Usted está aquí: jueves 23 de febrero de 2006 Política Aznar y Felipe (el de aquí)

Adolfo Sánchez Rebolledo

Aznar y Felipe (el de aquí)

Muy preocupado debe estar Felipe Calderón tras el apoyo abierto del ex presidente español José María Aznar a su candidatura. Y no sólo porque dicha adhesión viola las leyes mexicanas, sino por lo que representa como figura política el líder espiritual del Partido Popular, amigo de Bush y defensor de la guerra de Irak, entre otras hazañas, ahora transfigurado en una especie de profeta en contra del "populismo revolucionario". El discurso de Aznar, tan alejado en sus términos del centro que dice representar, es un mensaje claro al mundo empresarial y a la derecha mexicana para impedir el triunfo de López Obrador y, en ese sentido, un acto intolerable de intervencionismo que nada bueno añade a las relaciones entre ambos países.

Ayer mismo un colaborador editorial de Reforma (Manuel J. Jáuregui)creía reconocer sin "hipérboles y referencias veladas, u oblicuas" que ése era el sentido de las palabras de Aznar, incluso si hasta ese momento no daba nombres, pues le parecía "entendible" la delicadeza de un extranjero hablando fuera de su país. Eso, claro, antes del elogio a Calderón.

En fin, fuera de todo formulismo diplomático, es muy lamentable que el jefe político del mayor partido de la oposición española pronuncie en medio de la contienda electoral la única frase que por ley y consideración hacia los demás contendientes debió abstenerse de expresar: "Deseo que Felipe Calderón sea el nuevo presidente de México, por el bien de todos los mexicanos". Y más: "México debe elegir entre la estabilidad y la aventura, entre la serenidad política y la demagogia; espero naturalmente que el PAN se vuelque con todos sus candidatos, para darle a todos, darnos a todos, esa gran oportunidad". Nadie discute su derecho a opinar sobre este asunto en España o en Gergetown, pero es muy desafortunado que lo haga aquí, cuando incluso las autoridades electorales están pidiendo moderación a los actores políticos para no enturbiar más las aguas.

Esta intromisión es inaceptable. México tendrá elecciones muy pronto y serán decisivas tanto por los contenidos de la disputa electoral cuanto porque en ella se verá hasta qué punto se han consolidado los mecanismos democráticos y la aceptación general de sus reglas. Los ciudadanos mexicanos no deseamos que los comicios se conviertan en el punto terminal del debate nacional: no esperamos un vencedor y muchos vencidos, sino la apertura de una nueva agenda que ponga al país en un curso de crecimiento y mejor distribución del ingreso, es decir, ante un horizonte de renovación marcada por la inclusión y el mejoramiento de las instituciones. Situar el conflicto electoral en términos de una guerra a muerte contra una fuerza que actúa en la legalidad y compite con procedimientos y recursos legales, sea ésta el populismo real o imaginario (u otra cualquiera), induce a la desestabilización, corrompe el clima político y divide irremediablemente al país.

La democracia mexicana ya tiene bastantes problemas propios como para importar los ajenos. Y, sin embargo, eso es lo que está pasando. El intento de convertir a López Obrador en el "Chávez mexicano" no es más que una jugarreta para hacer de la contienda electoral un conflicto irresoluble que de antemano reduzca o quite legitimidad al posible triunfo del candidato que no se avenga a cumplir con los dictados de gente como Aznar y los intereses que éste representa.

Hay que decirlo con toda claridad: se está conspirando contra la mera posibilidad de un cambio de ruta, contra el derecho de la ciudadanía a elegir un gobierno distinto a los precedentes y, por lo mismo, dispuesto a revisar con nuevos ojos los grandes y no resueltos problemas nacionales.

Aznar acude en auxilio de Fox y el panismo para dar expresión a los sentimientos confusos y mal articulados del propio Presidente mexicano, cuyo horror a las ideologías se transformó en desconfianza hacia las ideas, en rechazo a las complejidades del discurso, en chatez para conducir al país en un momento crítico de grandes cambios. El foxismo no hizo nada para elevar el nivel general de la política. Todo lo contrario: su obra fue devastadora, deliberadamente vulgarizadora e intrascendente, al punto de poner en riesgo la continuidad del Gran Proyecto que hoy Aznar pide relanzar teniéndolo a él como caudillo moral. ¡Que te sea leve, Felipe!

 
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