Usted está aquí: lunes 27 de febrero de 2006 Economía Inquietud

León Bendesky

Inquietud

Se extiende por nuestra sociedad una creciente inquietud provocada por la descomposición del ambiente político. El desgaste del gobierno es palpable y no puede superarse sólo a base de machacar con insistencia desmedida en las acciones que se emprenden desde Los Pinos. "Si seguimos por este camino", como dicen los tan repetidos anuncios difundidos por todos los medios de comunicación y que promueven la imagen personal del presidente Fox, la verdad es que no hay garantía alguna de que el país llegará a ningún destino promisorio.

A la par de la campaña publicitaria, que debe tener un costo millonario, el gobierno ha sido ineficaz para ejercer las funciones esenciales del Estado. El caso más sobresaliente es el de la seguridad. Cuando los ciudadanos no pueden contar con la protección efectiva de su persona y sus bienes que deben ofrecer de modo confiable las leyes y las autoridades encargadas de aplicarlas, se crea un vacío de legitimidad que repercute de modo adverso en el conjunto de las relaciones sociales. Todo se vale.

Pero esto se sabe de sobra desde hace más de tres centurias, y el asunto que nos ocupa e inquieta tiene que ver con la evidencia de la incapacidad para defender la integridad de los individuos en México. Hoy la justicia ya se hace por la propia mano de las víctimas, que se deben dedicar a ofrecer recompensas y literalmente capturar a los delincuentes para entregarlos a unas autoridades pasivas, incapaces, y quién sabe si hasta cómplices.

Este es el mundo al revés. Así vemos las imágenes -feas y poco alentadoras- de secuestradores y asesinos en grandes anuncios espectaculares en las calles más céntricas de la ciudad de México, como una muestra de desesperación por un lado, y de impunidad por otro. La experiencia de la familia Wallace, por ejemplo, es terrible para ella, y para todos los demás una clara señal de desamparo y de vergüenza colectiva.

La desprotección social tiene muchas vertientes que este gobierno ha sido torpe e ineficaz para controlar. Cuando les leyes primarias se violentan sin una reacción correspondiente de los responsables de cuidarlas se debilita el orden público. Eso ha ocurrido en varias ocasiones a lo largo de esta administración y, ahora, en el caso reciente de la visita del ex presidente español Aznar, quien, cobijado por la dirigencia del PAN, participó en un acto proselitista de apoyo a su candidato a la Presidencia.

Flaco favor para Felipe Calderón es el respaldo de uno de los representantes más conspicuos de una derecha rancia, tramposa y poco moderna como la que representa Aznar. Ese es problema de él, como es asunto de Acción Nacional el cinismo de su presidente Manuel Espino al enfrentar los distintos reclamos por ese acto. Problema nuestro, sin embargo, es la pasividad del secretario Abascal como representante del Estado, y quien no supera las confusiones entre lo que piensa o lo que cree con sus responsabilidades públicas en el campo de la política interna.

Por otra parte, del deterioro político que es capaz de mostrar la vieja guardia del PRI hay muestras reiteradas. Entre la enorme y sospechosa riqueza del ex gobernador Montiel, a quien aun no hay todavía autoridad local o federal que se anime a acercársele, y las formas de gobernar de Mario Marín en Puebla, se extiende todo un catálogo de las malas prácticas políticas.

La crisis del Revolucionario Institucional no ocurrió en 2000, cuando perdió las elecciones presidenciales, sino que se ha ido acumulando durante los años recientes hasta el desgaste y la decadencia actuales. Pero este partido tiene aún enorme influencia política en todo el país, cuenta con muchos recursos que sabe usar bien y posee gran capacidad de resistencia. Su declive y las consecuencias que provoca son muy costos para sus miembros y para todos los demás.

La inquietud se asienta actualmente en México sobre bases firmes. El entorno político requiere de mucha mayor atención de los políticos, no únicamente de aquellos que buscan ser elegidos a algún cargo público ni de aquellos de una misma denominación ideológica o marca. También exige mayor claridad en los planteamientos y las posiciones de los empresarios y las organizaciones sociales y de los intelectuales de distintas cepas.

Y no es menos relevante la reorientación necesaria del modo en que operan los medios de comunicación. Estos se han convertido a través de sus locutores y conductores de espacios noticiosos y de opinión en jueces de hechos y de los personajes políticos, muchas veces cargados de prejuicios que saltan a la vista. La opinión que dicen formar entre el público se beneficiaría mucho si se concentrara en una mejor información, que no sea sólo moneda de cambio o aviso de ocasión. Es poco el esfuerzo que hacen para exponer los hechos con objetividad y sin una continua y a veces grosera editorialización, hasta con ademanes, de los asuntos sobre los que dicen notificar a la gente. Estas tendencias indican el camino por el que marcha el país y lo que le espera mañana.

 
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