Usted está aquí: martes 28 de febrero de 2006 Opinión Marino Marini en el Museo de San Carlos

Teresa del Conde

Marino Marini en el Museo de San Carlos

Este escultor italiano, a quien Picasso conoció y admiró, murió a los 79 años en 1980 y dejó obra suficiente para instalar tres museos: el que se encuentra en Pistoia (Toscana), su ciudad natal; otro ubicado en la bella ex iglesia de San Pancrazio, en Florencia, y uno más en Milán. La fundación Marini que todavía dirige su viuda, a quien él cambió el nombre original por el de Marina, es la principal proveedora de las piezas que se exhiben: bronces, terracotas, dibujos (espléndidos por cierto) y algunas pinturas, entre las que destaca su autorretrato de 1929, momento en el que se encontraba involucrado con lo que no fue propiamente hablando una corriente, sino una amplísima agrupación de artistas de varias tendencias, todas, si se quiere, de antivanguardia.

Me refiero al Novecento Italiano. Cierto es que -como asociación- sirvió a intereses fascistas, pero no todos sus integrantes participaron en actividades políticas y menos aún personalidades como Marino Marini y Giaccomo Manzú. Hay nexos entre ambos, pero me parece que como escultor Marini es el de más avanzada dentro de su contexto, debido entre otras razones a su permanencia en Francia después de la Primera Guerra Mundial, cosa que no ocurrió con Manzú conocido sobre todo por sus trabajos vinculados a la Iglesia. Ahora que transcurre el Año Mozart, conviene recordar que las puertas de la catedral de Salzburgo fueron realizadas por este escultor, por cierto que se cuentan entre sus mejores obras.

Más perspicaz que Manzú como retratista escultórico, Marini llama la atención no sólo mediante sus temas consabidos: caballos y jinetes que a veces poseen matiz ominoso, como si se hubiera propuesto convertirlos en símbolos, dejando traslucir rasgos que llegan a ser trágicos, sin evidenciarlos del todo. De haber puesto énfasis en esto, sería un escultor expresionista, y no lo es propiamente, como tampoco conviene seguir calificándolo de ''etrusco contemporáneo" (repitiendo fuentes conocidas), porque si bien es cierto que los etruscos destacaron precisamente en la retratística en volumen, no menos lo es que Marini es un artista muy de su tiempo: hay en él ecos de Léger, de Giaccometti, de Picasso y hasta de Matisse y Henry Moore, con quien llegó a compartir exhibición.

El día que visité la exposición (agradezco la atención a la directora del museo, Fernanda Matos), éste estaba cerrado, situación inmejorable para deambular por los rubros que integra, sin interrupción alguna. Las tres gracias es un bronce patinado con tiza que tiene todas las características de una metopa y se antojaría ver edificios contemporáneos con un friso que contuviera trabajos realizados de manera similar.

En cambio, el cuerpo de bronce (1933-34), Nudo feminile, es el cuerpo de la Venus de Cirene sometido a sus lineamientos esenciales y un poco ampliado del pubis para abajo. El Giocoliere implica una referencia masculina a la conocidísima Iris, de Rodin y el muy dramático Piccolo cavallo bastante es lo que debe a Picasso, rasgo que el escultor se encargó no sólo de no disimular, sino de acentuar, poniéndolo en evidencia precisamente en los momentos de la ocupación estadunidense.

Los mejores dibujos no son las recreaciones futuristas ni los que contienen referencias a Arp o a la abstracción orgánica, sino los figurativos, como el estudio referido a Miguel Angel o los primorosos desnudos a línea que pueden calificarse de magistrales.

Para calibrar la manera en que hizo crítica (al fascismo y sobre todo a la transformación radical del fascio después de la creación del eje Roma-Berlín en octubre de 1936) conviene hacer una comparación entre los cristos que realizó y varios de los caballos, principalmente aquellos que no son cabalgados por jinete alguno. También es posible percatarse de que algunos jinetes montan cabalgaduras que parecen cerdos y los dibujos a tinta que representan jinetes, así como L'angelo della città, con las alas convertidas en muñones, dan idea de su conciencia respecto de lo que sucedía en su país.

Después, hacia 1959, realizaría un monumento ecuestre de seis metros ''como memoria de los horrores de la guerra", en La Haya. Durante la guerra y escapando de ella, permaneció un tiempo en Suiza, pero fue hasta 1952 cuando se le otorgó el principal premio de escultura en la Bienal de Venecia, que su reputación internacional se consolidó. También participó dos ocasiones en Documenta Kassel.

 
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