Usted está aquí: viernes 3 de marzo de 2006 Opinión RUTA SONORA

RUTA SONORA

Patricia Peñaloza

The Rolling Stones: espiral sin tiempo

Mal portados del rock

Exceso, glamur, hedonismo

MONTERREY, NUEVO LEON. Cuando uno vuelve a ver en vivo a los Rolling Stones , no sólo se colma de sangre nueva, cual si una transfusión maldita, sino que es fácil comprender por qué su líder Mick Jagger clama sentir compasión (que no "simpatía") por el diablo: el pobre patas de cabra jamás podría divertirse tanto como lo hacen esa espiga sexagenaria y saltarina y su séquito de ángeles insurrectos.

Y QUE MEJOR QUE UN Miércoles de Ceniza, día que recuerda a los creyentes que la carne es mortal, para que, en directo, una de las bandas fundacionales de la vertiente "mal portada" del rocanrol (que no cambia mundos -¿oíste, Bono ?-, pero cómo nos gusta) venga a mofarse de tal sentencia, con un espectáculo impactante, más por su tuétano musical, extraído de la mina original de rhythm and blues que los hizo dedicarse a esto, que por sus moderados efectos especiales, amén del pasmo que causa ver a unos señores de edad avanzada roquear con tanta convicción, entusiasmo y despiporre, sin perder ni un gramo de dignidad.

PERO NO CONFUNDIRSE. Estas majestades, cuyas composiciones recientes se han tornado inofensivas, hace casi más de dos décadas ya no son "satánicas" en tanto su propuesta musical, su contenido lírico o su supuesta actitud contracultural (ya no espantan ni a sus seguidores de la tercera edad ni a los de la segunda ni a los chamacos, asistentes en igual porcentaje a sus dos conciertos en México: DF, febrero 26; Monterrey, marzo 1). Quizá su demonio más bien esté en aquello que como enorme maquinaria a medio aceitar (¿qué sería de su rocanrol postrimero de no sonar ajado, sucio, aun la brillante ejecución instrumental de cada uno?) siguen exaltando, y de lo que nunca han renegado, y menos en concierto: el exceso, glamur y hedonismo que implican el individualismo, la fama, las drogas, el dinero... el dinero... y el dinero... Entrañables valores de la civilización occidental.

PERO ES JUSTO ESE CINISMO nada contradictorio el que los hace sonar endiabladamente actuales. Porque una cosa es que dé un poco de pereza que en sus discos sigan sonando a ellos mismos una y otra vez (aunque en A bigger bang , 2005, lo hacen más depurada y sabiamente que en los últimos cuatro lustros), y muy otra su capacidad de despabilar credulidades al ofrecer en vivo conciertos de tan alto calibre, y con ello burlar cualquier prejuicio respecto de lo que "debe y no debe hacerse" llegada cierta edad.

DE TAL MODO, mientras en directo Satisfaction, Get off of my cloud o Angie pueden seguir causando estragos en el torrente sanguíneo al más descreído, y mientras Jagger se solaza y relaja a medida que más tiempo pasa, ahí está U2 (lo siento, se pone de pechito), que hace sonar caducas algunas de sus canciones, aun teniendo la mitad de vida de los Stones; o ahí está Bono, convertido en una monjita vetusta, solemne y sermoneadora. Por alquimias inexorables, cada canción de sus geriátricas majestades apasiona, como se goza a pesar de su repetición cada que se vuelve a hacer el amor, cual si la primera vez.

ASI, LA NOCHE DEL MIERCOLES de Ceniza, en que se ordena ayuno, 40 mil regiomontanos se empacharon de rocanrol clásico, acrisolado, sonorizado impecablemente, quizá con menor precisión en los dedos rugosos de Keith Richards y Ron Wood sobre las guitarras primera y segunda respectivamente (apoyados por ocho músicos extras: bajo, teclados, metales y voces), pero con el estilo acentuado hasta el tuétano. Con la mirada perdida durante la primera mitad de la velada, casi inmóvil (¡móchese!), Wood pareció ser un zombie; Richards conmovió al cantar solo, pero aunque mantuvo el requinto a tope, igual se movió mucho menos que antes; "quizá están muertos pero aún no lo saben", dice entre las gradas Pepe, estudiante de criminología, de 19 años. Por su parte, ante carretadas de veinteañeros, familias pudientes y guapas anoréxicas de tacón, el maestro Charly Watts lució elegante e incólume en su ejecución percusiva. Mas quien sostiene empresa y espectáculo es el sensualísimo Mick, a quien no se le va nunca el aire, a pesar de agitarse cual alma que lleva el diablo, corriendo de puntitas, cual pollo quemado. Ante una audiencia un tanto "villamelona" (¡no coreaba Brown Sugar, Gimme Shelter o It's only rock n'roll but I like it!), el líder igual se entregó y coqueteó en norteño: "¡Qué pasó, raza!", "¡Arriba los regios!" o "En Monterrey hay muchas mujeres elegantes... y hombres también"... En fin. Excitación a manos llenas.

AL CABO, SIGUE SIENDO pertinente hablar de los Rolling Stones en tanto sigan en vivo, como pocos, recreando un averno cuyas canciones se remiten una a la otra, en una espiral que no se torna pesadilla sino hipnosis colectiva, y nos convierte a los asistentes en una legión que pasa a formar parte de ese histórico momento Stoniano en que el tiempo se detiene; legión que ya no se asusta con ellos porque se asume lejana al conservadurismo contra el que se peleó en los años 60, y porque se siente quizá más afín al desmadre, al cinismo y a los criterios acomodaticios de tales chamucos.

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