Usted está aquí: viernes 17 de febrero de 2006 Opinión Aunque el kimono se haga de seda

Leonardo García Tsao

Aunque el kimono se haga de seda

Entre sus ocurrencias, Quentin Ta-rantino tiene el mérito de haber acuñado en uno de sus guiones el término de coffee-table movie, o sea, películas decorativas cuya función -como la de aquellos libros vistosos para mesas de centro- consiste fundamentalmente en agradar al ojo y poco más. Memorias de una geisha se ajusta al término aunque, para ser precisos, habría que llamarla una tea-table movie.

Basado en el detallado bestseller de Arthur Golden, el segundo largometraje de Rob Marshall es, en esencia, una versión japonesa de La Cenicienta, en la cual la niña Chiyo es comprada en los años 30 a un pobre pescador para servir de esclava en una okiya, o casa de geishas, donde es maltratada por la popular Hatsumomo (Gong Li). Ya adulta, Chiyo es rebautizada Sayuri (Zhang Ziyi) y adoptada por la casi legendaria Mameha (Michelle Yeoh) como aprendiz de geisha, cosa que agudiza su rivalidad con la primera. Aunque Sayuri se vuelve una celebridad en su oficio, su amor lo guarda para un generoso hombre conocido como Director (Ken Watanabe), quien le compró un raspado de cereza cuando era niña.

Ese argumento melodramático es utilizado por Marshall para desplegar ostentosos valores de producción, apoyados en la fotografía apantallante de Dion Beebe y el diseño artístico de John Myhre.

Por mucho que se pretende crear una genuina atmósfera japonesa, lo hollywoodense asoma por todos lados, empezando por la chocante convención del idioma. Las actrices -todas de origen asiático- se esfuerzan en hablar un acentuado inglés y el efecto es de nula naturalidad.

Otro punto conflictivo es haber elegido a tres estrellas del cine chino/hongkonés -Zhang, Gong y Yeoh- para los papeles principales por el solo hecho de que ninguna actriz japonesa actual ha alcanzado esa relativa fama. (Es de pensar que Watanabe obtuvo el papel gracias a su notable participación en El último samurai, si no se lo hubieran dado a Chow Yun-Fat.)

Es la misma estrategia hollywoodense por la que personajes mexicanos han sido interpretados, desde siempre, por españoles, puertorriqueños o cualquier gringo moreno que dé el gatazo. Sin embargo, este caso ha sido muy controvertido por el perdurable resentimiento del pueblo chino al japonés, sobre todo tratándose de una historia que se sitúa precisamente en los años de la ocupación nipona. Por ello, la película ha sido prohibida en China.

¿De qué se están perdiendo los espectadores chinos? De aburrirse solemnemente a lo largo de dos horas y media con un vistoso melodrama sin pasión. Zhang es una extraordinaria actriz -según se comprobó en 2004 (Wong Kar-Wai)-, pero aquí se ve opacada por un personaje demasiado sumiso. Inclusive su baile culminante en un juego escénico tipo Holiday on ice en Sapporo, no se compara a su sensual acrobacia con guijarros y tambores en La casa de los cuchillos. En cambio, Gong se divierte interpretando a la reina malvada del cuento y, gruñendo sus diálogos, parece asumir el conocido pique de la vida real con su colega, quien la sustituyó como musa de su otrora descubridor y pareja Zhang Yimou. Cuando Hatsumomo desaparece del relato -tras prenderle fuego a todo- la película pierde a su única antagonista y fuente de la escasa chispa.

Hacia el final de la cinta el personaje secundario de Calabaza (Youki Kudoh), otra aprendiz de geisha, se revela como una piruja muy dispuesta a complacer a los soldados gringos. Aunque no se le puede atribuir a Marshall semejante sofisticación, ese detalle puede ser visto como una metáfora de cómo cualquier cultura vista como exótica se somete y mistifica al gusto de Hollywood.

Memorias de una geisha (Memoirs of a Geisha). D: Rob Marshall/ G: Robin Swicord, basado en el libro de Arthur Golden/ F. en C: Dion Beebe/ M: John Williams/ Ed: Pietro Scalia/ I: Zhang Ziyi, Ken Watanabe, Michelle Yeoh, Gong Li, Koji Yakusho/ P: Amblin Entertainment-Red Wagon Entertainment. Estados Unidos, 2005.

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