Usted está aquí: lunes 27 de febrero de 2006 Sociedad y Justicia Los Rolling Stones se reivindican con México

Anoche, concierto muy superior a los de años anteriores

Los Rolling Stones se reivindican con México

Como si cuatro décadas no hubieran transcurrido, estos adolescentes sesentones apostaron por sus éxitos de siempre

JAIME AVILES

Ampliar la imagen Mick Jagger, vocalista, y Charly Watts, baterista Foto: Roberto García Ortiz

Ampliar la imagen Keith Richards y Ron Wood en el concierto que los Rolling Stones ofrecieron anoche en el Foro Sol de la ciudad de México. La banda se presenta el 1º de marzo en Monterrey Foto: Roberto García Ortiz

Y la tercera fue la vencida. Después del chasco de Voodoo Lounge en 1995 y del magno acto fallido que fueron los Puentes a Babilonia en 1998, con la más grande explosión de todos los tiempos (A Bigger Bang) los Rolling Stones entregaron anoche el mejor y excelso y exquisito y adjetivable concierto de su historia en la ciudad de México.

Si de algo puede dar fe esta crónica es de que Mick Jagger no suda, Keith Richards tiene el aspecto de un muégano, Rony Woods parece un Pinocho de cera con la nariz derretida por la edad y Charly Watts no evidencia el cáncer que lo está matando, pero los cuatro adolescentes sesentones que anoche se encontraron en el escenario del Foro Sol para ofrecer una retrospectiva de su obra estaban en la plenitud de la plenitud.

Mientras Voodoo Lounge fue un espectáculo de teatro de gran guiñol, con títeres colosales que se inflaban y se movían con la gracia de un entretenimiento para párvulos, en tanto el sonido era idéntico al de las cintas y los discos del mercado -paradójica perfección que lograba ser tan idéntica a sí misma que parecía más bien un vil truco de play back-, y a su vez los Puentes a Babilonia eran pretexto para otros alardes tecnológicos -del centro del escenario surgía un monstruo metálico que en realidad era la cabeza de un gusano que en realidad era un telescopio que en realidad era un arco para conectarnos con el pasado, cuando las satánicas majestades tocaban en antritos con una bataca, un bajo (el del difunto Brian Jones), un requinto, una guitarra acústica y una armónica-, en esta ocasión los Rolling hicieron una apuesta basada fundamentalmente en la música, su esencia, su razón de ser, su seña de identidad y la lápida bajo la cual son ya inmortales.

Metáfora de heroína

Más allá del bien y del mal, los Rolling están muy lejos de ser una empresa ambulante que vende sus más recientes productos en los pueblos del camino; cómo pasa usted a creer. Nada de giras promocionales para colocar en la lista del hit parade su nuevo disco. En el virtuosísimo concierto de anoche ejecutaron sólo dos temas de A Bigger Bang (la más grande de todas las explosiones fundacionales del universo, hay que insistir en la nostálgica y orgásmica intención del título de su álbum más fresco) y, por el contrario, se dieron el lujo de abrir con Jumping Jack Flash para cerrar, una hora y 58 minutos más tarde, con Satisfaction.

Fue como si no hubieran transcurrido más de 40 años, desde principios de la década de los 60 -cuando eran unos muchachos imberbes y andróginos y borrachos y drogadictos y promiscuos y reventados y descreídos y rencorosos y enemigos de la moral conservadora-, hasta el día de hoy en que, traicionando todos los emblemas de su rebelión juvenil, pero sobre todo traicionándose descaradamente a sí mismos (lo que por lo visto se perdonaron sin mayor problema), representan lo mejor, lo más alto y lo más entrañable de la civilización occidental.

Sin renunciar del todo a la metáfora del escenario que se expande como un falo impulsado por la invasión sanguínea de los cuerpos cavernosos, los Stones repitieron anoche el truco de la plataforma que se desplaza -ahora sobre un riel- hasta el centro del gigantesco patio de lunetas. A lo largo de su viaje de ida y vuelta recibieron sostenes y calzones femeninos, y miles de disparos de cámaras incrustadas en teléfonos celulares, mientras unos guaruras rubios y gordos, robados al staff de la Casa Blanca de míster George WC Bush -a quien no le tocaron Sweet new con (dulce neoconservador)-, los escoltaban escudriñando a la eufórica multitud.

Delgado y con mínimas nalgas como las que lucen en nuestros días las señoritas anoréxicas de la clase media, más femenino que nunca, dueño de una agilidad extraordinaria y, a diferencia de sus dos visitas anteriores, simpatiquísimo, relajado y champurreando frasecitas en español -"hace ocho años estuvimos aquí, los extrañamos mucho", "es chido estar en Méxicou"-, el maestrísimo Jagger bailó, saltó y cantó mejor que nunca en estas tierras, sujeto a un sencillo repertorio que incluyó grandes éxitos como It's only rock & roll but I like it, Tumbling dice (dados cargados), Angie, Midnigth Rambler (vagabundo de media noche), Honky Tonk Women, Happy, Brown Sugar, Get off of my cloud, You can't always get what you want, Simpatía por el chamuco (que no por el chamaco) y I can't get no...

Keith Richards, a su vez, cantó Empty whitout you ("este lugar, sabes, está vacío sin ti''), aunque todo el mundo hubiese querido oírle aquellos versos de "ey, quiero decirte por principio que soy el peor muchacho que debería estar contigo", pero de todos modos la muchedumbre lo acarició con sus aplausos en premio a su grandísima consecuencia.

Porque si Jagger se hizo rico y famoso disfrazándose de rebelde para convertirse en un hijo de puta que cantó para los soldados ingleses que Margaret Thatcher envió a las Malvinas y se desdijo de sus panegíricos en favor de las drogas duras como Brown Sugar (metáfora de heroína, según el maestro Hermann Bellinghausen), o como Flores muertas ("allá vas en tu Cadillac rosado y yo estoy aquí en mi sótano con una cucharita y una jeringa"), Richards se metió por las venas, por las narices y por los pulmones todo lo habido y por haber, y a pesar de todo sigue tan campante, le decía a este cronista un anciano que sin parar de brincar y gritar a todo pulmón los versos de Angie se sacaba los dientes postizos y se los metía de nuevo en las deshabitadas encías con aire retador.

''¿Cuánta gente cabe aquí?", preguntó el fotógrafo Pedro Cote a uno de los incontables muchachos del esquema de seguridad, y el joven, por cuya boca hablaban la Secretaría de Educación Pública y Televisa y el rigor científico inculcado a las nuevas generaciones por los dueños del país, respondió: ''No sé, como 20 mil, 30 mil o 40 mil''. Nada más pero nada menos. Por el contrario, el vigilante David Morales, ante la misma curiosidad, afirmó sin vacilaciones que el cupo era de 70 mil "con sillas", porque sin éstas, desde luego, sería de más.

Lo que pasa, agregó, es que ''las sillas las ponen porque viene mucha gente de la tercera edad". Y tenía razón: los Rolling tocaron para viejitos y viejitas que crecieron con ellos en la rebeldía y en la inconformidad y que hoy, en el caso de México, integran la combativa generación que hace un año se opuso al desafuero de Andrés Manuel López Obrador y dentro de cuatro meses trazará el rumbo inmediato del país. Pero, sociologías al margen, qué deliciosa y genuina y maravillosamente sonaron anoche en la ciudad de México los Rolling Stones.

 
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