Usted está aquí: martes 21 de febrero de 2006 Economist Intelligence Unit La guerra de las caricaturas

La guerra de las caricaturas

La libertad de expresión podría agraviar la sensibilidad religiosa, y este derecho no es propiedad exclusiva de Occidente

Economist Intelligence Unit /The Economist

Ampliar la imagen En Afganistán, unos 2 mil estudiantes prendieron fuego a una efigie del presidente estadunidense George W. Bush, así como a las banderas de ese país y de Dinamarca, en protesta por la publicación de caricaturas de Mahoma Foto: Ap

''Estoy en desacuerdo con lo que usted dice y, aunque esté usted amenazado de muerte, no defenderé su derecho a decirlo." Esta, con perdón de Voltaire, parece haber sido la patética respuesta inicial de algunos gobiernos occidentales ante la reproducción por algunos periódicos europeos de varias caricaturas de Mahoma publicadas primero por un diario danés. Cuando las caricaturas provocaron la violencia de los musulmanes alrededor del mundo, Inglaterra y Estados Unidos se asustaron. Era ''inaceptable'' incitar el odio religioso publicando tales imágenes, afirmó el Departamento de Estado de EU. Jack Strain, ministro de Relaciones Exteriores británico, dijo que su publicación había sido innecesaria, insensible, irreverente y errónea.

¿De veras? No hay duda de que esas caricaturas son ofensivas para muchos musulmanes (ver nota). Ofenden el mandamiento del Islam de no retratar al profeta. Y ofenden porque pueden interpretarse como una identificación entre Islam y terrorismo: una caricatura muestra a Mahoma con una bomba en la cabeza. No es buena idea que los periódicos insulten la religión de las personas o cualquier otra creencia sólo para sacar provecho. Pero ésta es y debe ser decisión propia, no de los gobiernos, clérigos o de quienes se erigen en árbitros del buen gusto y la responsabilidad. En un país libre la gente debe tener la libertad de publicar todo lo que desee dentro de los límites establecidos por la ley.

Ningún país permite la libertad de expresión total. Con frecuencia está limitada por prohibiciones contra la calumnia, la difamación, la obscenidad, por privilegios judiciales o parlamentarios y muchas cosas más. En siete naciones europeas es ilegal decir que Hitler no asesinó a millones de judíos. Inglaterra aún tiene una ley de blasfemia en desuso (sólo referida al Dios cristiano) en sus códigos de leyes. Trazar los límites requiere criterios sutiles de legisladores y jueces. Inglaterra, por ejemplo, acaba de encarcelar a un famoso imán, Abu Hamza, de la mezquita de Finsbury Park de Londres, por usar un lenguaje que un juez interpretó como incitación al homicidio. En cambio, la semana pasada otro juez británico absolvió de fomentar el odio racial a Nick Griffin, conocido fanático que afirma que el Islam es ''cruel y malvado''.

Trazando los límites

Desde el punto de vista de EIU, entre menos restricciones se impongan a la libertad de expresión, mejor. Las limitaciones destinadas a proteger a las personas (de calumnia y asesinato, por ejemplo) son más fáciles de justificar que las que de alguna manera se dirigen a controlar el pensamiento (como las leyes de blasfemia, obscenidad y negación del Holocausto). Negar el Holocausto no debería ser ilegal; es mucho mejor permitir que quienes refutan hechos bien documentados se expongan al ridículo y no que se hagan pasar por mártires. Pero las caricaturas de Mahoma eran lícitas en todos los países europeos donde se publicaron. Y cuando los periódicos occidentales publican lícitamente comentarios o imágenes ofensivos -por innecesarios, insensibles o irrespetuosos que sean- los gobiernos occidentales deben pensar con cuidado antes de criticarlos.

La libertad de expresión, incluida la libertad de burlarse de la religión, no es sólo un derecho humano arduamente obtenido, sino que define la libertad en las sociedades liberales. Cuando tal libertad es amenazada por la violencia, el trabajo de los gobiernos debe ser defenderla sin ninguna reserva. Hay que reconocer que, en Europa continental, muchos políticos lo han hecho. El ministro del Interior de Francia, Nicolas Sarkozy, expresó de manera magnífica que prefería "un exceso de caricaturas que un exceso de censura", aunque después el presidente Chirac arruinó el efecto al condenar las caricaturas como una "provocación manifiesta".

¿El derecho a la libertad de expresión debe estar atemperado por un sentido de responsabilidad? Claro. La mayoría de las personas no van por ahí insultando a sus semejantes sólo porque tienen derecho a hacerlo. Los medios de comunicación deben mostrar especial sensibilidad cuando las cosas que dicen generan el odio o hieren los sentimientos de las minorías vulnerables. Pero no siempre la sensibilidad puede decretar que se guarde silencio. Proteger la libertad de expresión requiere, con frecuencia, herir los sentimientos de individuos o grupos, incluso si esto afecta la armonía social. Las caricaturas de Mahoma pueden ser un caso de este tipo.

En Inglaterra y EU, pocos diarios creen que sus libertades están en peligro. Pero en Europa continental, algunos de los periódicos que publicaron las caricaturas dicen que lo hicieron precisamente porque su derecho de publicación había sido puesto en duda. Hace dos años, en los Países Bajos, un cineasta fue asesinado por atreverse a criticar al Islam. Los periodistas daneses han recibido amenazas de muerte. En un clima en el que la corrección política se ha transformado en temor a una agresión física, mostrar solidaridad podría ser lo más responsable que se haga en favor de la libertad de prensa. La decisión, claro, depende de la prensa, no de los gobiernos.

Es bueno hablar

No es una coincidencia que la respuesta más endeble al torrente de la furia musulmana haya venido de Inglaterra y EU. Luego de enviar sus tropas a hacer estragos en el corazón de las tierras musulmanas, plantar sus banderas en Afganistán e Irak y enjuiciar a Saddam Hussein, George Bush y Tony Blair tienen que dar alguna compensación a los musulmanes. Mucho antes de hacer un drama por las caricaturas danesas, gran número de musulmanes habían equiparado la guerra contra el terrorismo con una guerra contra el Islam. Esta es una identificación que a Osama Bin Laden y a otros enemigos de Occidente les gustaría alentar y explotar. ¿Ante el incendio de sus embajadas, censurar caricaturas es lo mejor que puede hacer Occidente para mostrar respeto hacia el Islam y evitar el temido choque de civilizaciones?

No. Hay muchas cosas que los países de Occidente podrían decir y hacer para mejorar las relaciones con el Islam, pero cerrar sus diarios no es una de ellas. Las personas que no se sientan libres de expresar sus preocupaciones sobre terrorismo, globalización o invasión de nuevas culturas y religiones no amarán más a sus vecinos. Más probable es que ocurra la contrario: la gente necesita desahogarse. Y la libertad de expresión, hay que recordarlo, no es sólo un pilar de la democracia occidental, tan sagrada a su manera como es Mahoma para los musulmanes piadosos. Es también una libertad que millones de musulmanes han llegado a disfrutar o aspiran a hacerlo. A la larga, propagarla y fortalecerla podría ser una de las mejores posibilidades de evitar la incomprensión que puede conducir a un conflicto de civilizaciones.

FUENTE: EIU

Traducción de textos: Jorge Anaya

 
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