mínimo derecho sobre sus cuerpos y sus mentes, datos que concuerdan desgraciadamente con las declaraciones del teólogo González Girones, del arzobispado de Valencia, en el periódico Aleluya, donde justifica la violencia de género: ''(...) El varón no pierde los estribos por dominio, sino por debilidad'' y ''(...) nadie ha confesado qué hicieron las víctimas, que más de una vez provocan con su lengua"? Y, sin ir más lejos, los feminicidios en Juárez, las campañas políticas nacionales en que uno de los candidatos del partido en el poder anatematiza el uso de la píldora del día siguiente por ser abortiva, o las declaraciones, casi chuscas, aunque nefastas, de Ana Rosa Payan, asimismo en contra del aborto.

Algunos datos más hablan por sí solos: casi nunca se analizan ni se contextualizan: un joven de 16 años asesina a un sacerdote en Turquía y proclama sólo "Alá es grande". La investigaciones realizadas después del acto demuestran que el religioso asesinado protegía a las mujeres procedentes de varios países ex socialistas contra una mafia de tratantes de blancas.

Y terminemos con las famosas caricaturas y el internacional escándalo que han provocado y, que sin discriminación alguna, se utilizan como bandera para proclamar una indignación antisemita: suponer que son los israelíes quienes han bombardeado con sus aviones esas caricaturas es acusar sin ningún tipo de pruebas y de manera dolosa a un país que en lugar de beneficiarse con ello corre el riesgo de ser borrado de la faz de la tierra, de la misma manera en que se intenta borrar de la faz de la historia uno de sus más abyectos proyectos: los del nazismo. No acepto la falta de respeto que a nombre de la libertad ataca a la religión musulmana y a su profeta; pero declaro, sí, mi absoluta convicción de que el respeto a las otras creencias es uno de los privilegios fundamentales -no fundamentalistas- de las sociedades laicas, como tan brillantemente expresó en su reciente discurso Carlos Monsiváis, cuando obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005.

 
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