Número 115 | Jueves 2 de febrero de 2006
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Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

No se nace, se llega ser
El camino de la transexualidad

Un viejo cliché definía a la persona transexual: un ser atrapado
en un cuerpo que no le corresponde; otro más confundía las categorías de travesti y transexual, lo que libremente se aparenta ser y lo que más allá de las apariencias señala el drama de una fisiología indeseable. El siguiente reportaje aborda, a partir de testimonios directos, la complejidad del asunto.

Por Fernando Mino

“Te vas a reír, pero siempre soñé con tener una fiesta de 15 años, con vestido largo, chambelanes y todo”. A Casandra, de 28 años, le brillan los ojos con la confidencia. Acomoda tras su oreja el mechón de cabello que le cubre la frente mientras platica. Sonríe y cuenta cómo, de niña, le gustaba ponerse los vestidos y los zapatos de su madre.

Ha dejado crecer su cabello y presume sus cejas perfectamente depiladas, viste un pantalón de mezclilla masculino, que ajusta y marca las piernas y nalgas generosamente engrosadas por la terapia de hormonas. “Si por mi fuera, siempre estaría vestida. Todavía no puedo estar de mujer siempre, aún necesito cambiar, verme bien”. Verse bien, es decir, acorde con su identidad de género, con la feminidad descubierta en la infancia, que se convirtió en un conflicto por no corresponder con su físico.

Las y los transexuales son personas con una identidad de género distinta a la que socialmente se asigna a su sexo anatómico. No existen datos sobre el número de casos en México, pero es posible hacer cálculos a partir de la tasa de prevalencia en Holanda, calculada en 1993: uno de cada 11,900 varones y una de cada 30,400 mujeres.
Mujeres con pene u hombres con vagina, si se busca la reducción mínima y obvia para los patrones culturales occidentales, que hacen del modelo de género masculino-femenino la base de las relaciones entre los seres humanos.

Reasignación sin bisturí
Médicamente, la transexualidad fue incluida en 1980 en la tercera versión de la Diagnostic and Statical Manual of Mental Disorders de Estados Unidos. Actualmente, los manuales médicos manejan el concepto de “trastorno de la identidad de género” para referirse a “aquellos sujetos que muestran una fuerte identificación con el género contrario e insatisfacción constante con su sexo anatómico”, según la Guía clínica para el diagnóstico y tratamiento de los trastornos de identidad de género de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición.

El diagnóstico de transexualidad se da a partir del testimonio de la persona, único criterio, que suele ser visto como una complicación por la medicina, como muestra la guía clínica citada: “El diagnóstico depende de la información suministrada por los pacientes, que a menudo es modificada, inconscientemente o a propósito”. De ahí que el proceso sea largo, entre seis meses y dos años, para descartar una psicopatología. Una vez hecho el diagnóstico se procede a desarrollar un tratamiento hormonal que anula las características y funciones del sexo biológico y permite desarrollar caracteres sexuales secundarios correspondientes a la identidad de género vivida. Dado el caso, es posible realizar cirugías de reasignación sexual para cambiar la apariencia genital.

Pero el camino médico no es el seguido por la mayoría de las personas que viven un trastorno de la identidad de género. La discriminación para el grupo más visible de los que suelen agruparse en la amplia gama de la diversidad sexual condena a las personas transexuales a vivir en la marginalidad.

Situación que impacta, incluso, su noción de sí mismas. Desde hace un par de años, Casandra toma hormonas, sin prescripción médica, para desarrollar características femeninas. Pero no se considera transexual, pues no se ha hecho una reasignación quirúrgica de los genitales. Ni lo desea. “Voy a ser una mujer por fuera. Aunque no me gusta que mis parejas me toquen el pene, no me estorba. Quien me quiera me tendrá que aceptar como soy”.

Como Casandra, la mayoría de las mujeres transexuales —varones biológicos— da por terminado su proceso cuando se ha dado una reasignación hormonal y social, cuando su aspecto físico, su cara y su cuerpo visible externamente, corresponde con la identidad que vive. “Una reasignación quirúrgica de sexo no es un requisito”, asegura el sexólogo Óscar Chávez Lanz, director del Grupo Interdisciplinario de Sexología. Aunque el precio bien puede ser un factor importante para descartar una reasignación genital: alrededor de 170 mil pesos.

Rastreando por el género
Quien es transexual se siente atrapado en un cuerpo que no le corresponde, lo que trasciende la voluntad, si se atienden las pocas investigaciones realizadas al respecto: que buscan un origen biológico, aunque sus hallazgos aún son pobres. A partir de lo existente, los manuales médicos aventuran que los trastornos de la identidad de género “podrían desarrollarse como resultado de una interacción alterada entre factores genéticos, el desarrollo cerebral y la acción de las hormonas sexuales” (guía de la Sociedad Española de Endocrinología).

La transexualidad es, entonces, una condición, no una decisión, lo que establece la diferencia básica con el travestismo. Dice Chávez Lanz: “Lo más general es confundir a personas transexuales con travestis. Travestismo se refiere al gusto por ponerse atuendos que no corresponden con el cuerpo y la identidad; quien se traviste no se siente mujer por traer falda u hombre por traer espuelas”.

Para Chávez Lanz, más que buscar orígenes biológicos para la transexualidad, hay que cuestionar la realidad que sólo concibe dos opciones de género. “Que sólo haya identidades masculina y femenina es un artificio del estado cultural en que estamos”, afirma. De acuerdo con esta postura, existen muchas gradaciones entre las concepciones biológicas de hembra y macho, como demuestran los casos de intersexualidad —personas que nacen con características genitales femeninas y masculinas en distintos grados y combinaciones. Estos casos médicos suelen ser “solucionados” con la asignación quirúrgica a uno u otro de los sexos establecidos.

La dualidad masculino-femenino no es algo natural y el caso del Istmo de Tehuantepec es interesante, sostiene Chávez Lanz. “Los muxe's de Juchitán, aunque morfológicamente son hombres, conforman un género distinto, pues su identidad implica prohibiciones, permisos y obligaciones distintas a las de hombres y mujeres. En el contexto zapoteca antiguo se 'construían' muxe's cuando eran necesarios a la comunidad para algún cuidado doméstico. Hay un estereotipo establecido de ser muxe'”.

Visibilidad jurídica

La búsqueda por reasignarse va más allá del cuerpo, o es quizá que el cuerpo es la primera condición para el proceso más importante: la reasignación social. Hasta hoy, sólo algunos países desarrollados cuentan con criterios legales para el cambio de nombre y de sexo en los registros administrativos. En España se trabaja una legislación sobre identidad transgenérica y en Andalucía la reasignación quirúrgica es cubierta por la seguridad social. En Cuba, se estudian dos propuestas de ley para autorizar reasignaciones quirúrgicas y la modificación legal de la identidad. De aprobarse, sería la primera nación del tercer mundo con una legislación en la materia.

En México, la fracción del PRD en la Cámara de Diputados trabaja en una iniciativa de Ley Identidad de Género, que contempla el cambio legal del nombre y el sexo en los registros públicos, pero parece difícil que el proyecto se discuta. Para el abogado Pedro Morales Aché, especialista en derechos sexuales, es necesario utilizar los mecanismos legales ya existentes. “En el código civil del Distrito Federal se contempla la rectificación de actas del registro civil cuando exista un error que incumba un dato esencial como la filiación, el estado civil, la nacionalidad, el sexo y la identidad”, aunque reconoce que el proceso es difícil, pues la instancia a la que le corresponde la rectificación, el Registro Civil, no reconoce que proceda la corrección de datos en casos de transexualidad. “La ley es un primer paso, ahora lo que se requiere es la práctica judicial”, afirma el especialista. No obstante, existen varios casos de personas transexuales que han conseguido sentencias favorables para la rectificación de su identidad. (Letra S número 95.)

Para Hazel Gloria Davenporth, mujer transexual de 39 años, periodista y activista, es importante el reconocimiento jurídico de la identidad genérica, pues las personas transexuales se encuentran indefensas en todos los aspectos. “Se requieren modificaciones legales para proteger derechos tan elementales como la utilización de baños públicos”.

Con un posgrado en Ciencias de la Comunicación, Hazel se enfrenta al desempleo y la discriminación laboral por ser transexual. Ahora hace trámites ante el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior para revalidar sus estudios de licenciatura, “quiero que mi título se vuelva a expedir, ahora con mi nombre femenino”. Anulación de lo que se aparenta, ratificación de lo que se es, primer paso para borrar la diferencia impuesta por la visión de género atada a los genitales.


Foto: Alberto Ibáñez