Usted está aquí: lunes 27 de febrero de 2006 Deportes Oreja a Manolo Mejía por sobria faena izquierdista a Tailandés, de Montecristo

Defraudan empresa y juez de plaza al repetir a un maleta y permitir el caos

Oreja a Manolo Mejía por sobria faena izquierdista a Tailandés, de Montecristo

Desperdiciado, un bravo toro de Garfias

Futuro esperanzador para Rafael Rivera

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen Manolo Mejía estuvo muy bien con su primero, Tailandés Foto: Notimex

Sólo cuando se tiene muy poca digamos consideración para con el público y hacia un desempeño profesional como promotor taurino se puede incluir en un cartel de temporada supuestamente grande a un remedo de torero como Luis Ricardo Medina, que intenta oficiar con el pretensioso apodo de Pasión Gitana.

Si ya en la decimonovena corrida del serial anterior, el domingo 6 de marzo de 2005, esta Pasión había confirmado su alternativa -según rumores a cambio de no pocos miles de pesos- pegando sendos petardos con un manso lote de Los González, ¿qué criterios aplicó el emprezafio para traerlo de nueva cuenta al escenario de sus impotencias? ¿Fue otra manera de humillar a los matadores mexicanos que se niegan a someterse a sus antojos? ¿Es el respeto que le merece el público que no es poncero ni julero? ¿Así aplica el rigor de resultados luego de arriesgar "su" dinero y culpar a los demás del hundimiento del espectáculo? ¿Volvió a pagar el caprichoso maleta por hacer de nuevo el ridículo en el vacío coso? De los cínicos autorregulados sálvese quien pueda.

Haciendo oídos sordos a sus severas limitaciones como neófito sin vocación, el señor Medina -próspero importador de equipo médico, entre otros giros y, al decir de algunos de sus colaboradores, narcisista, avasallador, arrogante, ventajista e inseguro- volvió a enfundarse en flamante traje de luces para hacer el paseíllo en la Plaza México en la decimoséptima corrida de la temporada.

Lo peor no fue la contumaz necedad de Pasión Gitana sino que en su frívola aspiración de jugar a ser torero se encontró con el bravo y noble Capeto, del hierro de Javier Garfias, un fino ejemplar con 488 kilos, cárdeno bragado, lucero y tocado ligeramente del pitón derecho, repetidor, alegre y con gran calidad en su embestida.

Sin parar un segundo los pies, sin la menor noción no se diga de valor sino de técnica, esta Pasión, medrosa pero autocomplaciente, permitió que su segundo picador bombeara en el puyazo ante la anuencia del juez Jorge Ramos, que complaciente y sumiso permitiría otros abusos a las cuadrillas.

Quizá por ello Manolo Mejía realizó con Capeto un suave quite por chicuelinas, como para mostrarle con manzanas al gitano de oropel las enormes cualidades de aquel astado. Pero ni por esas Medina logró calmar su pánico y al cabo de unos cuantos derechazos eléctricos y despegados empezó a escuchar el grito de ¡toro! Tras dejar una estocada entera caída, la rechifla se escuchó hasta... el año próximo, en que vuelva a arreglarse con el empresario que dice estar harto de tantas incomprensiones.

Con Jacobo, quinto de la tarde, cárdeno oscuro muy bien armado y abierto de cuerna, Pachón Desgana, como rebautizó un indignado matador en el tendido al calamitoso aprendiz, sin cargo alguno de conciencia, repitió color, no sin que antes uno de los peones estrellara a ese astado en el burladero.

La estulticia de tanto payaso metido a torero culminó cuando el juez Ramitos -diminutivo que inspiró a Lumbrera Chico la estatura taurina de tamaña autoridad- se hizo el desentendido con el puntillero, que aprovechando que Jacobo se echó por debilidad pero sin estar herido de muerte, lo remató, violando por enésima vez el reglamento.

¿Habrá alguna reacción por parte de la delegación Benito Juárez ante tanto cachondeo o seguirá haciéndose de la vista gorda como corresponsable del hundimiento del espectáculo? Esta misma semana lo sabremos.

Manolo Mejía estuvo muy bien con su primero, Tailandés, sustituto de la ganadería de Montecristo, al que no obstante su poca fuerza y sosería fue metiendo en la muleta, consintiendo, sin molestar, la escasa acometividad del burel. Hubo una tanda de cinco naturales tersos, muy bien rematados con el forzado de pecho, seguida de otros tres por el mismo lado y como cobrara un estoconazo en todo lo alto, el público demandó la oreja, que el antiadministrado maestro paseó satisfecho. Con su segundo, no logró remontar la sosería del toro.

Confirmó su alternativa Rafael Rivera, hijo de Curro y primo de Fermín, para desplegar toda la tarde, en elegante réplica a la visionuda Pasión, un pundonor, una vergüenza torera y un respeto por el traje de luces que hacen abrigar muchas esperanzas con respecto a su potencial y a su porvenir. Con muy pocas corridas toreadas, este Rivera merece más oportunidades de nuestros alelados empresarios.

 
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