Usted está aquí: viernes 24 de febrero de 2006 Política Percepciones

Jorge Camil

Percepciones

Una de las acepciones del verbo percibir, la segunda para ser más preciso, es "recibir por uno de los sentidos imágenes, impresiones o sensaciones externas". Y así, por los sentidos, en forma de ruido o desorden, apreciamos la realidad de la sucesión presidencial. Y no está mal, porque los sentidos, aunque sea un contrasentido, tienen fama de inteligentes: huyen de los extremos, como el ruido y los malos olores, que es de lo que están llenas las campañas. Por su parte, los candidatos parecen dedicados a trabajar para las encuestas, así que estamos atrapados en una guerra de frases mediáticas y descalificaciones. "Yo daré lo que el otro no da, y haré lo que el otro no hace." "Yo y aquél" son los parámetros egoístas donde transcurre nuestro universo político; jamás "ustedes o nosotros", como si el INEGI no les hubiese comunicado que ya rebasamos los 100 millones.

Los encuestadores se han adueñado de los medios y hablan ex cátedra. Con voz y cara de circunstancia, y versados en una ciencia oculta, dirigen las campañas tras bambalinas con aparente precisión matemática; especulan a sus anchas: si la elección fuese hoy, si fuese mañana, si fuese el 2 de julio (¡si mi tía tuviera ruedas sería bicicleta!) Fulano ganará en la ciudad y mengano en el campo -dicen, como si hubiesen encontrado la piedra filosofal-, y especulan sobre posibles combinaciones de votantes. También despotrican sobre los efectos que tendrían en las urnas el Presidente, los hijos de Marta, Montiel, el gobernador de Puebla y la maestra Elba Esther: en fin, una campaña conducida por algunos de los actores principales a través de vicarios, y donde han comenzado a actuar los sicarios, porque mientras el Presidente hace sus adioses y cuenta sus ovejas, el narco asoma la cabeza y elimina 11 jefes policiacos en un par de semanas, mostrando que las AK-47 no necesitan credencial de elector.

Casi nadie se compromete. En los actos proselitistas se descalifican unos a otros, y en las entrevistas televisivas los candidatos, como prisioneros militares, se limitan a dar su nombre, rango y número de serie, enviándonos de regreso al mundo de las percepciones.

En eso de las percepciones el candidato más favorecido, para bien o para mal, es sin duda Andrés Manuel López Obrador. Algunos lo perciben como el que menos se compromete; que sigue el consejo ruizcortinista: "en boca cerrada no entra mosca", aunque tampoco entren votos. Otros, como Andrés Oppenheimer, lo perciben moviéndose cada vez más hacia la izquierda, con un discurso que se ha hecho más radical. Y los empresarios, temerosos del creciente vuelco político en América Latina y siguiendo el juego a Carlos Salinas, lo perciben como alguien que gobernaría desde la extrema izquierda, a la manera de Hugo Chávez o Evo Morales. Dicen, como el autor del Señor de la Mancha, que Andrés Manuel izquierdea, que en su afán por atraer cada vez más votantes de las clases populares se aparta de lo que dictan el buen juicio y la razón. (Federico Arreola, autor de 2006, la lucha de la gente contra el poder del dinero, insinúa, con razón, que la campaña es entre López Obrador y Salinas, con los otros candidatos de comparsa.)

Sin referirse al candidato del PRD, pero hablando desde el púlpito de la iniciativa privada, el Tecnológico de Monterrey (al buen entendedor pocas palabras), el ex presidente del gobierno español, José María Aznar, expresó nuevamente su rencor contra la izquierda en una conferencia magistral donde nos advirtió los peligros del "populismo revolucionario", camino que conduce al fracaso. Y cuando creíamos haberlo oído todo, Jorge Castañeda, el candidato que nunca fue, le dijo a Oppenheimer que percibe a López Obrador como una nueva versión de Luis Echeverría (¡ni Dios lo quiera!). El Presidente, obviamente harto de la retórica electoral, afirmó en la sierra Tarahumara, con el tacto usual, que su gobierno "vomita la demagogia, el populismo, el engaño y la mentira".

La percepción que transmite Felipe Calderón es la de un político malhumorado, inflexible, de extrema derecha, que elevaría el dogma panista tradicional a la categoría de artículo de fe. Con Madrazo la cosa es diferente, porque antes de ser candidato oficial lo percibíamos como gran perdedor: ¿cerrazón? No, se llama "percepción".

Los obstinados encuestadores volvieron a aparecer esta semana para decirnos que "si Felipe Calderón se acerca a Madrazo pierde; pero si se acerca a López Obrador gana". Hay público para todo, hasta para quienes juran que Madrazo, con ayuda del PRI (más tiene el rico cuando empobrece...), será el próximo presidente de México.

Es un hecho que las encuestas, al publicar cifras, porcentajes y margen de error reivindican de alguna manera nuestro viejo juego del tapado, añadiéndole la respetabilidad que jamás tuvieron nuestros augurios de pláticas de café. Para bien o para mal las encuestas contribuyen a encajonar a los candidatos, confirman la percepción de que las clases populares están con Andrés Manuel, el norte revolucionario con Roberto Madrazo y el centro reaccionario con Felipe Calderón.

 
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