La Jornada Semanal,   domingo 19 de febrero  de 2006        núm. 572
LA CASA SOSEGADA

Javier Sicilia

ARTE Y FIDELIDAD

La palabra fidelidad se asocia por lo general con el matrimonio. Sin embargo, como virtud, tiene connotaciones más amplias. Fidelidad, que viene de fides, es fe, confianza y, por lo mismo, es una virtud de la memoria. Sólo se puede ser fiel a lo que se recuerda amorosamente. De lo contrario ¿cómo podríamos ser coherentes con lo que somos, con lo que nos hace ser? Si la presencia, decía San Agustin —ese saber que estamos y somos en el tiempo en el que siempre transcurrimos- es el presente del ahora, la memoria, que forma parte de la presencia, es el presente del ayer; aquello que trae el pasado al hoy; "es —dice Comte-Sponville- lo que el pasado nos lega y lo que perdura en nosotros". De ahí que San Agustín haya llamado a la memoria "el presente del pasado". La fidelidad es, por lo tanto -vuelvo a Comte-Sponville-, "el por qué y el para qué de los valores y virtudes". ¿Qué sería la justicia sin la fidelidad de los justos; la paz sin la fidelidad de los mansos; el amor sin la fidelidad de los enamorados? ¿Qué sería todo ello sin el recuerdo de lo que el pasado descubrió de la justicia, de la paz, del amor? No quiero decir con esto que la fidelidad es pensar siempre lo mismo y querer lo que quisimos ayer. Pero no es posible crear sin recordar la substancia de lo mejor del ayer ni amar sin recordar lo que amamos.

El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es en este sentido un trabajo de la memoria, una manera en que el hombre, diría Tarkovski, esculpe el tiempo y lo labra en la forma de una obra; una fidelidad a la belleza.

¿Y qué es la belleza? A diferencia de lo que suele pensarse, la belleza no es un canon que cambia con las épocas y las geografías. Es, por el contrario, una cualidad del ser de las cosas, "el resplandor ontológico", dice Maritain, que las habita; es, a diferencia de la verdad, que la ilumina, una realidad que en su multiplicidad manifiesta la unidad. Quizá una metáfora, tomada del cristianismo, podría definirla mejor: la belleza es las muchas habitaciones en la casa del Padre.

Por ello, podría decirse, no hay arte sin memoria, sin la memoria de lo que el pasado nos reveló de la belleza, que, a su vez, es memoria de lo sagrado, es decir, de la verdad que resplandece en las cosas y que siempre es irreductible a un razonamiento. Picasso no llegó al cubismo sin una fidelidad al arte renacentista, al arte africano; en síntesis, a las piezas que las memorias de otros y de otras culturas preservaron en el tiempo y en la memoria del pintor. Lo mismo podría decirse de la poesía de T.S. Eliot. Su originalidad proviene de su memoria del pasado. Por obra del arte, el lenguaje común de los materiales del mundo se transforma en imágenes por las que el infinito, que otros descubrieron y tallaron en ellas, vuelve a asomarse.

El problema de mucho del arte moderno es que ha abandonado la memoria por la afirmación de la novedad. Sometido al espejismo de la técnica y del mercado, que desecha lo anterior en función de lo nuevo, el arte moderno está atacado de una especie de alzheimer que se manifiesta en su infidelidad al ayer, en su egoísmo auopoietico del presente, y en su ausencia de significados. Ha olvidado el espíritu, que es memoria, por la afirmación banal de un ego que se pretende todo. Por ello, la fidelidad a la verdad de la belleza no es —como lo quiere una postmodernidad contaminada de individualismo–la búsqueda a ultranza de la novedad. Para ser original —es la enseñanza de los grandes artistas- no hay la menor necesidad de ser novedosos —esto pertenece al territorio utilitario del mercado y de la técnica--, sino original, es decir, fiel al origen, a la fuente, al universo interior que nos solicita y a la memoria de lo que otros nos legaron. El arte, por lo tanto, es fidelidad al ser en la belleza; no requiere de una formación racional, sino espiritual. De ahí su permanencia y su consuelo que se preservan del tiempo y en el tiempo. Lo que el artista contemporáneo, tan infiel como nuestra sociedad, necesita, no es creatividad, sino memoria, amor conservado de lo que fue, amor presente del amor al pasado. El amor infiel, el de nuestra época, está atacado de esclavitud: olvida, porque reniega y detesta lo que amó y, al hacerlo, se olvida y se detesta a sí mismo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.