La Jornada Semanal,   domingo 26 de febrero  de 2006        núm. 573

MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido


MARÍAS

Dos hondas soledades persiguieron mi adolescencia en San Nicolás. Una era india, pómulos salientes, mirada oscura, apenas púber —olía a menta. La otra era mestiza, mucho mayor. María era inalcanzable. Cruzábamos miradas. Nunca nos tocamos. La otra se llamaba también María. En la hora de la siesta, en el tibia tarde olorosa a caña y a mangos maduros, me llamaba desde alguna de las habitaciones para besarme con lujuria y sin prisa. Por instinto, yo mordía su lengua y estrujaba sus senos; sus piernas estaban cubiertas de una suave, dulce, perfumada capa vegetal.

Los encuentros, siempre fugaces, ocurrían tras la puerta de algún cuarto en penumbra. Un día nos sorprendimos al fondo del corral. La sentí aturdida, temerosa y brutal, mendicante y esquiva, suave y ávida como doncella. Yo buscaba vencerla, pero mi maña no bastó para su resistencia, para su gusto de dejarme al borde, para su resolución de no satisfacer por completo a mi avergonzado apetito.