Usted está aquí: domingo 26 de febrero de 2006 Opinión Migración, cuestión de confianza

Laura Alicia Garza Galindo

Migración, cuestión de confianza

La política exterior foxista es el más claro ejemplo de la forma en que se ha manejado el gobierno federal durante el sexenio: errático, sin estrategia ni definiciones. Con el pretexto del cambio de paradigmas nacionales, los principios de política exterior -que por décadas y con éxito condujeran el quehacer internacional de México- fueron menospreciados; en la materia se pasó de una actuación consistente y clara a una política caprichosa que ha deteriorado la imagen nacional y vulnerado nuestra capacidad de negociación con el exterior; allende nuestras fronteras, se sufre de un gran descrédito. En el mejor de los casos, la actuación del gobierno del presidente Fox ha sido ignorada por la comunidad internacional, generándose un entorno negativo, donde las alianzas, en otro tiempo construidas con inteligencia y valentía, han sido sustituidas por animadversiones y falta de confianza. El gran margen de prestigio con que se contaba se ha desvanecido.

Es innegable que el lamentable atentado del 11 de septiembre cambió el panorama. La causa es que, desde aquel terrible suceso el gobierno foxista fue incapaz de reaccionar ante el nuevo escenario que nuestro socio y vecino estadunidense demandaba con urgencia: más y mejor seguridad a lo largo de la inmensa frontera que nos une. No obstante haber suscrito innumerables acuerdos en materia de seguridad fronteriza, comercio y energía -hasta hoy desconocidos y oscuros, que no pasaron por el Congreso de la Unión-, y que ya aparecerán firmados por Fox, la relación con Estados Unidos devino franco deterioro. Con poca consistencia y sin capacidad de negociación al haber cedido en cuestiones fundamentales sin rechistar, el gobierno del cambio continuó insistiendo en el asunto migratorio -por demás creciente en la medida que la economía se deterioraba- como si sólo se tratara de un asunto meramente económico, mientras para Estados Unidos pasó a ser una fuente de inestabilidad que generó en su sociedad un ambiente de mayor intolerancia hacia los indocumentados, hoy percibidos como amenazantes para su bienestar y seguridad, no obstante serles indispensables en diversas labores.

Incapaces de advertir el cambio del entorno y sí continuar con la cantinela de la enchilada completa, inició la escalada en contra de nuestros migrantes, por demás vulnerables, a las medidas cada vez más estrictas en el control fronterizo y a la aparición y aplicación de leyes migratorias cada vez más duras. A lo largo del sexenio, al tiempo que se ha acentuado el desempleo nacional, han crecido los operativos antinmigrantes en los estados fronterizos en el otro lado: el endurecimiento de la Border Patrol, declaratorias de estados de emergencia, radicalización de las asociaciones xenófobas que promueven el racismo, amén de diversas leyes de carácter discriminatorio, que exigen la comprobación de estancia legal para la prestación de servicios públicos.

Hoy, se ha pretendido ignorar un hecho contundente: los próximos comicios en Estados Unidos -en noviembre próximo-, en donde estarán en juego, la totalidad de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y 36 de las 50 gubernaturas, en donde una de las banderas privilegiadas para atraer votos es el combate a los inmigrantes. Así es como surge la amenaza de la construcción del muro en la frontera, más por su significado simbólico que como una solución al conflicto, por demás grave. Más duro y lesivo es el cambio de categoría legal que hoy se pretende dar a los migrantes ilegales, que por el solo hecho de serlo, se les dará el trato de criminales, a quienes se aplicarán castigos penales y no sólo deportaciones.

En efecto, son decisiones unilaterales en contra de connacionales, que por lo demás, lo único que buscan son oportunidades para un mejor nivel de vida, que su propio gobierno no ha podido brindarles. Ciertamente, el sentimiento antinmigrante no sólo es consecuencia de la dinámica interna que viven los estadunidenses, sino que se debe al propio fracaso del gobierno foxista que no ha sabido trasmitir confianza a quienes, por la estrecha relación, deberían visualizarlo como sus pares. Sin capacidad de negociación, el actual gobierno federal es percibido como incapaz de resolver problemas comunes; no existe credibilidad para la federación mexicana, que ha fallado en mantener la seguridad en las fronteras: el terrorismo, el narcotráfico, el tráfico de personas, el poder financiero internacional y demás desafíos de la globalización, parecieran ganar la batalla frente a un México cada vez más vulnerable. Pero al fin, el gobierno del cambio, nada redituable a la nación, ya se va y esperemos que -como dice la canción- sea para nunca más volver.

México, al igual que Estados Unidos está inmerso en su propia batalla electoral para el cambio de poderes: está en juego la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión y cuatro gubernaturas. Los mexicanos debemos tomar conciencia de que el país no resistirá más experimentos, pues están en juego demasiadas cosas, la más importante, el destino de la nación y del pueblo todo. Requerimos de un Poder Ejecutivo y de un Congreso con equipos equilibrados y con experiencia, capaces de recobrar, como ayer se logró, la dignidad, la confianza y la credibilidad en nosotros mismos y ante la comunidad internacional en problemas comunes, entre ellos, la migración.

 
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