Usted está aquí: miércoles 22 de febrero de 2006 Opinión Dolor: otra mirada

Arnoldo Kraus

Dolor: otra mirada

Tiempo atrás reflexionaba acerca de la sabiduría del dolor. Entiendo por sabiduría no lo que dicen los diccionarios, sino las lecciones que se obtienen a partir de cualquier tipo de experiencia. Cuando la vivencia es negativa, como en el caso del dolor, algunos sujetos aprenden y se modifican por lo que sucedió, por lo que amenazó su calidad de vida o incluso su existencia. Hay quienes dicen que el dolor es una de las mejores vías para recordarnos que somos finitos y una de las mejores oportunidades para impregnar nuestra existencia de conciencia. Es mucho lo que puede construirse a partir del dolor.

Decir que el dolor da otro sentido a la existencia equivale a afirmar que contribuye a demarcar los límites entre un vivir consciente y un vivir inconsciente. En ese contexto "quien mira" y quien cohabita con el dolor entiende que éste le impregna una realidad extra a la realidad rutinaria y que la cotidianidad se lee de otra forma a partir del sufrimiento. Los individuos que mucho han padecido lo saben: su lectura de la vida es distinta al igual que su posibilidad para confrontar noticias negativas. Son, en muchos sentidos, personas resilentes, es decir, individuos capaces de dar un buen sentido a las cosas negativas y de transformar las experiencias negativas en vivencias positivas.

Lo mismo sucede con los testigos de cualquier tipo de tragedia: su voz es la voz que otorga a la experiencia la condición de veracidad. Su voz, su memoria y su mirada son las que entienden el significado del "olor a carne quemada", como nos recuerda Jorge Semprún. Su voz nos explica también el sinsabor de "observar que mis piernas siguen ahí, pero no me hacen caso cuando les pido que caminen", como dijo un paciente. Convivir con personas que hayan logrado vencer la enfermedad, o con testigos que pudieron sobrevivir a cualquier tipo de traumatismo y que adquirieron un "carácter resilente" suele ser un suceso muy enriquecedor, ya que su mirada y su voz nacen desde adentro.

El dolor es una experiencia personal. Quien lo padece adquiere una mirada distinta para confrontar las adversidades y para entender la existencia. La filósofa María Zambrano sintetiza bien esa sensación: "La experiencia es desde un ser, éste que es el hombre, éste que soy yo, que voy siendo en virtud de lo que veo y padezco y no de lo que razono y pienso. Porque el hombre se padece a sí mismo y por lo que ve. Lo que ve le hiere, le puede herir aun prodigiosamente para que su ser se le abra y se le revele, para que vaya saliendo de la congénita oscuridad a la luz, ésa que ya hirió sus ojos -heridas- cuando los abrió por primera vez, cuando salió de su sueño o vio su sueño".

A partir del dolor y del padecer somos lo que nos sucede, lo que nos hiere, lo que modifica nuestra mirada del cuerpo y del día. Mirar en este sentido es cuidar. Cuidar la vida, el momento, el cuerpo, los afectos, lo que la mirada observa y también lo que escapa a la vista. Cuidar, incluso, el dolor. Cuidar, como decía otro paciente, "que el dolor permanezca pero que no duela demasiado. Que siga ahí, pero que no perturbe en exceso. Que no se vaya para que no me suceda lo que a mi cuñado, quien durante toda su vida sufría migrañas. Cuando éstas cedieron se suicidó". O como escribió otro enfermo: "Mi biografía está demarcada por la presencia del dolor. Cuando lo padezco, miro distinto. Cuando marcha, camino ligero. Cuando regresa, entiendo que nuevamente soy yo quien tiene que hablar y quien tiene que mirar. Mirar por los entresijos de lo que se tiene y por las hendiduras de lo que no se tiene o de lo que se perdió por haber extraviado la mirada, por haber permitido que lo observado careciese de importancia".

La sabiduría del dolor es la sabiduría de la mirada que permite observar un poco más allá de la normalidad y mucho más lejos de la experiencia que nace a partir del dolor "porque el hombre se padece a sí mismo por lo que padece y por lo que ve" tal como lo dice Zambrano y tal como lo viven los seres resilentes. Padecerse a sí mismo es entenderse, es hablarse y es, por supuesto, mirarse. En ésos, y en otros renglones, el dolor es escuela.

 
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