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27 de febrero de 2006
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GARROTES Y ZANAHORIAS

LA MADRE DE TODAS LAS REFORMAS

El gobierno de Vicente Fox se consumió en gran parte al ritmo de un lamento y de un reproche: el lamento de no haber sacado adelante las “reformas estructurales” sin las cuales, según se dijo hasta el cansancio, la economía no puede sencillamente progresar, y el reproche que responsabiliza al Congreso del fracaso político que supone no haber tenido la destreza para hacer aprobar las propuestas legislativas del Ejecutivo en materia energética, laboral y tributaria.

No hay duda de que para superar el círculo vicioso del “estancamiento estabilizador” en que está atrapada la economía se requiere adoptar una serie de reformas. Pero nada permite asegurar, sin embargo, que el menú de reformas propuestas por el gobierno de Vicente Fox, y su contenido específico (por ejemplo, la universalización de la tributación indirecta en lugar de una reforma fiscal integral), sea el que realmente necesita el país para sentar las bases de un nuevo ciclo de crecimiento alto y sostenido y con capacidad de generar suficientes empleos remunerativos.

 Si las reformas económicas buscan algo más sustantivo que satisfacer los intereses y las preferencias político ideológicas del gobierno en turno y sus aliados (incluidos los publicistas), es imprescindible que se identifiquen aquellas que estimulen la formación de capital. Con mucha frecuencia se olvida y en numerosos casos hasta se ignora, que el coeficiente de inversión (o proporción del producto interno bruto que se destina al mantenimiento y la ampliación de la capacidad productiva del país) se colapsó hace un cuarto de siglo y desde entonces se mantiene por debajo de su máximo nivel histórico. Un nivel, por cierto que de por sí nunca fue muy elevado, sobre todo si se le contempla en el plano internacional. Mientras en México fue imposible recuperar coeficientes de 23 por ciento, como los alcanzados en el primer trienio de los 80, los países de crecimiento dinámico, como China, Irlanda o India, invirtieron en los últimos 25 años proporciones en promedio superiores a un tercio de su PIB.

Numerosas fueron las reformas estructurales adoptadas en la economía mexicana desde fines de los años 80 (privatizaciones, apertura comercial, desregulación), pero su impacto de largo plazo fue poco significativo en lo que hace a la formación de capital. Esta falta de conexión entre reformas y reanimación sostenida de la inversión productiva es una de las claves de la crisis de crecimiento del producto y el empleo. Se advierte, así, un bajo grado de confianza de los inversionistas para comprometer sus capitales en proyectos de riesgo, que impulsan la acumulación de capital y crean efectos multiplicadores sostenibles. Cuando este tipo de inversión crece y se mantiene de manera sostenida, su materialización puede ser considerada como la más contundente evidencia de confianza del capital, y también, en más de un sentido, del conjunto de los agentes sociales.

En momentos en que, a falta de propuestas constructivas e innovadoras, el debate público se reduce a ventilar escándalos y corrupciones jurídicas o morales, es pertinente llamar la atención sobre la necesidad de una reforma sin la cual la confianza de la sociedad, incluida la de los inversionistas, continuará siendo cada vez más escasa en el país. Se trata de la reforma del sistema de justicia. En las condiciones actuales, ésta aparece como la madre de todas las reformas que necesita la nación. Y no sólo, por cierto, para que los inversionistas tengan certidumbre, sino para que la gente eleve, por primera vez en un cuarto de siglo, sus expectativas § 

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