Usted está aquí: miércoles 1 de marzo de 2006 Capital Buscan "casitas itinerantes" revertir cultura de violencia

Hace un año empezaron su recorrido por el DF

Buscan "casitas itinerantes" revertir cultura de violencia

Algunos niños consideran normal que padres la ejerzan

AGUSTIN SALGADO

Ampliar la imagen Casa del Arbol intinerante en la escuela primaria Narciso Ramos, en Tláhuac, donde se imparten talleres sobre derechos humanos a los alumnos Foto: José Antonio López

Revertir la cultura de violencia intrafamiliar no es tarea sencilla, más cuando los destinatarios son niños que afirman que sus padres tienen el derecho a imponerles castigos físicos.

Desde hace un año, cuatro educadores de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) recorren diferentes puntos de la ciudad. Lo que comenzó en la Casa del Arbol, "espacio lúdico llenó de secretos, juegos y colores", ha dado origen a dos "casitas itinerantes". El único objetivo es fomentar entre los menores una cultura basada en el respeto a los derechos humanos.

Instalada en una esquina del patio de una escuela de la delegación Tláhuac, la "casita itinerante" atiende ahora a los alumnos de cuarto grado.

Antes de comenzar con el taller se interpuso la hora de recreo: durante los 30 minutos de descanso algunos alumnos se acercaron al remolque pintado de colores.

Vestidos con el uniforme de la primaria pública pidieron a los educadores que les pusieran la canción de la "mamá pegalona", acordes del Grupo Bandula, que en ritmo afrocaribeño relata la historia de una madre que hace de la violencia física una manera de educar a sus hijos.

Aarón accede a la petición y busca en el interior de la "casita itinerante" los discos compactos de Bandula.

La otra educadora, Verónica, se deja abrazar y luego de escuchar el guagancó, el merengue, la cumbia y los sones jarochos, que hablan sobre la diversidad de los colores de la piel o de los profesores que creen que "la letra con sangre entra", le propone a la audincia infantil ver algunas "películas que están muy divertidas y apenas duran dos minutos".

Ahora son los niños quienes acceden y la televisión instalada en el remolque comienza a proyectar cortometrajes: algunos realizados con figuras de plastilina, otros con caricaturas, todos se refieren a las garantías establecidas en la Convención por los Derechos de la Niñez.

El cortometraje en torno al derecho a jugar es el que más llama la atención: un gesto adusto surgido de una figura de plastilina que representa a un adulto, el cual reiteradamente niega a dos menores un balón de futbol, deja en claro a los alumnos el derecho que tienen a divertirse.

Al final de cada historia, aparece en la pantalla el rostro de una figura pública, que igual puede ser un ex jugador de futbol, como Luis Miguel Salvador, una actriz de televisión, como Gabriela Platas, o un entrenador profesional como Miguel El Piojo Herrera, quienes explican los derechos de los niños y las niñas.

La media hora de recreo se acabó y los niños se van poco a poco a sus salones de clase.

Aarón, luego de explicar que los educadores son diferentes a los capacitadores, "ya que nosotros trabajamos con niños y ellos lo hacen con adultos", se dirige a la dirección de la escuela para pedir "que les manden" al grupo de 4O C.

El taller, que tiene como objetivo ser "un proceso educativo", dura aproximadamente una hora y además de los derechos se refiere a los compromisos de la infancia, "ya que no se puede decir que un menor de edad tenga obligaciones".

Verónica explica lo qué es un derecho y de vez en vez los de 4O C intervienen.

Sentado en la última fila, Esaú reitera en varias ocasiones que los niños "tienen el derecho a comer"; Bryan dice que "todo niño debe de tener un nombre", y Jennifer, quien se pegó la calcomanía con su nombre en la cabeza, se refiere al derecho a la educación.

-¿Tenemos el derecho a que nadie nos respete, a que no nos agredan físicamente, a que no nos peguen? -pregunta Verónica.

-Pues cuando nos portamos mal o no hacemos lo que nos corresponde, sí, nos lo merecemos, responde otro menor.

-A mí me han pegado mis abuelos, mis tíos, mis papás -relata otra niña.

-Pues no deberían de hacerlo -reconviene una más.

Verónica y Aarón tratan de explicarles el derecho a la integridad física, les recuerda la letra de la canción de Bandula, el cortometraje correspondiente, pero a manera de conclusión y con una certeza no común en una niña de ocho años, Helideth sentencia: "solamente nuestros papás pueden hacerlo".

 
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