Usted está aquí: domingo 5 de marzo de 2006 Opinión ¿LA FIESTA EN PAZ?

¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo páez

Juárez y los toros

PUES NO PASO absolutamente nada entre la delegación Benito Juárez -vaya ofensa para el Benemérito que su nombre solape a burócratas de variopintos partidos- y el promotor de la plaza de toros más grande -y tonta- del mundo, luego de la decimoséptima kermés taurina de la temporada grande.

EN DICHO FESTEJO, descaradamente violatorio del reglamento, hubo loterías y antojitos que hicieron las delicias de los parroquianos: una terna de pueblo que enfrentó un serio encierro como nunca lo enfrentarán en la México Ponces, Julis y Hermosos; un hombre de negocios empeñado en apuntalar su ego vistiéndose de torero, aunque carezca de aptitudes para serlo; varios incapaces metidos a subalternos que se dedicaron a estrellar a los toros en tablas, a barrenar y bombear con la puya o, en el colmo del descaro, a apuntillar a una res sin estar herida de muerte. La cereza en el pastel sería el juez de plaza Jorge Ramos, favorito de la empresa, que ni vio ni oyó nada y por tanto no se atrevió a amonestar y menos a multar esta sucesión de incompetencias.

EL DELEGADO EN turno y su cuadrilla han de haber pensado: Si don Benito prohibió las corridas en la capital, sumémonos a una legalidad de tómbola y sigamos absteniéndonos, como nuestros antecesores, de cumplir y hacer cumplir el reglamento. Pero a estos enésimos cómplices del Maximiliano de la autorregulación taurina en el Distrito Federal hay que recordarles el talento político y el sentido de autoridad de Juárez, en el extremo opuesto de tantas claudicaciones seudopartidistas al uso.

A PARTIR DE agosto de 1867, con el inicio de la República Restaurada, el presidente Benito Juárez y sus colaboradores inician la reorganización del país, misma que incluye un fuerte impulso a la educación en todos los niveles, aunque sin computadoras ni televisión que sabotee.

INFLUIDO POR LAS ideas del positivismo, promovido en México por Gabino Barreda, y por su fina intuición política no ausente de precaución, el mandatario decide prohibir las corridas de toros exclusivamente en la ciudad de México en noviembre de 1867. Sabedor de que toda concentración pública, inclusive en un coso, significaba oportunidad de manifestaciones contrarias al régimen, no sólo por parte de los derrotados conservadores, sino también de partidarios del frustrado candidato presidencial Porfirio Díaz, o del ya detenido presidente de la Suprema Corte Jesús González Ortega, otro de sus enemigos políticos, Juárez establece como prioridad la pacificación del país.

DURANTE LOS SIGUIENTES 19 años la capital de México se verá privada de festejos taurinos, lo que propicia una importante regionalización taurina en los alrededores y en diversos estados -Tlalnepantla, Texcoco, Puebla, Tlaxcala, San Luis, Zacatecas e incluso Sinaloa, con sus respectivos toreros de cartel-, así como la exaltación del primer ídolo mexicano de los ruedos, Ponciano Díaz, cuya creciente popularidad animara al por primera vez relecto don Porfirio a derogar la para entonces inoportuna prohibición.

HOY, LOS BANDAZOS ideológicos impusieron otros criterios con respecto a la observancia de la ley y el espectáculo taurino, para desgracia de ambos y traición a la esencia juarista.

 
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