Usted está aquí: jueves 23 de febrero de 2006 Opinión Ruido blanco

Soledad Loaeza

Ruido blanco

Si no fuera por los escándalos que periódicamente despiertan en la opinión pública los runrunes de la campaña electoral, ésta transcurre en medio del creciente tedio de los electores. Lo único que nos mantiene alertas son las noticias que alimentan el morbo público antes que la reflexión: el inaceptable comportamiento del gobernador de Puebla y su florido lenguaje, las propiedades del ex gobernador del Estado de México, los negocios del primogénito de Marta Sahagún y los murmullos a propósito de nuevas revelaciones de las complicidades de Carlos Ahumada con el gobierno y los gobernantes perredistas del Distrito Federal. En cambio las palabras, las promesas y los intercambios de agresiones directas e indirectas de los candidatos se confunden con las declaraciones del presidente Fox, las recomendaciones de José María Aznar, los desplantes del delegado Zero (así, en inglés), las encuestas públicas de opinión, las vociferantes denuncias de los comentaristas radiofónicos, los sarcasmos o los alaridos de los periodistas televisados, las observaciones indignadas de los editorialistas, los escandalosos descubrimientos de columnistas enterados, los espots de radio y televisión, los espectaculares, las pegas en postes de alumbrado público, los reportes de las giras electorales. Todo eso sumado se ha convertido en ruido blanco. Tanto así, que no obstante el supuesto bombardeo de información a que estamos sometidos los electores, la verdad es que es muy posible que el próximo 2 de julio lleguemos a la casilla de votación y miremos nuestras boletas sumidos en la más completa ignorancia respecto al significado y las consecuencias de nuestro voto, porque el efecto del ruido blanco es precisamente ahogar nuestra capacidad de distinguir una entre las centenares de voces que pretenden informarnos acerca de los candidatos y los partidos en campaña.

El ruido blanco se produce al combinar sonidos de diferentes frecuencias. Si reuniéramos todos los tonos imaginables que puede captar el oído humano y crear uno solo, tendríamos ruido blanco. Este efecto no se produce nada más en los laboratorios ni es mero ejercicio para estudiantes de física, sino que ha encontrado usos prácticos. Frecuentemente se utiliza para enmascarar sonidos incómodos. Por ejemplo, el ruido que produce en una habitación un ventilador, constante y predecible, puede imponerse a los decibeles de conversaciones que tienen lugar en un cuarto contiguo, cuyos altibajos y resonancias son irregulares y, por lo mismo, pueden ser muy molestos. El ventilador tendría el efecto de centenares de voces que ahogan toda voz individual.

En el Distrito Federal en los setentas se vendían cajas de ruido blanco que fueron el alivio de muchos vecinos del Periférico que no podían vivir con claxonazos y arrancones que les alteraban los nervios. Actualmente el problema ha disminuido porque el segundo piso coloca a los automovilistas cerca del cielo, en el nivel de las súplicas y plegarias, mientras el primero sigue siendo un inmenso estacionamiento en el que con santa resignación los conductores leemos La guerra y la paz, hacemos crucigramas o simplemente dormitamos.

El problema de que para los electores -o votantes potenciales- el debate político que conduce una multitud de actores no sea más que ruido blanco consiste en que los asuntos que habrán de determinar el buen gobierno se desvanecen de nuestra atención. Poco nos interesan el intercambio de insultos o las descalificaciones de unos y otros, que son la supuesta sustancia del supuesto debate público. De suerte que realmente es muy poco lo que sabemos de cómo ofrecen o piensan gobernar los candidatos en caso de ser elegidos. Por esta misma razón es muy importante que haya debates televisados entre los candidatos presidenciales, porque ésa sería una oportunidad para que pudiéramos calibrar su potencial en la Presidencia de la República. No esperamos que sean grandes tribunos, pero, al menos, podremos leer algo de ellos en sus respuestas, en su lenguaje corporal, en sus reacciones ante la crítica, ante argumentos en contrario.

La incapacidad de respuesta del candidato en un debate no tiene por qué ser una catástrofe. Uno de los momentos memorables de la campaña de 2000 fue la reacción de Vicente Fox cuando se propuso una fecha distinta a la programada para un encuentro televisado con sus contrincantes. Aunque supo convertir en ventaja su obvia incapacidad de argumentación, tal como dejó ver su insistencia en el "¡Hoy!, ¡hoy!, ¡hoy!..." sin más, su comportamiento pueril no tuvo ningún costo. No obstante, ahí lo vimos tal como es, y no como lo construyó la mercadotecnia. El debate en televisión es importante porque servirá a los candidatos para elevar su voz sobre el ruido blanco, con algo mejor que historias escabrosas de fraudes, pederastia y corrupción.

 
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