Usted está aquí: martes 21 de febrero de 2006 Opinión El hedor de las cloacas

Luis Hernández Navarro

El hedor de las cloacas

Murió el pintor y escultor Juan Soriano, uno de los grandes exponentes de la cultura mexicana posterior a la Revolución. Con él se cerró toda una época de la plástica nacional. A pesar de ello, al homenaje de cuerpo presente que se rindió al artista no acudió el presidente Vicente Fox. Tampoco el secretario de Educación Pública.

Ciertamente, el jefe del Ejecutivo tiene razones de peso para desatender el mundo de la cultura. La documentación que muestra los millonarios negocios de los hijos de su esposa, presuntamente realizados de manera ilícita, deben quitarle el sueño de la misma manera en que se han convertido en un dolor de cabeza para Felipe Calderón, candidato presidencial de su partido.

Molestia sobre molestia, porque Calderón carga con el pesado fardo de las irregularidades del gobierno panista, en casos como el de la adquisición fraudulenta de impermeables y botas que realizó el Fondo Nacional de Desastres (Fonden), lo cual forzó la renuncia de su titular, Carmen Segura.

La tragicomedia política nacional escenificada en el último mes no tiene pierde: se asemeja a una estampa típica de la decadencia de la Roma imperial. Sus actores tienen los colores de todos los partidos y de todos los negocios.

Allí está el caso de los políticos y grandes empresarios asociados en una red de pederastas, que sellan con el abuso sexual de menores un pacto de impunidad, tráfico de influencias y negocios. Y cuando la denuncia del contubernio logra romper los diques que el poder ha construido y aflora a la opinión pública, los políticos responden con los reflejos y la intolerancia aprendidas en la escuela del más viejo anticomunismo.

El pasado sábado, en el partido de futbol que se jugó en la ciudad de Puebla entre los Lobos de la Universidad Autónoma de Puebla y el Cruz Azul-Oaxaca, el equipo poblano fue obligado a salir a la cancha con una camiseta que decía: "Yo con Marín". Los deportistas fueron utilizados para apoyar al gober precioso, involucrado junto con el empresario Kamel Nacif en la planificación de venganzas ilegales contra la periodista Lydia Cacho.

Tan sólo durante enero pasado 152 narcotraficantes fueron asesinados en la guerra por las plazas que libran los cárteles y que asuela el territorio nacional. El pleito es un episodio inexplicable sin la ayuda que desde el poder se presta a unos o a otros. Pero ésta es únicamente la cara más violenta de una hidra que se reproduce dramáticamente en todos los recovecos de la vida cotidiana. Los 13 mil 800 millones de dólares que obtienen anualmente de la venta de droga a Estados Unidos les permite penetrar hasta el último rincón.

En varias ciudades del norte florecen las concesionarias de vehículos de lujo y el parque automotriz de automóviles importados crece aceleradamente, a pesar de que en muchas de esas poblaciones no hay actividades comerciales ni industriales que expliquen la bonanza financiera que permite tal nivel de consumo. En ciudades como Monterrey, donde diversos capos de la droga se han mudado, escasean las trabajadoras domésticas y jardineros para laborar en los hogares de los ricos, porque los recién llegados ofrecen sueldos mucho mejores. Las esposas de prósperos ejecutivos e industriales son relegadas en las peluquerías de lujo, adonde ahora se atildan también las queridas de los narcos dispuestas a dar generosas propinas en dólares.

Hace años los narcotraficantes se entendían con jefes policiacos; ahora tienen a su disposición legisladores, políticos, militares y policías del más alto nivel. En el pasado, su vida social se desenvolvía con cierta discreción, hoy son parte de lo más granado del jet set.

Mientras tanto, la campaña electoral se desenvuelve sin árbitro. El Presidente de la República ha decidido ser un jugador más. La guerra de lodo entre candidatos apenas comienza y no hay quien ponga orden. Sin posibilidades de ganar con un juego limpio, el PRI está decidido a apostar todo al miedo y la inercia de su voto duro.

Hechos aparentemente tan disímbolos como la ausencia presidencial en la ceremonia luctuosa de Juan Soriano, el escándalo de los hermanos Bibriesca, las anomalías del Fonden, la puesta en evidencia ante la opinión pública de una red de pederastas formada por empresarios y políticos, el avance incontenible del narcotráfico, la falta de réferi en la contienda por la silla máxima son indicadores del ocaso de un sistema político. Un derrumbe que exhala un hedor insoportable y llega al mundo de la cultura, el deporte, el entretenimiento, la niñez, la filantropía, el dinero, las leyes y la política.

Efectivamente, toda la vida pública nacional está invadida de una hediondez nauseabunda. La putrefacción del sistema político ha creado una atmósfera cada vez menos respirable. La pestilencia proviene no de abajo, sino del México de arriba. Las cañerías se han destapado en las alturas.

Las cloacas por las que se desaguan las inmundicias de la política, los negocios y la impartición de "justicia" transportan no la basura "natural" de la gobernación y la economía del país, sino los desechos de instituciones y modos de hacer política hasta hace poco tiempo indispensables para su funcionamiento, pero que ahora están irremediablemente dañados.

Se acabó, esto se acabó. La fetidez que se respira en las esferas gubernamentales no es resultado de un traspié propio de la condición humana, sino síntoma de que el régimen, tal como lo hemos conocido hasta ahora, ha entrado aceleradamente en una crisis terminal.

 
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