Usted está aquí: sábado 18 de febrero de 2006 Cultura Asuntos vocales en Bellas Artes

Juan Arturo Brennan

Asuntos vocales en Bellas Artes

Hace unos días, dos espacios relevantes del Palacio de Bellas Artes fueron escenario, con pocos minutos de diferencia, de dos interesantes actividades relacionadas con la música vocal. La primera de ellas, la realizada en la sala Manuel M. Ponce, fue la presentación en sociedad del Diccionario de la ópera mexicana, reciente y prolija realización del investigador Octavio Sosa. De entrada, se hace necesario aplaudir la publicación de un libro de esta naturaleza, en el entendido de que (como lo dije esa noche durante la presentación) somos un país que tiende al olvido, la desmemoria y la amnesia generalizada, en este caso la amnesia cultural.

La lectura del libro permite intuir el laborioso trabajo de Sosa en la ubicación, persecución, acopio y certificación de las fuentes de información, incompletas y dispersas, que le permitieron aproximarse a un panorama bastante completo de la creación operística en México.

De la revisión del libro se desprenden también, de manera particular, numerosas sorpresas, algunas preocupantes, otras meramente inquietantes o curiosas. Así, por ejemplo, el triste hecho de que la mayoría de las óperas mexicanas enlistadas y fichadas por Sosa no han sido estrenadas. Destaca también el hecho de que hay un buen número de ellas que, habiendo sido estrenadas en el extranjero, no han sido puestas en México. ¿Más datos?

El número de óperas mexicanas grabadas es vergonzosamente minúsculo, lo que ciertamente atenta contra la mejor difusión del género. Fichas biográficas de los compositores, listado de sus óperas, reparto de cada una, datos del estreno, sinopsis de los argumentos, notas críticas y reseñas periodísticas conforman la materia prima de este trabajo de investigación de Octavio Sosa, que se erige en un documento muy interesante (y necesario) no sólo por lo que informa, sino porque permite extrapolar cuánto falta por encontrar y difundir.

El lector podrá disfrutar en las páginas de ese libro numerosos datos fascinantes, como la existencia de tres óperas, sin estrenar, de Julián Carrillo, o de dos óperas de ciencia-ficción de Gabriel González Meléndez.

Asimismo, el operófilo atento se dará cuenta en el libro de Sosa de que sólo cinco mujeres mexicanas han escrito óperas, y de que Eduardo Mata dejó una Alicia inconclusa que había iniciado en 1959. La impresión más duradera que deja la revisión del Diccionario de la ópera mexicana es la de que las cosas estarían mucho mejor si de vez en cuando alguien se atreviera a omitir a alguna Traviata para presentar alguna de las numerosas óperas mexicanas inéditas, óperas que, por cierto, a la mayoría del público supuestamente conocedor no le interesan. ¿Quién va a romper el círculo vicioso? ¿Quién dijo yo?

Después de la exitosa presentación del operístico diccionario de Octavio Sosa, la mayoría de los presentes nos mudamos a toda prisa a la Sala Principal de Bellas Artes, donde se llevó a cabo un bello recital de mélodies francesas con el que la mezzosoprano Encarnación Vázquez celebró 25 años de carrera.

El programa, muy bien seleccionado y distribuido, resultó de un alto nivel de refinamiento: Fauré, Debussy, Chausson, y la muy bienvenida presencia de las canciones de Reynaldo Hahn. Es evidente que Encarnación Vázquez se preparó a conciencia para este recital de celebración, y además de un muy buen nivel de ejecución vocal y de consistencia a lo largo del programa, acertó con el elemento más importante del asunto: el estilo propio de dar voz, articulación, fraseo y expresión a la canción francesa de concierto.

Venturosamente, la mezzosoprano evitó cantar este repertorio con el delirio heroico de la ópera italiana, y se mantuvo alejada también de las densidades expresivas del lied alemán. En particular, destaco el control de dinámicas e intensidades logrado por la cantante en algunas de las canciones que requieren, en su conclusión o en el final de alguna de sus estrofas, un frágil hilo de voz que parece estar sostenido en la nada.

Encarnación Vázquez tuvo la fortuna de un acompañante de lujo en el pianista Jorge Federico Osorio, que resultó un cómplice generoso y solidario a lo largo de todo el recital, demostrando que tiene tanta capacidad para las avalanchas sonoras de los conciertos de Brahms, como para las delicadas pinceladas de estas sutiles mélodies. Y la sala registró una entrada muy numerosa, lo cual demuestra que sí es posible atraer al público sin el derroche espectacular y sin la gran superproducción.

 
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